SI hay que juzgar a las personas por sus silencios, Maíz me parece que es campeón en todos los estilos. A la hora convenida estaba en el lugar indicado (he salido por detrás de Capitanía, por una compuerta que conduce al portal de Zumalacárregui, aquí conocido también como de Francia, porque me habían indicado que un tipo sospechoso rondaba la entrada principal; tenemos dos oficiales que hacen guardia para detectar si desde el Gobierno Civil han puesto a la policía para seguimos) con la ventanilla bajada, el motor en marcha, leyendo el periódico. Me ha visto llegar y no ha cambiado de postura ni se ha alterado. Nos hemos dado los buenos días y le he indicado que nuestro destino era Vera de Bidasoa.
—¿Cuántos kilómetros nos separan?
—Aproximadamente noventa.
—¿En cuánto tiempo se hace el viaje?
—Depende.
—¿De qué depende?
—De cómo esté la carretera. Esta noche ha llovido mucho.
—Hablo en circunstancias normales.
—Con este coche, una hora y cuarto, una hora y veinte.
—¿De qué marca es este coche?
—Es un Buick 60 Club Sedan, americano. Antes conducía un descapotable. Con los niños, lo tuve que vender.
—Tengo que decirle una cosa, señor Maíz. Hoy y siempre, mientras dure esta experiencia, en todos los viajes que vayamos juntos, en la medida que sea posible, debemos hacer la ida por un trayecto y la vuelta por otro, si es que hay puestos de la Guardia Civil de por medio.
—Podemos hacer los viajes por la mañana temprano y volver para el almuerzo, si le parece. A esas horas en los puestos no hay vigilancia; lo tengo comprobado desde hace tiempo. La Guardia Civil también come, general. Aunque, si así lo desea, podemos viajar de noche.
—Sí, sí, por supuesto, de noche y de día, lo que fuera menester. Pero quería indicarle, con el comentario anterior, que no debemos dejarnos ver innecesariamente. Y usted ya me entiende lo que quiero decir.
—Queda claro, general.
Esta ha sido toda la conversación que hemos tenido en el viaje de ida. En Vera nos esperaba un coche azul a la entrada y se lo he comentado a Maíz para que supiera ir con paso lento y no pasamos del punto de cita. Así lo ha hecho y no he tenido ni que cruzar la carretera. Él ha dado la vuelta al coche y se ha puesto detrás. Luego, ha comprobado cómo me bajaba, entraba en el asiento delantero del vehículo azul y se ha ido marcha atrás unos veinte metros. No llovía y he visto que estaba por el arcén haciendo como que buscaba setas con una vara, aunque ahora no sea el tiempo. Eso me ha parecido.
Mi viaje tenía como objeto conectar con un teniente coronel que está destinado en Irún: me va a servir de contacto inicial con el general de aviación Alfredo Kindelán, que es nacido en Cuba como yo. Necesito saber en qué estado se encuentra la aviación española y con qué aparatos podemos contar para el día de autos. Esta es una gestión que voy a llevar directamente yo, porque la aviación y las comunicaciones me parece que van a ser las armas definitivas en el movimiento liberador que hemos de iniciar. De qué nos sirve movilizar tropas si no podemos transportarlas o lo hacen expuestas al albur de una razzia aérea. Al final de la conversación que he mantenido con el teniente coronel dentro de su coche, el compromiso ha sido que antes de dos semanas podré tener un informe detallado de lo que Kindelán piensa que podemos controlar cuando llegue la hora (y cómo debemos hacer para que el general y yo nos veamos por aquí en veinte días, más o menos). En total, creo que no habré estado en Vera de Bidasoa ni treinta minutos y confío en que no me haya reconocido nadie.
Maíz, tan pronto como ha visto por el rabillo del ojo que la puerta del coche azul se abría, ha montado en el suyo arrancando el motor. Lo ha colocado un par de metros más atrás, dejando la portezuela de mi lado entreabierta de modo que he salido y entrado de uno a otro coche sin que apenas se me viera. Eso era exactamente lo que había previsto. Parece que este hombre lee mis pensamientos. Como he venido recapacitando durante la vuelta sobre las muchas cuestiones que debemos poner en marcha, no he abierto el pico en todo el viaje. Maíz, tampoco. Podía haber preguntado sobre esto o aquello, sobre si aceleraba más para llegar antes del almuerzo, sobre el resultado de mi entrevista, qué sé yo. Pero no ha dicho nada. Me ha parecido que, en algunos momentos, salía de la carretera principal y nos íbamos por otras más recoletas, pero como nada he preguntado, nada he sabido. A las dos y media, y cuando ya se avistaba Pamplona al fondo de una larga recta que me ha parecido como un tobogán, Maíz ha consultado:
—Volvemos al lugar de partida, ¿no?
