AHORA mismo, finales de junio, ignoro en qué va a quedar nuestro movimiento. Me encuentro solo tirando de este carro que no tiene yunta ni bueyes y aunque la gente que me rodea en Pamplona es animosa y está dispuesta a todo, así no hay manera de cimentar un levantamiento que aniquile la anarquía que sufre España. Creo que si el ministro me llamara en este momento para ofrecerme un destino con playa no dudaría un instante en reunir a la familia y coger el portante para marchar donde fuera. De todo esto he hablado esta mañana con Consuelo, que está un poco al margen de los pasos que he ido dando hasta ahora. Ella no sabe casi nada, pero me ve tan alicaído, con tan poca fuerza, que ha dicho:
—Emilio, si vas a seguir con tamaños agobios, mejor pide nuevo destino. Nosotros te vamos a seguir allá donde ordenen, sea donde sea, porque somos tu familia y te queremos, pero lo importante es tu felicidad, que es la nuestra. Y yo no te veo contento estas últimas semanas. Tienes la mirada triste, se te nota con mucho cansancio interior. Creo que estás hecho una pavesa…
—Estamos en la organización de un gran movimiento salvador de la patria y es tarea que consume muchas energías —contesté sin gran convencimiento.
—Todo eso está muy bien pero ¿qué hacen los demás? ¿Qué hace, por ejemplo, Franco?
—Está en Tenerife aprendiendo a jugar al golf y estudiando inglés.
—Yo quiero lo mismo para ti, si es lo que te gusta.
—Sabes, Consuelo, que soy hombre de acción. Mariconadas, las menos posibles.
—¿Hasta cuándo piensas aguantar? Llega el verano y, la verdad Emilio, no estoy dispuesta a ver cómo te consumes.
—Voy a aguantar hasta que vea finalizada mi tarea. O hasta que compruebe que me he quedado solo o con pocos apoyos. Estos días, precisamente, hemos tenido complicaciones que estoy tratando de resolver. Si no fuera así, si no pudiese arreglar los entuertos, me corto la coleta y pido el cambio. Ten por seguro que tu marido no va a perpetuarse como conspirador si ve que el entorno no progresa. Además, yo también creo que nuestra felicidad es lo importante. Tú quieres verme feliz y contento y a mí me pasa lo mismo contigo y los niños. Tengo las fuerzas al límite, pero el sentido del deber y la responsabilidad que otros compañeros han depositado en mi persona me obligan a seguir un tiempo más. No sé cuánto, aunque no será más de tres semanas, un mes quizá.
—O sea, que a esperar tocan.
—Me temo que sí, Consuelo.
—Que sepas que te queremos y que voy a apoyarte hasta donde sigas. Pero, por favor, piensa en nosotros, en tu familia.
La conversación con mi mujer me ha servido para apreciar, todavía más, el valor supremo de la familia. Nacemos, crecemos, morimos, pasamos por la vida con más pena que gloria y de no ser por el entorno de la parentela este valle de lágrimas sería insufrible, insuperable. Al hilo de lo anterior, que resulta bastante evidente, me pregunto: ¿cómo puede una persona renegar de la familia, qué es lo que está pasando ahora entre las gentes de izquierdas en España que quieren destruir, también, esta institución? ¿Cómo es posible que la comunista Dolores Ibárruri haya grabado un disco con frases lapidarias que suenan como rayos, «Hijos sí, marido no», que sus camaradas hacen sonar con altavoces por la Gran Vía de Madrid desde hace semanas? Pero, vamos a ver: ¿cómo ha nacido, dónde se ha criado ella? Uf, hay cuestiones que superan mi inteligencia y me hacen dudar del raciocinio del ser humano.
