La vida en las reducciones. Trabajo, arte, música, danza y teatro

Las reducciones se construían siguiendo esquemas generales muy semejantes unos a otros. Los pueblos se alzaban con edificaciones distribuidas alrededor de una gran plaza central. Se construía la iglesia como edificio principal y más importante y, anexos a ella, los colegios y la casa de los padres. Había también talleres en los que se desarrollaban diferentes actividades artísticas; como las esculturas de piedra, el tallado de madera, la fabricación de instrumentos musicales, las pinturas y los libros. Aún perduran hoy las ruinas de espléndidas iglesias y edificaciones en mitad de las selvas que maravillan a los visitantes.

Los guaraníes manifestaron desde el principio una gran habilidad e inclinación hacia las artes y oficios. Proliferó especialmente la imaginería. Dejaron como testimonio hermosos retablos eclesiásticos e imágenes policromadas y sobredoradas con los más refinados métodos del barroco, que pueden apreciarse en los museos e iglesias de los pueblos de orígenes jesuítico. Para ello, llevaron consigo a imagineros y artesanos españoles que enseñaron a los indios estas artes.

Todos los autores que hablan de las reducciones del Paraguay y todas las cartas y documentos de la época con descripción de la vida en las misiones jesuíticas coinciden en poner de manifiesto la gran afición a la música, la danza y el teatro que mostraron los indios. Los padres aprovecharon esta sensibilidad de los pueblos guaraníes y la potenciaron en grado sumo.

La descripción que hago en la novela de la solemnidad de las celebraciones religiosas está puntualmente extraída de las apreciaciones personales de José Cardiel, que ejerció de misionero durante veintiocho años en las reducciones y dejó un documento de gran valor en el que, con detalle, cuenta cómo era la vida ordinaria en una misión. El texto en cuestión se conserva con el título Breve relación de las misiones del Paraguay, y en él encontré también el encantador auto sacramental o teatro de colegio que el misionero llama Danza de los nueve ángeles y que se representaba en la Octava de Pascua por los niños guaraníes.

Con respecto a la música, no cansaré más dando detalles sobre el instrumental tan variado y las composiciones que aparecen una y otra vez descritos en las cartas anuas y en el opúsculo citado. Pero es interesante recordar que los indios se maravillaban con la música sacra. Una carta dice textualmente que «el fraile Francisco Solano los cautivaba con el violín». Los jesuitas aprovecharon esto hasta el punto que el padre Manuel Nóbrega llegó a exclamar: «Dadme una orquesta de músicos y conquistaré al punto a todos los infieles para Cristo». Fue el padre Juan Vaseo el primero que comenzó a educarlos musicalmente de forma sistemática y pronto se unió a él el hermano Luis Berger. El Padre Cardiel insiste una y otra vez en el sorprendente nivel de calidad que alcanzó este arte, que él pondera de esta forma: «Y como ellos nunca cantan con vanidad y arrogancia, sino con toda modestia, y los niños son inocentes, y muchos de voces que pudieran lucir en las mejores catedrales de Europa, es mucha la devoción que causan».