En el hombre del siglo XVII están los valores del Renacimiento, pero en proceso de asimilación y conviviendo con rasgos del espíritu medieval en mayor o menor medida. A fin de cuentas, nos encontramos ante el afianzamiento de un nuevo sistema de valores, de una nueva estética, en una época de esplendor hispano en algunos aspectos culturales y una convivencia conflictiva marcada por el control religioso y estatal.
Pervivían con gran fuerza las grandes representaciones populares de la Edad Media llamadas «misterios», cuya función primordial era llegar a una especie de alucinación o hipnosis sagrada. Eran dramatizaciones que se escapaban de la Iglesia constituida y emparentaban con las vivencias místicas de una sociedad compleja y multiforme, un poco dada a los «iluminismos» y muy amante de lo simbólico. Eran muy frecuentes las escenificaciones en las plazas, celebradas con motivo de la Navidad, la Pascua o la fiesta de algún santo en las que aparecían salvajes, diablos, personajes bíblicos y la Virgen María, Jesucristo o los apóstoles. Aún se conservan algunas de estas representaciones populares en algunos pueblos y ciudades de España. Quizá la que guarda el sentido más genuino de esta época es la «Loa» de la Alberca, en la provincia de Salamanca.
Sería muy pretencioso describir en este reducido apartado la importancia que tuvo el teatro religioso a lo largo del siglo XVII, con una significativa presencia de elementos de comicidad para mejor cumplir la función adoctrinadora, que irá avanzando paulatinamente hacia el auto sacramental, con su articulación de alegoría, doctrina, simbolismo y argumento. Así se pasa del teatro navideño y de Pasión a los autos sacramentales de Calderón.
La afición del público al teatro va creciendo y, progresión directa, se van afianzando los elementos estructurales del hecho teatral, hasta llegar a los corrales de comedias, verdaderos «locales» construidos expresamente para la representación. Será ya un teatro que no es privativo de un determinado grupo, sino que abarca a todos, desde la cumbre de la pirámide, el rey incluido, a la base. Es la floreciente época de Tirso de Molina, Juan Ruiz de Alarcón, Agustín Moreto, Calderón de la Barca y Lope de Vega.
Junto a este teatro, dirigido a un público aristocrático o popular, se produjo un teatro primitivo, dirigido a un resto sociocultural reducido: los colegios y universidades. La Comedia de Colegio, fundamentalmente de jesuitas, tenía la función de trasmitir la doctrina moral y teológica. Destacan las obras de los padres Pablo Acevedo y Juan Bonifacio.