De Franco, por fin, tenemos noticias. Un tanto crípticas, pero menos es nada. Según nos ha informado el teniente coronel Galarza, Franquito ha enviado una carta al presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, Santiago Casares Quiroga, cuya copia tengo entre mis manos, en la que advierte de lo insostenible de la situación y del malestar enorme que reina en el Ejército. Se refiere Franco a que las condiciones de mil novecientos diecisiete, cuando se crearon las Juntas Militares de Defensa, que tantos quebraderos de cabeza habrían de dar, son parejas a las que hoy sienten todos los cuerpos del Ejército porque contemplan que el Gobierno permanece pasivo ante las múltiples provocaciones que padecemos: «Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo de la oficialidad parecen producir las últimas medidas militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no hiciese presentes mis impresiones sobre el momento castrense y sobre los peligros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satisfacción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los Cuerpos de oficiales y suboficiales». Y añade: «Faltan a la verdad quienes presentan al Ejército como un desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones; prestan un desdichado servicio a la patria quienes disfrazan la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad haciéndoles aparecer como símbolos de conspiración y desafecto…
»No le oculto a Vuestra Excelencia el peligro que encierra este estado de conciencia colectiva en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo español ante los graves problemas de la Patria. Apartado muchas millas de la Península, no dejan de llegar hasta aquí noticias, por distintos conductos, que acusan que este estado que aquí se aprecia existe igualmente, tal vez en mayor grado, en las guarniciones peninsulares e incluso entre todas las fuerzas militares de orden público».
La carta acaba así: «Considero un deber hacer llegar a su conocimiento lo que creo de una gravedad tan grande para la disciplina militar, que V. E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes de cuerpo que exentos de pasiones políticas viven en contacto y se preocupen de los problemas íntimos y del sentir de sus subordinados».
Para mí que esta carta es una buena señal: primero porque dice la verdad, segundo porque quien avisa no es traidor y tercero porque Franco conoce bien al ministro y sabe que lo que digan los militares le entra por un oído y le sale por otro, de manera que advertido queda y suya será la responsabilidad si hay una asonada. Cuando he recibido copia de esta carta he conversado con el director de Diario de Navarra, don Raimundo García —esta vez en una terraza de Pamplona—, y conviene conmigo en que a este Gobierno no le es dado arreglar los problemas generales porque padece de falta de iniciativa, de pasividad total, tiene inestabilidad parlamentaria y carece de figuras de talla. Por activa y por pasiva, por aquí y por allá, a través de este o aquel, en nuestro país muchas personas han alzado su voz ante las instancias ministeriales, ante los gestores de la cosa pública, para hacer ver que vivimos en un estado de cosas calamitoso que conduce al barranco más profundo. Y ¿qué respuesta hemos encontrado? La indolencia de Azaña y los exabruptos de muchos diputados de izquierdas. ¿Se puede admitir que frente a los desmanes de orden público, frente a la quema de iglesias, a la profanación de tumbas, a los asesinatos, el ministro de la Gobernación, Juan Moles Armella, responda groseramente: «Sin novedad en el frente», como si fuera el título de un cuplé? ¿Quosque tandem, Catilina, abutere patientia nostra[3]? A día de hoy no hay respuesta y esto, por un deber cívico, nos impulsa para hacer lo que otros, con más altas responsabilidades que los hombres de la milicia, no han querido llevar a cabo a causa de su molicie.
Sostiene el señor García que el Gobierno ha llevado la esencia misma de España, su catolicismo, sus viejas costumbres ancestrales hasta una sima de donde no es posible que aquellos que han propiciado el desastre sean los que se apresten a resolverlo. «Nadie apaga un incendio vertiendo gasolina, por más que esta también sea un líquido como el agua», ha dicho el periodista y político, y yo estoy en completo acuerdo con estas apreciaciones. Quienes no hemos participado del desastre y no somos sino unos sufridores más tenemos la obligación, el deber moral y la responsabilidad patriótica de rebelarnos contra la terrible situación de anarquía que vive España. Lo pensaba hace tres meses y lo creo con más fuerza ahora.