—Así es.
—Llegaremos en cinco minutos.
—Buen servicio —he contestado.
—Para eso estamos, general.
Acabo de comentar con don Curro la cuestión de la aviación y me dice que ya está en contacto directo con Kindelán. He mencionado que el viaje a Vera de Bidasoa tenía como objetivo indicar, a través del contacto, que el general se ponga en marcha; lo que vayamos a hacer, he explicado al coronel, estimo que debe estar listo para mediados de junio, a más tardar. Si demoramos más todo este operativo el Gobierno tiene muchas posibilidades de enterarse. Don Curro cree que hay que correr más todavía, porque al enemigo, ha dicho, si no se le sorprende durmiendo es aún más enemigo, es más difícil derrotarlo. Haciendo un repaso hemos llegado a una conclusión: no por querer asegurar Madrid se ha de retrasar nada. Madrid es Madrid, eso lo sabemos todos, pero no es España. Y para conquistar España hay que trabajar mucho porque nuestro país es enorme. En resumidas, que seguimos en la brecha.
También piensa don Curro que al elemento civil afecto hay que darle ya su protagonismo. Por eso hemos hablado del carlismo, de la Falange, de los monárquicos en general, de algunos políticos, etcétera. Ha salido el nombre de Sanjurjo y ambos creemos que debemos establecer contacto inmediato con nuestro general en el exilio. Sanjurjo ha de ser la guía, la cabeza, tan pronto cruce la frontera de Portugal. Entre tanto, nosotros, cada uno con su responsabilidad, hemos de apechar con todo lo que podamos. He comentado también con Escámez que tengo listo un texto programático para enviar al resto de los conjurados. Es de carácter tan generalista que no creo haya nadie que pueda oponerse o quitarle una coma. Quizá lo tachen de timorato, pero es lo que hay a día de hoy.
Emiliano, por su parte, ya ha colocado la mesa en el planchatorio y todas las noches —hoy también— estoy a la tecla: una veces escribo las pautas y otras los contenidos. Guardo copia bajo las sábanas que nunca se utilizan, porque son de camas que se han retirado (eso es al menos lo que me ha contado mi mujer), y así tengo la seguridad de que nadie las va a tocar. Consuelo no sabe nada aunque ya ha visto la mesa en una esquina: he comentado que, dado que viene el verano y puesto que es la zona más fresca de la casa, por las noches voy a retirarme a ese cuarto para acabar el libro de Dar Akobba. Es una mentira piadosa que no sé por cuánto tiempo más podré mantener ya que en el matrimonio, esta es mi opinión, más vale decir las cosas de cara y una vez que ciento de espaldas y a hurtadillas. Prefiero ponerme una vez colorado que cien amarillo. En mi caso siempre ha sido así y no veo motivos para que cambie ahora, aunque el tema que me llevo entre manos sea peliagudo. La cuestión está en encontrar el momento. Siempre pasa igual.
El doce de abril estuve en Pamplona con el general don Gonzalo Queipo de Llano, el más veleta de los veletas que haya entre todos los generales, que se encontraba, oficialmente, revisando las instalaciones que los carabineros tienen por Navarra. Conspiró contra Primo de Rivera, contra la monarquía, casó a su hija con uno de los hijos de don Niceto Alcalá Zamora, actual presidente de la República de España, y hoy es el día que en el Ejército nadie sabe a ciencia cierta si Queipo va o viene, si sube o baja, si traga o bebe. Para mí que Queipo es republicano, pero no de esta República, y ha utilizado este viaje oficial no para inspeccionar a sus carabineros sino para escrutar mi pensamiento y mis contactos, porque se muere si no está al tanto de todo. Tiene fama de ser un poco simple en sus planteamientos, algo bocazas y optimista hasta el borde del cantil. El día que nos vimos también me lo pareció.
El caso es que ha llegado a la Comandancia de Carabineros —como ya nos habíamos enterado de víspera— en un Hispano Suiza que para mí lo quisiera y antes de que se presentara sin avisar en Capitanía he ido yo a verle. No le ha sorprendido la visita y he notado que tenía muchas ganas de conversar sin testigos. Hemos estado a solas en un despacho al que me ha conducido del brazo y después de mucho preámbulo (ha comenzado diciendo que lo pasado, pasado está, que la época en la que yo era director de la Seguridad del Estado y mandé seguir sus pasos porque sospechábamos que conspiraba, también pasada está). Queipo se ha decidido por entrar a matar. Ha preguntado:
—¿Cómo llevas esto de vegetar por Navarra?
—Aburrido como más te puedas imaginar —he contestado.
