Julián

Mi espera mereció la pena, al final, cuando iba a tirar la toalla y volver al hotel, vi salir a Sebastian acompañado de Martín y la Anguila.

Sebastian tenía mi estatura más o menos aunque no era tan enjuto como yo. Tenía un porte elegante. Llevaba un abrigo negro hasta media pierna con las solapas subidas y una bufanda anudada de manera artística. Bajaron despacio, aguantando el ritmo de Sebastian, hasta el acantilado y entraron en el restaurante acristalado sobre el mar en que ya lo había visto con Alice. Se les veía desde fuera comiendo ostras y bebiendo champán. Hablaban y a veces se reían. Me situé junto a un coche y saqué la minicámara del bolsillo y les hice una foto. En algún momento me pareció que la Anguila miraba hacia mí, luego volvió de nuevo la cabeza hacia Sebastian.

Regresé contento. Cada vez estaba más cerca de Sebastian y de alguna manera quería celebrarlo con Sandra y me dirigí a nuestra cita en el Faro más contento de lo normal.

Se retrasaba, y esperé sentado junto a la ventana de siempre. Esta vez me pedí una Coca-Cola light y la camarera de siempre la puso en la mesa con un golpe seco. Me estaba acostumbrando a que me tratara mal. A pesar de lo que se cree, uno puede llegar a amoldarse con facilidad a la tiranía y al despotismo de los demás, si no que se lo digan a los pueblos que aclaman a sus dictadores y torturadores. Y a mí se me estaba haciendo familiar la brusquedad de esta energúmena.

Me bebía la Coca-Cola despacio para que me durara porque a Sandra tendría que pagarle un zumo y un trozo de tarta y mi cuenta estaba ya bajo mínimos. No quería fundirme todos los ahorros en el hotel Costa Azul y en este local, debía dejar algo por si surgía alguna emergencia y, sobre todo, debía pensar en el futuro de mi hija. Y ojalá que hubiese podido pagar el tentempié de Sandra porque no me habría sentido tan mal como me sentí al verla con la Anguila recostada sobre su hombro y contemplando el mar terriblemente azul y romántico.

Los vi llegar en la moto de Sandra y aparcar fuera del campo de visión de la ventana. Al rato, al ver que no entraban, pagué y salí, fui hasta nuestro banco y los vi entre las palmeras de cara al mar, los vi besándose, y en ese momento me alegré mucho por Sandra porque pasara lo que pasara esto se lo llevaba con ella. Al mismo tiempo sentí de repente un gran vacío. Como se comprenderá, jamás me habría atrevido a poner los ojos en Sandra si no fuese como una nieta, juro que nunca la había mirado de otra manera. Fue el quedarme solo y el verme alejado de la vida feliz y maravillosa de una forma completa y totalmente irreversible lo que me dejó hueco por dentro, sin vida. Dudé si dejarle una nota debajo de la piedra C después de que se fueron y al final desistí. Me marché como había venido, mejor dicho, me marché peor de como había llegado, aunque en el fondo me alegraba de que a Sandra le hubiese sucedido algo que deseaba.