Acabo de mantener una entrevista con el teniente coronel Seguí y de la misma me ha remontado el ánimo. Nuestra gente en África no es que esté preparada: es que están en posición de combate, las armas cargadas, amartilladas, la mira enfilada y únicamente esperan la orden de disparar. Tienen prisa, por decirlo de alguna manera, para entrar en acción. Incluso, en una carta que me ha entregado Seguí, el teniente coronel Yagüe, después de proclamar los peligros que acechan a la patria y de ensalzar el valor de nuestras tropas se pregunta: «¿A qué espera, mi general?». «A que encajen todas las piezas», he respondido al emisario. Ya sé que demandar paciencia a Yagüe (el oficial con más días de arresto por faltas de disciplina entre todos los europeos) es pedirle al ciruelo que cante boleros, pero es lo que corresponde en estos momentos.
En esta larga batalla de ir templando ánimos hay compañeros que quisieran salir a la calle ahora mismo sin tener en cuenta que el movimiento del Ejército ha de ser coordinado, porque de lo contrario fracasará rotundamente. Esa es mi tarea, a ella dedico casi todo mi tiempo pero, como bien dice el refrán, no por mucho madrugar amanece más temprano. Comprendo que para aquellos que están preparados y conocen bien su misión, pedirles que estén en posición de «descansen» un mes equivale a hastiarlos antes de entrar en combate. Pero no hay más alternativa que la que venimos siguiendo: ahora mismo sacar el Ejército de los cuarteles para que tome las calles es un imposible. Ni tenemos asignadas las tareas en todas las Divisiones ni está todavía a punto la unión con el elemento civil. ¿Quién se va a encargar de Madrid, quién de La Coruña, quién de Valencia, quién de Barcelona, quién…? Todavía quedan algunos quiénes por resolver y trabajo que va a costar. Además, en esta tarea que estamos llevando a cabo hay gentes que quieren correr, unos que dicen que hay que echar el freno y otros, los menos, que han metido la marcha atrás. Todos se consideran patriotas y a todos debo una explicación, cuando no una palabra de ánimo. Joder, qué duro es tirar de este carro tan pesado.
Una cuestión que ha quedado clara es que el movimiento se va a iniciar en África porque es allí donde están las tropas más preparadas del Ejército y hay más ambiente. Si Franco llega a tiempo (esa es harina de otro costal), las tropas de Marruecos han de ponerse en Málaga antes de dos o tres días y comenzar la marcha sobre Madrid. Esto lo han de saber los carlistas, porque siguen pensando que saltando primero Pamplona el movimiento es más suyo que de los demás. Pero yo tengo claro que primero es Marruecos, que tiene un trecho de mar con la península, y al día siguiente los demás. Que sea la auténtica tropa la que dé el primer paso no es sólo una cuestión de procedimiento: lo es también de patriotismo.
Por la mañana he acabado de dar forma a las instrucciones para Marruecos, y para cuando he conferenciado con Seguí en las oficinas de la eléctrica el mecanógrafo Martínez Erro ya las había pasado a limpio y con dos copias. Dicen así:
«Ha de procurarse por todos los medios organizar dos columnas mixtas sobre la base de la Legión: una en la Circunscripción Oriental y otra en la Occidental que desembarcarán, respectivamente, en Málaga y Algeciras, aunque conviene, hasta el momento preciso, hacer creer que los puntos de desembarco son Valencia y Cádiz. Esto es muy interesante para el feliz éxito de la operación.
Jefe de todas las fuerzas de Marruecos lo será hasta la incorporación de un prestigioso general la persona a quien van dirigidas estas instrucciones. Como la dirección del movimiento tiene confianza en dicho Jefe, deja en absoluto a su albedrío los detalles de ejecución así como el de reforzar la guarnición de Málaga con las que crea necesarias para garantizar el orden público, pero sí ha de tener presente:
1.º Que el movimiento ha de ser simultáneo en todas las guarniciones comprometidas y desde luego de una gran violencia. Las vacilaciones no conducen más que al fracaso.
2.° Que inmediatamente ha de procederse al embarque y traslado de fuerzas a los puntos indicados, en la inteligencia de que se tiene casi la seguridad absoluta de que este solo hecho será suficiente para que el Gobierno se dé por vencido.
