diecisiete

A estas alturas de junio algunas cuestiones comienzan a estar claras. Por ejemplo: no se hacen tortillas sin romper huevos. Quiero decir que vamos a tener que esforzarnos todavía más en el acercamiento que estamos llevando con los carlistas aunque haya cuestiones que para mí no tengan discusión. Plantean asuntos que escapan al nudo gordiano: ahora el quid está en anarquía u orden, comunismo o patria, caos o civilización. No cabe, en mi modesto entender, hablar de república o monarquía, religión o laicismo, cuando los problemas son de mayor calado, como acabo de indicar. Para el carlismo, el movimiento salvador que está ya en marcha hay que encuadrarlo con los símbolos, las esencias y las creencias. El símbolo es la bandera (su bandera), la esencia es España (su monarquía) y las creencias son la religión católica: Dios. Nada de lo anterior me es extraño pero, aquí y ahora, no es lo decisorio. Quizá sea más profundo o, quizá, está tan en la superficie que no lo vemos: comunismo o libertad. Ellos o nosotros. Lo demás puede entrar de rondón, pero no es materia principal, a mi entender.

Conocer a los dirigentes carlistas ha sido —está siendo— una experiencia que no se olvida fácilmente. A la fe de carbonero que ponen en los trabajos añaden su fidelidad al Rey y juntando ambos elementos forman una capa de barniz grueso con la que colorean España. Uniendo estos mimbres han hecho un cesto que viene durando más de un siglo y siguen en la pelea porque si hay algo de lo que no carecen es de fe. Fe para el proselitismo, fe para sus símbolos, fe para perpetuar eso que llaman tradición. La historia no ha sido generosa con ellos porque tampoco ellos han aprendido con las lecciones de las derrotas. De ahí su empeño por modificar retazos del pasado sin hacer concesiones al futuro; a eso le llaman constancia, aunque también se puede denominar empecinamiento.

Los encuentros que he tenido con los carlistas me han servido, de momento, para comprobar varias cuestiones. La primera, que van en serio. La segunda, que están con la sangre hirviendo y los ánimos por encima de la coronilla. La tercera, que son más de los que parecen y menos de los que se creen. La cuarta, que les va la cera. Puedo seguir con más comprobaciones, pero no hacen al caso. Las posturas que han mantenido en las entrevistas conmigo han sido cordiales aunque aprovechadas; no estoy diciendo que no sean legítimas si por tal se tienen las creencias que sustentan los partidos, no. Pero en este movimiento patriótico que estamos promoviendo, y que nadie ya puede parar, es el Ejército quien determina la dirección a seguir sople por donde sople el viento. Lo vengo repitiendo como una cantinela para ver si llega a oídos de quienes más interesa, pero con escasa fortuna por lo que se puede ver. En fin, a esperar tocan.

Mis capitanes, aquí en Pamplona, están al corriente de la situación, de quién llega, quién va, con quién hablo. No conocen en su integridad los documentos que han circulado entre los carlistas y yo mismo, pero tienen cumplida información que les llega a través de don Curro o de mi ayudante. En su empeño por unificar fuerzas el capitán Barreda ha sugerido que mantenga una conversación, de patriota a patriota (ha querido indicar que su general no puede hablar, ya, con todo el mundo por más que resulten interesantes las consultas), con uno de los tipos más característicos del carlismo local. No he puesto inconveniente y hemos marchado hacia una población cercana, Echauri, dicen que famosa por sus cerezas, como yo mismo he tenido oportunidad de comprobar, para conversar con un patricio local, don Esteban Ezcurra. Este hombre asegura que el Requeté saltará con el Ejército porque es la ley de Dios. No me atrevo yo a proclamar tanto, aunque parezca lo propio. Ezcurra ha manifestado, solemne, que empeña su vida para aunar voluntades y llegar a un concierto ya que, de lo contrario, los esfuerzos de todos, los suyos, los nuestros, serán baldíos porque el enemigo es fuerte y cada día está más crecido. Por mediación suya he recibido en las oficinas de la compañía eléctrica al teniente coronel retirado don Alejandro Utrilla, con quien he conferenciado largo rato escuchando los procesos de formación de las unidades carlistas y unas pinceladas sobre los depósitos de armas que poseen. Dice Utrilla que, aunque en formación, las unidades carlistas no desmerecen de las mejores que haya en España con excepción de las tropas de Marruecos. Esto ya me parece más sensato.

