Julián
Al llegar al hotel después de dejar a Sandra en la farmacia, las cosas se pusieron feas. Aunque según mis cálculos le tocaba guardia a Roberto, no había nadie en recepción, puede que hubiese ido al lavabo o a tomarse un café o a fumarse un cigarrillo, lo pensé de pasada, esos pensamientos mecánicos que se forman solos sin ningún gasto de energía. Iba pensando en las inyecciones y en Sandra, en que le había crecido bastante el pelo y en que lo llevaba recogido en una cola de caballo, lo que le hacía parecer más joven. Había perdido espontaneidad, su mirada era entre seria y asombrada, había descubierto el miedo, no el miedo a no saber qué hacer con su vida, sino el miedo a los demás. Ya no había vuelta atrás, Sandra estaba saltando un precipicio y no la estaba sujetando nadie, nadie la ayudaba, ni siquiera yo.
La sorpresa fue cuando al llegar a la altura de mi habitación, vi salir de allí a Tony, el detective del hotel. ¿Qué estaría buscando?
Le pregunté si había algún problema. Él se hizo a un lado para que entrase pero no entré, no quería encontrarme dentro con él a solas.
Dijo, sin alterarse ni incomodarse lo más mínimo porque le hubiese pillado allanando mi suite, que había venido a comprobar si me encontraba bien. Era pura rutina, dijo con toda su redonda cara. Y terminó con una pregunta sin posible respuesta.
—¿Todo en orden?
Los papelillos transparentes estaban en el suelo, y dentro aparentemente no había pasado nada, salvo que percibía la mano de Tony en los pomos de los cajones y las puertas y su mirada de huevo podrido en los papeles (anotaciones sin importancia) que había sobre la mesa.