Junto a Mary, el agente de la CIA Dan Mageboom dijo: —Ya has oído lo que ha dicho el hongo del cieno; en esa nave viaja el cómico televisivo Bunny Hentman, que se encuentra en nuestra lista de los hombres más buscados. —Agitado, Mageboom se tiró del cuello, obviamente buscando el transmisor intercomunicador que lo unía al poderoso relé de la CIA a bordo de las naves terranas que aguardaban cerca de allí.
—También he oído que el hongo ha dicho —afirmó Mary— que no eres una persona, sino un simulacro.
—Persona, simulacro —dijo Mageboom—. ¿Qué más da? —Encontró el micrófono del intercomunicador y habló, prescindiendo de ella, para contar a sus superiores que al fin había aparecido Bunny Hentman. Basándose, pensó Mary, en las palabras de un hongo ganimediano. La credulidad de la CIA era incomprensible. No obstante, probablemente fuera cierto. No había duda de que Hentman estaba en la nave; tenía como señal de identificación el símbolo del conejo que tan bien conocían los espectadores de su programa.
Entonces recordó el desagradable episodio sucedido cuando se acercó a la organización de Hentman buscando un trabajo para Chuck como guionista. Se le habían insinuado con habilidad y elegancia, y ella no lo había olvidado, ni lo olvidaría jamás. Un «trato complementario»; así lo habían llamado eufemísticamente. Esos cerdos canallas, pensó mientras contemplaba cómo la nave se posaba como una enorme pelota pinchada.
—Mis instrucciones —dijo de pronto Mageboom en voz alta— son acercarme a la nave de Hentman e intentar arrestarlo. —Se puso en pie; asombrada, lo miró correr hacia la nave aparcada. ¿Debo dejar que se vaya?, se preguntó. ¿Por qué no?, decidió, y bajó el rayo láser. No tenía nada contra Mageboom, humano o simulacro, lo que fuera. En cualquier caso, era francamente inútil, como todo el personal de la CIA que había conocido durante los años que había vivido con Chuck. ¡Chuck! Al instante volvió a concentrarse en él, donde se acurrucaba con Annette Golding. Has venido de muy lejos, querido, pensó. Sólo para hacérmelo pagar. ¿Vale la pena? Pero, también has encontrado a otra mujer; me pregunto qué te parecerá tener a una esquizofrénica polimorfa como amante. Apuntó con el tubo láser y disparó.
La intensa luz blanca del foco desapareció de repente; volvió la oscuridad. Durante un instante no comprendió lo que había pasado y luego se dio cuenta de que ahora que la nave había aterrizado ya no necesitaba más iluminación; de ahí que hubiera apagado el foco. Prefería la oscuridad a la luz, como algún insecto fotófobo escondiéndose detrás de una estantería.
No sabía si el disparo había dado a Chuck.
Maldita sea, pensó con furiosa consternación. Y entonces sintió miedo. Después de todo, era ella la que estaba en peligro; Chuck se había convertido en un asesino, había venido para matarla… Era perfecta, racional y completamente consciente de ello; su presencia en la luna corroboraba lo que ella, gracias a su intuición profesional, sospechaba desde hacía mucho tiempo. Entonces se le ocurrió que durante el viaje y los primeros días en Alfa III M2 Chuck podía haber sido fácilmente el habitante del simulacro Mageboom. ¿Por qué no lo había hecho entonces, en lugar de esperar? En cualquier caso, ya no era así, porque el simulacro tenía que ser controlado desde Terra; aquélla era la política de la CIA, como muy bien sabía ella gracias a lo que Chuck le había contado a lo largo de los años.
Debería irme, se dijo. Antes de que lo haga. ¿Adónde puedo ir? Las naves de guerra no pueden acercarse porque esos lunáticos y maníacos han puesto el escudo; todavía deben de estar intentando atravesarlo, supongo… Fuera cual fuera la razón por la que había perdido contacto con los militares terranos. Y ahora Mageboom se había ido; ya no podía usarlo para llegar a las naves. Ojalá estuviera en la Tierra, se dijo tristemente. Este proyecto ha terminado de una manera terrible. Es una locura, Chuck y yo intentando matarnos el uno al otro; ¿cómo hemos podido llegar a una situación tan horrible y psicopática? Pensaba que habíamos logrado separarnos… ¿No lo consiguió el divorcio?
Nunca debería haberle dicho a mi abogado Bob Alfson que hiciera esas fotos potenciales de Chuck y aquella chica, pensó. Probablemente haya sido eso lo que le ha hecho actuar así. Sin embargo, era demasiado tarde; no sólo había conseguido las fotos, sino que además las había utilizado en el juicio. Ahora eran de dominio público; cualquiera que tuviera un poco de curiosidad morbosa podía buscar la grabación del juicio, animar las fotos y disfrutar de las secuencias de Chuck y Joan Trieste haciendo el amor. En vinces hoc signo, cielos…
Chuck, pensó, me gustaría rendirme; me gustaría acabar con todo esto, por mí, si no por ti. ¿No podemos ser… amigos?