3.º Solicitará la colaboración de la escuadra y tendrá tomadas las disposiciones convenientes para inutilizar la aviación que no sea afecta. La artillería antiaérea de los barcos actuará al primer intento de agresión.
4.º La marcha de las columnas, una vez desembarcada, ha de ser rápida y sobre Madrid, procurando durante el avance arrastrar todas las fuerzas cívicas simpatizantes con el movimiento salvador de la Patria.
5.º No debe olvidar el Jefe la conveniencia de llevar las fuerzas convenientemente abastecidas, con suficientes municiones y numerario para satisfacer, en el acto, los gastos que convenga no dejar pendientes.
6.º Oportunamente se enviará el aviso para estar preparados y después, día y hora del movimiento. El telegrama de estar preparado dirá: MIL FELICIDADES EN NOMBRE DE TODA LA FAMILIA.- EDUARDO.
A lo que contestará el Director con un telegrama, fechado en Ceuta y firmado por Juan por el que se comprenda está dispuesto, poniendo en el telegrama un texto cualquiera. El movimiento se avisará con un telegrama que dirá: DÍA TAL LLEGARÁ A ÉSA FULANITO, RUEGO SALGAS A RECIBIRLE- EDUARDO.
El nombre de Fulanito indicará por el número de letras la hora, que será de la mañana si no lleva apellido; si se pone apellido se refiere a la tarde. Ejemplo: DÍA OCHO LLEGARÁ A ÉSA NICASIO, RUEGO SALGAS A RECIBIRLE.- EDUARDO, quiere decir: que el movimiento habrá de realizarse el día ocho a las siete de la mañana.
7.° Ha de tenerse presente que, desde luego, el movimiento se producirá donde esté el Director y que, por tanto, no deben hacerse caso de las noticias que para quebrantar la moral haga circular el Gobierno por radio u otros medios.
8.º Inmediatamente de producido el movimiento en Marruecos, habrá de comunicarse al Director por el medio más rápido, incluso si es posible por avión, que puede tomar tierra en el aeródromo inmediato o en el eventual que existe cercano a la capital en que esto se fecha.
Le ruego acuse inmediatamente recibo de estas instrucciones, diciendo si está conforme con ellas.
Nota.- De estas instrucciones sólo tiene conocimiento el Destinatario, el Director y una tercera persona que ejerce de coordinador. SON, POR LO TANTO, ABSOLUTAMENTE RESERVADAS.
Peloponeso, 24 de junio de 1936.
EL DIRECTOR».
Esta directiva la he datado en junio, y en Peloponeso, para añadir un punto de despiste al texto para el supuesto, altamente improbable, de que acabara en manos del enemigo. A día de hoy, por fortuna, no tenemos conocimiento de que ninguna de las instrucciones reservadas haya salido de sus destinatarios, aunque no pongo la mano en el fuego. Por este lado, parece que la cosa marcha (pudiera darse el caso de que hayan circulado instrucciones por manos indebidas, aunque hasta ahora no tenemos conocimiento de tales hechos). Y donde no marcha, Dios proveerá. También he ultimado un plan que establece las responsabilidades de los cabecillas de esta rebelión patriótica, distribuyendo por fin nombres y ciudades. No ha sido sencillo ni rápido porque hay zonas donde por desgracia veremos caer a nuestros compañeros si no hay golpe de baraka, como dicen en Marruecos: desde África, Franco tiene que hacer llegar las tropas a Andalucía, Goded (es su empeño) volará de Palma a Barcelona, que es la plaza más complicada, Fanjul y sus gentes en Madrid, Saliquet en Valladolid, Cabanellas en Zaragoza, nosotros en Pamplona, Logroño y Burgos. Para Sevilla he pensado que Queipo de Llano puede ser la persona porque es capaz de liarla con dos y el del tambor.
Precisamente Queipo ha vuelto a pasar por Navarra (nos hemos visto a escondidas cerca de un pueblo que está próximo a la frontera; creo que se llama Leiza) y he mantenido con él una conversación de este tenor:
—La información que he recopilado indica que la situación en Andalucía no es la mejor: poco que sumar y mucho que restar —ha confirmado Queipo.