Félix Maíz ha estado en Madrid por orden mía y ha parlamentado con don José Calvo Sotelo, gracias a la mediación de don Raimundo García. Por la información que he recibido, este líder político apoya totalmente lo que el Ejército decida hacer porque considera que la situación, para un patriota que se precie, es inaceptable. Ha comentado también que, a través de personas interpuestas, sabe de la disposición de José Antonio Primo de Rivera para que sus gentes colaboren desde el primer momento en la asonada. Eso ya lo conocíamos, aunque lo más interesante lo soltó Fal Conde el otro día en Irache cuando me dijo que el carlismo reservaba una plaza prominente en el futuro directorio que ha de gobernar España a Primo de Rivera, actualmente en prisión. Nosotros sabemos que apoya los pasos que va dando el Ejército, pero la incógnita reside en qué será capaz de hacer el Gobierno contra este hombre, al que tienen preso ciscándose en la última sentencia del Tribunal Supremo donde se proclama muy clarito que la doctrina de Falange Española es legítima dentro del marco constitucional español, como ya había reconocido antes la Audiencia de Madrid. Pero, claro, este gobierno quiere tener preso a Primo y por eso han inventado una supuesta tenencia ilícita de armas que habríanse encontrado en su domicilio. Con traslado a la cárcel de Alicante creo que este gobierno felón pretende algo más que mantener preso a Primo: quiere su eliminación. Desearía equivocarme.

Por nuestro despacho de la eléctrica ha pasado el general Saliquet Zumeta, que saliendo de Madrid para Burgos hizo un bucle y se desvió a Pamplona para conversar conmigo. Tiene todo bajo control por Valladolid (eso es lo que dice, aunque resida en Madrid) y espera la fecha para levantar sus tropas contra la injusticia. Su visita no estuvo exenta de intríngulis porque el capitán Barreda preparó un dispositivo tan extraordinario que casi todos los viandantes que marchaban por la avenida de Carlos III o eran militares o parientes de estos en labor de escolta. Desde el Gobierno Civil el señor Menor me ha llamado por teléfono para pedir información de esta reunión, que yo he negado en rotundo.

—Señor gobernador, puedo asegurarle bajo mi palabra de honor de militar, que como usted sabe para nosotros es lo más sagrado, que el general don Andrés Saliquet no ha pisado esta comandancia ni ayer, como usted sugiere, ni en el periodo de tiempo que llevo viviendo en Pamplona. Desmienta usted ese infundio.

—Voy a informar al ministerio de lo que usted comenta, general. Hay veces que algunos dirigentes políticos no son prudentes con sus palabras. Parece que este es el caso.

—Así lo espero, gobernador.

¿Quién ha podido decir que Saliquet ha pisado el palacio de Capitanía? Algún bolonio porque, precisamente en Capitanía, ni estuvo ni lo va a estar hasta que esto acabe. A veces pienso que el gobernador se informa leyendo libros de aventuras para niños después de pimplar un cuarto de vino.

Estos días he viajado a Logroño y San Sebastián. No tengo una idea precisa de la situación guipuzcoana y espero clarificar la riojana en lo que dura un dulce en la escuela. Los oficiales, como siempre, bien; los jefes, regular. Ya me lo había dicho por telegrama don Curro desde Andalucía: las colegialas, regular; las profesoras, pésimamente. Es la tónica que vamos descubriendo en algunas guarniciones y con estos mulos hay que arar. Para apoyar un poco más ese coraje que empieza a vibrar por las salas de oficiales de los cuarteles, acabo de redactar nueva doctrina para alimentar el espíritu de nuestras gentes. Dice así:

Instrucción Reservada Número Cinco.

Por información reservada recibida, se sabe que el Gobierno, conocedor del movimiento, pretende oponerse a él utilizando dos fuerzas que juzga muy afectas, cuales son: la Aviación (de Getafe y Alcázares) y las fuerzas de Asalto. Su acción piensa realizarla casi exclusivamente sobre la línea del Ebro, porque cree que es en Navarra donde existe el foco más importante de la rebeldía. Sobre la acción de la Aviación poco hay que decir: primero, proclamas con falsedad para engañar y, luego, el bombardeo de mucho ruido y poco efecto. En cuanto a los Guardias de Asalto parece intentan emplearlos como Infantería transportada, llevando en extrema vanguardia los Camiones Blindados que tienen en la actualidad en número de veintiséis. Para neutralizar estos medios ofensivos se tendrá presente:

Que no contando nuestra Aviación con otras bombas que las de ONCE KILOS, y siendo este proyectil de escasa potencia destructora, aunque de gran efecto moral, convendrá advertir a la tropa y personal paisano militarizado no se dejen impresionar por las detonaciones.

