Julián
No sabía si contarle o no a Sandra lo que había descubierto sobre la Anguila (si es que era quien yo suponía).
Había descubierto que evitaba verla. El jueves por la tarde, cuando iba a echar un vistazo a casa de Otto y Alice por si iba por allí Sebastian Bernhardt o por si salían y podía seguirles, un coche que me resultaba familiar se detuvo en la plazoleta del Tosalet con dos chicos dentro. Mientras me metía por la primera calle a la derecha y aparcaba ante un muro de piedra rosada, caí en la cuenta de que era uno de los coches de Elfe, el más nuevo. Por el retrovisor podía ver lo que ocurría. Pude ver a Martín saliendo del coche con un pequeño paquete en la mano. El otro, el que debía de ser la Anguila, se quedó dentro. Por el rumbo que había tomado Martín, iría a casa de los noruegos, sin embargo la Anguila prefería quedarse en el coche antes de ir a ver a Sandra. Probablemente Sandra estaría allí, en esa extraña prisión que ella misma se había impuesto con mi ayuda. Estaría esperando que la Anguila diera señales de vida. Puede que cuando sonase el timbre y oyese unos pasos entrando que no fuesen los de Fredrik ni los de Otto se le llenara el corazón de esperanza. También la Anguila pensaría algo parecido y sin embargo se quedaba aquí, a distancia suficiente para que no pudiera verlo. Me dolía que Sandra lo estuviera pasando mal por este mamarracho.
A los diez minutos más o menos el mamarracho salió a fumarse un pitillo apoyado en el coche. No era gran cosa, era de lo más corriente, a no ser por algo en sus movimientos y en los rasgos que lo hacía sinuoso y temible. Tenía la cara pálida y alargada y entradas en la frente que enseguida le dejarían sin ese delicado pelo castaño claro. Le creía muy capaz de engatusar a una chica como Sandra. No era el primero que había conocido capaz de convertirse de sapo en príncipe, más aún si le besaba la maravillosa boca de Sandra.
Si yo fuese el padre de Sandra y fuese joven le llevaría por una oreja a verla, aunque la realidad es que no se puede librar a nadie de las decepciones. Si le libras de una, llega otra, como si hubiese un cupo reservado para cada mortal. Si a Sandra no la traicionara la Anguila, la traicionaría otro, como ella había traicionado a Santi, y si no hubiese sido ella, habría sido otra. Era mejor que ese ser despreciable no fuese sólo un poco despreciable o despreciable a medias, sino uno completamente despreciable como la Anguila.
Cuando terminó de fumar, aplastó la colilla con el pie y se pasó las manos por la cabeza retirándose el pelo de la cara. Respiró hondo y estuvo mirando a la lejanía durante varios minutos. No parecía la manera de mirar de quien no piensa en nada. Estaba pensando en algo, muy concentrado, casi sin mover un músculo. Después se metió en el coche y apoyado en el volante escribió en una agenda durante un cuarto de hora.
Tuve la paciencia de esperar casi una hora hasta que regresó Martín. Pero antes de que apareciera en mi campo de visión, la Anguila se metió la agenda en el bolsillo, rodeó el volante con los brazos y puso encima la cabeza como si durmiera.
Me atreví a seguirlos. Era casi un suicidio porque eran jóvenes y ágiles. Si me pescaban estaba perdido. Se darían cuenta de que les seguía, sólo me salvaría que les pillase con la guardia baja, sin ganas de darse cuenta de nada. Iba a distancia, pero tener el mismo coche siempre detrás sería mosqueante, así que cuando vi que tomaban el desvío que conducía a las casas de Elfe y de Frida, me detuve a la entrada entre otros coches aparcados sobre los hierbajos de un solar. Era muy arriesgado entrar en un camino tan estrecho, suponía una trampa. Si el coche no volvía a salir en media hora me marcharía, en caso contrario volvería a seguirlos.
No tardó ni diez minutos en aparecer. Lo conducía la Anguila, iba solo. Había supuesto que a estas horas de la tarde no se iban a encerrar hasta el día siguiente en una casa y había acertado. Aún quedaba mucho día por delante para todos. La Anguila conducía como un loco. Sólo pedía que en esta carrera no se me empañaran las lentillas.
Aparcó junto al restaurante Bellamar, cerrado a cal y canto hasta el verano, y se sentó en la arena, bastante cerca de la orilla, pero no tanto como para mojarse. Luego se tumbó con los brazos estirados, con sensación de libertad. Le veía desde el coche. Al cabo de unos minutos se acercó a él una chica, y él se levantó y se abrazaron. Se sentaron contemplando el mar, ella con la cabeza reclinada en el hombro de él. Estaban de espaldas a mí y no veía si hablaban, suponía que sí.
Estuvieron así media hora y luego dieron un paseo por la orilla. Sentí un enorme pesar por Sandra y me pregunté si ella debería saber esto, quizá la ayudaría a quitárselo de la cabeza, quizá debería saber que ella era una más, que ella había sido la chica del puerto y esta otra, la de la playa y que seguramente habría más. La Anguila se quitó los zapatos y los calcetines y se remangó los pantalones. En algún momento, él la cogió por los hombros, y ella a él por la cintura, y al rato se despidieron. La Anguila recorrió otra vez la orilla hasta la altura del coche y vino hacia él. Hice que estaba dormido sobre el volante para que no me viera. Cuando volví a levantar la cabeza, estaba sentado en su coche, con la puerta abierta y los pies fuera quitándose la arena y poniéndose los calcetines y los zapatos, y a continuación bajó el espejo retrovisor y me pareció que me echaba una ojeada, pero seguramente eran sólo aprensiones mías.
¿Sería también esta chica de la playa uno de ellos? No estaba seguro de poder reconocerla si me la cruzaba. Ya no le seguí. Estaba atardeciendo y la noche se echaría encima de sopetón y no quería conducir de noche por sitios desconocidos, así que tendría que dar el día por concluido y volver a la soledad de mi habitación, aunque debía aparcar en un lugar donde el coche pasase desapercibido y eso llevaba tiempo. Todos mis tesoros estaban en el coche y no tenía dinero para el parking, donde por otra parte estaría más localizable para los enemigos, y mientras lo aparcaba me vinieron a la cabeza las imágenes de los tortolitos en la playa y había algo que no cuadraba, algo desconcertante en aquella despedida de adiós y adiós, y ¿por qué no se marchaban juntos?, ¿quién se lo impedía?