—Había pensado que te ocuparas de Sevilla —he respondido sin mover una pestaña.
—Yo había pensado en Valladolid.
—Para allí está Saliquet. En concreto para la Capitanía General. Para la gestión civil he pensado en el general Ponte, y en el coronel Serrador para las operaciones militares. Supongo que el teniente coronel Galarza ya te ha puesto en antecedentes.
—Sí, pero yo en Valladolid me veo más.
—Te toca Sevilla. El único capaz de levantar Andalucía eres tú.
—¿Con qué armas?
—Con las que Dios te dé a entender, como repite Galarza. Tienes, Queipo, muchas escamas para que te resbale el agua. Nadie como tú para una plaza como Sevilla.
—Gracias por el caramelo.
Creo que al final lo ha entendido y, de todas maneras, así lo espero por su bien y el de todos. Queipo es listo y sabrá apañárselas como pueda. Peor está la cosa en Madrid. Lo vengo poniendo en conocimiento de todo el mundo para que nadie se llame a engaño y buena parte de la estrategia final consiste en marchar sobre Madrid en columnas, para el supuesto de que la capital no consiga liberarse de las amarras en las primeras veinticuatro horas. Es la vieja táctica carlista que nunca ha dado resultado pero que en esta ocasión va a funcionar. Lo he comentado con Saliquet:
—De modo que piensa que Madrid tendrá que ser liberado por los de provincias.
—Exacto, mi general. No albergo dudas.
Con los carlistas me he vuelto a reunir aunque a estas alturas no sé si lo que de verdad estamos haciendo es, o no, marear la perdiz; veo una gran divergencia entre los dirigentes que están fuera de la realidad porque residen en Francia y las gentes locales que apoyan sin dudar lo que el Ejército determine. La última cita ha sido en el pueblo de las cerezas, Echauri, en el caserón de Esteban Ezcurra, y no se puede decir que hayamos progresado respecto a conciliábulos anteriores. Estaba previsto que a esta reunión acudieran el jefe de los requetés, José Luis Zamanillo, y el máximo dirigente del carlismo, Manuel Fal Conde. Parece que dificultades para cruzar la frontera por Behovia y cierto grado de prudencia han aconsejado a los tradicionalistas que Fal permanezca en su escondite porque, según dicen, un movimiento en falso puede arruinar nuestros contactos. Cuentan que a Fal y Zamanillo la policía les sigue, persigue y estrecha el cerco. Claro, señores; y a mí si me descuido un milímetro.
La cuestión es que Zamanillo insiste en la ya conocida postura de condicionar la participación de sus gentes a que nosotros aceptemos, de forma previa, que el movimiento tenga un carácter monárquico (de su rey, claro), que las cuestiones religiosas no se olviden y vuelvan a estados pretéritos (nada de la separación Estado-Iglesia, nada de divorcio, nada de laicismo; nada de nada en esta materia, por lo que parece), que ellos tengan mando en los futuros órganos de representación, etcétera. Es decir: Dios, Patria, Rey, nada nuevo bajo el sol.
He intentado en esta última cita hacer ver a Zamanillo que no me es dado asumir planteamientos de este tipo porque en el Ejército no hay una directriz en ese sentido: creemos que el actual régimen republicano no es el enemigo a batir, no es el adversario. Nuestro enemigo son los actuales gestores de la cosa pública, su camarilla, sus aledaños, la anarquía, el caos y el comunismo. Lo acaba de decir el diputado señor Gil Robles en el Congreso: en los cuatro meses que lleva el Gobierno del Frente Popular en España se han producido incendios que han destruido ciento sesenta iglesias, a los que hay que sumar otros doscientos cincuenta y un intentos fallidos, doscientos sesenta y nueve muertos por asesinato y mil doscientos ochenta y siete heridos en choques callejeros, ciento treinta y tres huelgas generales y doscientas dieciocho parciales, sesenta y nueve centros políticos destrozados y trescientos doce asaltados, diez sedes de periódicos totalmente destruidas y treinta y tres allanadas… (para qué seguir con este rosario de catástrofes que espero no sean inútiles). Todo esto, toda esta barbarie que tan machaconamente persigue la aniquilación de la patria y de sus mejores gentes, es lo que debemos frenar y a lo que hay que dedicar nuestro mejor empeño. Hablar ahora de monarquía o república, en mi opinión, es un debate estéril porque ningún régimen es en sí mismo tirano si sus dirigentes se comportan como leales servidores de la masa. La República, per se, no es dañina: lo son sus dirigentes, sus jerifaltes, los que están apoltronados y no hacen nada ante tanto desmán revolucionario. En fin, cuestión baldía discutir acerca de estas cuestiones con los dirigentes del tradicionalismo.