—Creo que la situación se está tensando de tal forma que no va a haber vuelta a atrás posible. Percibo en los compañeros con los que hablo que hay un sentimiento en el Ejército, muy generalizado, para dar un golpe de mano y poner fin a este estado calamitoso. ¿Qué se dice por aquí? ¿Qué piensan los carlistas?
—Llevo menos de un mes en la plaza y no me ha dado tiempo de conocer a todas las fuerzas vivas. Del carlismo…, bueno, del carlismo los más exaltados dicen que se echan al monte como les toquen las instituciones privativas de Navarra. Parece que en el Gobierno hay intención de cambiar a la actual Diputación Provincial por una gestora. Esa puede ser la chispa.
—Pero a nivel general, ¿qué piensan los carlistas de cómo está España?
—Sobre esto nada te puedo decir porque nada conozco. Voy a reunirme con los carlistas, porque es su deseo y creo que mi obligación. Pero de momento…
—¿Y de la reunión que mantuvisteis Franco y tú con varios generales en Madrid…? Porque sabrás que en determinados círculos no se habla de otra cosa.
—Habladurías.
—Pero tú estuviste, ¿no?
—Estuve, y repasamos, de manera general, la situación de España.
—¿Y nada más?
—Quedamos para mantenernos en vigilia. Y a ti, ¿qué te parece la situación?
—Mala, muy mala, no nos llevemos a engaño. Yo también permanezco en vigilia. Y quiero que sepas que estaré siempre a las órdenes de una actuación mancomunada, si llega el caso y es necesaria. Conmigo puedes contar, amigo Mola, si se prepara algo.
—Desde esta esquina de la patria no llegan los sonidos de lo que se orquesta en Madrid. Tú tendrás más información que yo. ¿O no es así?
—La información que yo tengo es que hay malestar, inquietud y voluntad de cambiar el rumbo de las cosas. No he participado en reuniones pero te digo de nuevo que puedes contar conmigo de manera absoluta si algo se prepara. Si, a su vez, pasa por mi mano alguna información que considere sea de tu interés, te la haré llegar de manera discreta. A mí el Frente Popular no me merece confianza ni crédito. España necesita otra cosa, otras gentes.
—En eso también estoy de acuerdo.
—Mañana salgo para Barcelona y sondearé el ambiente. Te mantendré informado y espero que tú hagas lo mismo.
—Así quedamos. Por cierto, ¿el motivo de esta visita a Pamplona ha sido inspeccionar a tus carabineros o reunirte conmigo?
Queipo no ha contestado. Ha sonreído y me ha acompañado hasta la puerta. No ha sido necesario, por tanto, que dijera nada más.
Una semana después he recibido una carta manuscrita del general, sin fecha ni firma y por conducto reglamentario (lo cual me pareció una imprudencia), en la que me informa de su paso por Barcelona y de varias entrevistas que había mantenido con oficiales de carabineros. En síntesis, Queipo dice que en aquella ciudad también «hay ambiente» y que son varios los oficiales del cuerpo que están dispuestos para lo que sea menester. Me comunica que el comandante Álvarez Holguín, que es el jefe en Barcelona, según creo, va a hacer de enlace conmigo y que me hará llegar informes sobre cómo está la situación en la capital catalana. Lo único que espero de Queipo es que sea más discreto de lo que ha venido siendo hasta ahora, y más eficaz. En la tarea de edificar de nuevo España a partir de cimientos diferentes no sobramos ninguno de los que tenemos vocación de servicio a la patria. Pero en esta hora difícil hay que andar, no me canso de repetirlo, con los pies albardados en plomo. Deseo que Queipo se aplique el cuento y responda.
En cuanto a la cadencia que llevan las cosas, en mi opinión todo marcha según su ritmo y no seré yo quien fuerce nada. Por la comandancia hay oficiales que pretenden cambiar el paso y marchar corriendo pero, si ha de ser así, anuncio ya que no será con mi concurso. Estos oficiales impetuosos son gente joven y a veces se muestran incapaces de controlar no ya los sentimientos, sino los impulsos; creen que las ganas y la valentía, o el coraje, son armas suficientes para organizar un movimiento, pero no se paran a pensar en demasía que se trata de or-ga-ni-zar, y eso supone aunar voluntades, designar cometidos, concretar los criterios, analizar los efectivos y establecer plazos. Y todo esto tiene su ritmo. Si se fuerza, existe el riesgo de que nos descubran y se vaya todo al garete. Se lo he comentado a Emiliano, que es el portavoz de los inquietos, y hemos convenido que un día de estos quizá sea procedente mantener una reunión y dejar las cosas claras. No quiero prisas, ni presiones, ni palmadas a la espalda. Cada uno a lo suyo, que aquí hay tajo para todos. Lo que tenga que ser será, y a su debido momento. No por añadir presión a la máquina conseguiremos antes el objetivo. Piano piano, piú lontano.