Los transportes de fuerzas deberán hacerse, siempre que sea posible, desde la caída de la tarde al amanecer. Nuestros aviones, por carecer en casi su totalidad de equipos completos de iluminación, son inofensivos durante la noche.

No debe olvidarse que en toda columna que disponga de artillería debe llevarse un cañón emplazado en plataforma y dispuesto en condiciones tales que pueda hacer fuego inmediatamente sobre los carros blindados de los Guardias de Asalto (se están haciendo gestiones para conseguir sean inutilizados dichos camiones).

Durante los estacionamientos, y a prudencial distancia de las tropas, se interceptarán las carreteras con carros, vallas o postes y a las inmediaciones de estos obstáculos, y a prudencial distancia, se montarán puestos armados, los cuales tienen obligación inexcusable de romper el fuego contra las fuerzas del adversario que no se entreguen a la primera intimación.

A las fuerzas enviadas por el Gobierno que se pasen a nuestras filas se les obligará a ir en vanguardia de las propias, incluso por delante de la plataforma con el cañón, pues así se podrá comprobar cuál es su conducta. Una vez experimentada convenientemente su lealtad, podrán alternar con las demás fuerzas el orden de marcha.

En ningún caso debe darse crédito a las noticias valiéndose de la radio, y otros medios de divulgación, del Gobierno con el fin de hacer decaer la moral de las fuerzas y organizaciones patriotas.

Ha de advertirse a los tímidos y vacilantes que aquel que no esté con nosotros está contra nosotros y que como enemigo será tratado. Para los compañeros que no son compañeros, el movimiento triunfante será inexorable.

Tan pronto se reciba copia del manifiesto que se dará a la opinión, con motivo del movimiento, se procederá a tirar un número crecido de ejemplares en cada localidad (de momento es preferible en multicopista y no en imprenta) a falta de fecha y firma, ejemplares que serán repartidos profusamente y publicados en los periódicos, el día del movimiento, una vez llenado el requisito de poner la firma.

Madrid, 20 de junio de 1936.

EL DIRECTOR.

Dese copia de esta circular a los representantes de todos los cuerpos comprometidos».

Cuando estaba el capitán Barreda en la máquina haciendo las copias de esta instructa, mi ayudante ha avisado de que viene hacia Pamplona el general Cabanellas y que, antes de salir, espera confirmación sobre el lugar donde nos podemos reunir. Hemos acordado que sea en la eléctrica y el capitán Vicario ha quedado encargado de supervisar el operativo. Sobre las cinco de la tarde, la hora prevista, ha entrado Cabanellas en las oficinas de El Irati, S. A. seguido por su ayudante: venía con un informe verbal acerca de la situación de las comandancias de la Guardia Civil en las capitales de su División. Parece, por lo que ha contado, que los oficiales, mayoritariamente, están con el poder establecido, aunque hay contactos con algunos que apoyan el movimiento. Nada nuevo bajo el sol.

Cabanellas ha sido director general de la Guardia Civil y parece que conoce bien el paño, por lo que no pongo en duda sus observaciones. En Pamplona mismo, sin ir más lejos, tenemos la confirmación de lo que Cabanellas asegura: que mayoritariamente los jefes están con los gestores de la cosa pública, aunque haya oficiales que apoyen lo que resuelva el Ejército. Dejando al margen lo tratado, la visita de Cabanellas me ha llenado de sorpresa, por no estar prevista, y de incomodo: un hombre como el general, con su barba blanca, su aspecto de prior de los monjes, su rostro tan característico… es una temeridad que aparezca en estos días por el centro de Pamplona. No he comentado con él nada sobre esta cuestión pero creo que, si hay citas posteriores, deberán ser en lugares más apartados.

Por Pamplona ha aparecido, previa cita acordada con el capitán Vicario, el abogado Carlos Miralles. Ha comentado que en Madrid existe organizado un grupo de falangistas que esperará una orden nuestra para tomar alguno de los accesos a la capital. Este hombre rebosa optimismo y entusiasmo, y así se lo he expresado.

—Mi general —ha respondido—, ha llegado la hora de nacer o morir por España. Una orden suya bastará para que salgamos a la calle en defensa de la patria.

—Gentes como usted son las que necesitamos ahora, Miralles. En la tarea de organizar un levantamiento todos los apoyos son pocos. Aprecio su gesto en lo que vale y quedamos a la espera.

—Mi general: nosotros en Madrid vamos a luchar sin otra ilusión que ver a España libre del comunismo. ¡Viva el Ejército! ¡Viva España!

—¡Viva! —he gritado desde lo más profundo.