De la reunión con Zamanillo no he sacado nada en claro que no fuera lo que ya conocía. Pero sí ha sido interesante una pequeña charla que he tenido con Ezcurra, a quien en Pamplona señalan como una persona clave en sus milicias armadas. Decía este carlista cuando Zamanillo ya había salido de su casa:
—Mi general, con boina o sin boina nosotros nos echamos a la calle.
—Es una postura que le honra —contesté con el corazón.
—Usted pida hombres, general.
—¿Cuántos?
—Los que se necesiten: cinco mil, diez mil. Todos los que sean necesarios para el buen fin.
—¿Disponen ustedes de tantos efectivos?
—Y de más si se necesitan. Quince mil, veinte mil… Los que sean necesarios, general. Ahora o nunca.
Me sorprendieron las palabras de aquel hombre puesto que hablaba desde su sentimiento más profundo, sin rodeos ni diplomacias. Ahora o nunca, esa era la cuestión y todo lo demás zarandajas.
—Cuánta razón tiene usted, señor Ezcurra —le dije—. Ahora o nunca. Pero bajo las órdenes del Ejército, que es quien encabeza este movimiento salvador de la patria. Juntos, Ejército y Requeté, no tengo duda, marcharemos unidos hasta la victoria. Hágaselo ver a sus jefes porque el tiempo apremia.
Al finalizar la cita, ya en la calle, el señor Zamanillo me hizo entrega, después de despedimos, de una hoja en la que resumía las posiciones del tradicionalismo y que voy a reproducir a continuación:
«Nota 3.ª de 2 de julio de 1936.
En la primera nota se subrayaron, como esenciales, aquellos que responden a principios inmutables, servidos durante un siglo, sin los que no podemos colaborar, que pueden reducirse a dos: uno de imprescindible previsión política y otro de obligada lealtad a nuestras masas. Dicha previsión exige que se garantice que la futura política responda a los dictados de la religión y acometa la reconstrucción política del Estado sobre las bases sociales y orgánicas para acabar con el parlamentarismo y el sufragio liberal. Aceptamos la Presidencia del General que nos ha sido propuesto, pero pedimos que con él lleven la dirección política (no la del Gobierno en el sentido estricto de orden público, ni la Administración General) dos consejeros que designemos, a los que se encomiende la obra de la reconstrucción orgánica o corporativa y de educación nacional, sin que nos interesen en absoluto (pues nada queremos para nosotros ni para el Partido llamado, como todos, a disolverse) los ministerios actuales, que se encomendarán a personas técnicas los de la Administración General del Estado, o a militares lo relacionado con el orden público. En segundo lugar, el punto relativo a la bandera es de obligada lealtad a nuestras masas. Aunque hubiera derecho a pedir a los dirigentes que se sobrepongan a los símbolos, nunca se podrá hacer entender a las masas otro lenguaje que el simbólico y mal podrán comprender nuestras masas en la bandera republicana obra de gobierno que sobre los intereses puramente materiales ponga los altos ideales de la espiritualidad y el honor de España, únicos merecedores del sacrificio de la vida. De otra manera no podemos colaborar, no sin dolor, firmemente persuadidos de que el movimiento requiere una fuerte ponderación de ideales que (a costa de reducir colaboraciones de dudosa eficacia práctica, pero de segura pérdida de altura moral) pueda crear una fuerte solidaridad entre la parte sana del Ejército, que es la que representa el honor y su gloria, con las fuerzas sociales ardientes de un sacrificio heroico y empeñadas en el propósito de redimirlo».
Poco antes de que Zamanillo fuera camino de la frontera oculto tras una boina, Lizarza, que hacía de chófer de su jefe, me dijo:
—Mi general, ¿quiere ojear usted un depósito de pistolas, uno de los que tenemos repartidos por Navarra?
—¿Dónde?
—Aquí mismo, en el sótano de esta casa.
Bajamos a verlo y al subir de nuevo al zaguán les dije:
—No hagan bromas programando reuniones sobre depósitos de esta naturaleza.
La entrevista con estos prohombres del carlismo no me ha desconcertado como en ocasiones anteriores, quizá porque antes había consignado muchas esperanzas en los encuentros y ahora tengo la dosis suficiente de escepticismo, incluso cierta experiencia en el trato. Aunque la dirección de los tradicionalistas condiciona su apoyo a que seamos nosotros, los militares, quienes marchemos tras sus lemas, sus banderas y sus creencias, tengo para mí que su público, los que viven a pie de calle la situación, no son tan exigentes en los planteamientos y aceptan de buen grado lo que el Ejército ordene. Ahora mismo me inclino a pensar que nuestro movimiento podrá contar con sus gentes si somos capaces de establecer un programa de mínimos que a todos acoja y a nadie comprometa en estos temas que, lo estoy viendo, son tan sagrados para algunos. Salvar España del caos no es tarea de monárquicos o republicanos, de militares o civiles, es mucho más que todo eso: un asunto de patriotas. Este pensamiento me ha animado a ponerme a los mandos de la Remington y he redactado un escrito, un «Informe Reservado», cuyo envío acabo de ordenar a las personas que trabajan ya con nuestra organización, vistan o no de uniforme. De paso he aprovechado para recordar que todas las instrucciones siempre tienen carácter reservado, secreto, que bajo ningún concepto deben circular fuera de los circuitos donde se mueve nuestra gente y que hay que cultivar el entusiasmo por nuestra obra día a día, porque si no continúa el impulso corremos el peligro de caemos por la fuerza de la inercia.
El informe dice:
«La Dirección del movimiento patriótico estima necesario dirigirse a los compañeros comprometidos en él para ponerles al corriente con toda lealtad de ciertos hechos demostrativos de que el entusiasmo por la causa no ha llegado todavía al grado de exaltación necesario para obtener una victoria decisiva, y de que la propaganda no ha alcanzado un resultado completamente halagüeño. Está por ultimar el acuerdo con los directivos de una muy importante fuerza nacional, indispensable para la acción en ciertas provincias, pues la colaboración es ofrecida a cambio de concesiones inadmisibles que nos harían prisioneros de cierto sector político en el momento de la victoria. El llamado Pacto de San Sebastián está aún demasiado reciente para que los españoles hayan olvidado las dolorosas consecuencias que ha traído a España. Nosotros no podemos en forma alguna hipotecar el porvenir del nuevo Estado.
Hago, también, referencia a las diferencias que se observan en algunas provincias en personas que deberían dar su apoyo, codo con codo, a nuestras gentes y al hecho de que, según acabamos de saber, algunas “Instrucciones” han pasado a manos de personas que no apoyan este movimiento salvador. Por todo ello acabo de esta manera:
Hace falta por tanto que los exaltados se revistan de paciencia y que todos se apliquen con el mayor entusiasmo a captar voluntades y a descubrir a los indiscretos o traidores, para que tanto unos como otros reciban su merecido. También se ha de tener presente que todo está en marcha y que no ha de cundir el desaliento aunque sean inutilizadas las personas que llevan la Dirección, por importante que sea el papel que tengan o se les atribuya. Los que queden deben proseguir la obra iniciada.
¡Viva España!
Madrid, 1 de julio de 1936.
EL DIRECTOR.»
Creo que no es necesario añadir una tilde más a este informe.