Era malgastar esperanzas.
Algo extraño se retorcía en el horizonte; se sobresaltó, asombrada por su tamaño. Era demasiado grande para ser de fabricación humana. Había algo vivo en la atmósfera; las estrellas se ensombrecieron, parcialmente apagadas en esa zona, y la cosa, fuera lo que fuera, empezó a adoptar una forma casi luminosa.
Tenía la forma de un gran lagarto y Mary no tardó en darse cuenta de lo que estaba viendo: era una proyección esquizofrénica, parte del mundo primordial que experimentaban los psicopáticos avanzados, y evidentemente una entidad habitual en Alfa III M2. Pero ¿por qué lo estaba viendo ella?
¿Podía un esquizofrénico —o quizá varios, trabajando conjuntamente— haber coordinado sus percepciones psicopáticas con alguien con poderes psiónicos? Extraña idea, pensó nerviosamente, y esperaba que ésa no fuera la explicación. Porque sería letal que aquella gente hubiera dado con una combinación así durante su cuarto de siglo de libertad.
Recordó al hebefrénico que había conocido en Ciudad Gandhi… Aquel a quien, quizá con razón, llamaban santo, Ignatz Ledebur. Entonces había sentido, a pesar de la suciedad, que desprendía algo, el aroma vigorizante pero terrorífico de las capacidades innaturales dirigidas quién sabe adónde. En cualquier caso, Ledebur la había fascinado.
El lagarto —que parecía bastante real— se estiró, torció el prolongado cuello y abrió las mandíbulas. Y de ellas salió una aparición como una bola de fuego, encendiendo aquella parte del cielo; la bola de fuego se elevó como transportada por la atmósfera, y Mary dio un suspiro de alivio: por lo menos se alejaba en lugar de descender. La verdad es que la inquietaba. El espectáculo no le gustaba ni un pelo; se parecía demasiado a algunas secuencias de sueños secretos que había tenido cuando dormía, pero que no había comentado ni meditado, que ni siquiera quería estudiar en privado, y mucho menos comentar con alguien, con cualquier psiquiatra profesional. No lo permita Dios.
La bola de fuego dejó de subir. Y empezó a descomponerse en destellos de luminosidad. Los destellos cayeron, y advirtió sorprendida que temblaban y, como modeladas a mano, formaron unas palabras enormes.
Las palabras componían una señal. En su sentido más literal. Una señal, según advirtió con vergüenza y horror, dirigida a ella. Las letras resplandecientes decían:
DOCTORA RITTERSDORF, EVITE EL DERRAMAMIENTO DE SANGRE Y SE LE PERMITIRÁ IRSE.
Y luego, en letras más pequeñas, como si se les hubiera ocurrido después, lo siguiente:
EL TRIUNVIRATO SAGRADO.
Están desquiciados, se dijo Mary Rittersdorf, y sintió que una risa histérica le salía de la garganta. Yo no soy la que quiere derramamiento de sangre; ¡es Chuck! ¿Por qué diablos me lo dicen a mí? Si tan sagrados sois deberíais daros cuenta de algo tan evidente como eso. Aunque, advirtió, tal vez no era tan evidente. Había disparado a Chuck, y antes de eso había matado al soldado mans cuando huía hacia su tanque. Así que tal vez después de todo su conciencia —sus intenciones— no estaba tan limpia.
Aparecieron más palabras.
POR FAVOR, RESPONDA.
—Diablos —protestó—. ¿Como? —No se le ocurría cómo escribir su respuesta con letras de fuego en el cielo; ella no era un triunvirato de psicopáticos santos hebefrénicos sagrados. «Esto es horrible», se dijo. «Demasiado grotesco para soportarlo. Y si tengo que escucharlos, que creerles, tengo que culparme, responsabilizarme de algún modo de la malevolencia que existe entre Chuck y yo. Y no voy a hacerlo».
Entonces, de repente, surgió un resplandor rojo de láseres en las proximidades de la nave de Bunny Hentman. Era evidente que Dan Mageboom, simulacro y agente de campo de la CIA, participaba en la lucha; se preguntó cómo le iba. Probablemente no muy bien, conociendo a la CIA. Le deseó suerte, de todas formas.
Se preguntó si el Triunvirato Sagrado también tenía instrucciones para él. Mageboom podía necesitar ayuda; estaba solo, llevando a cabo un ataque frontal a la nave de Hentman, luchando con lo que ahora le parecía una dedicación inhumana. Podía ser un simulacro, claro que sí era un simulacro, se dijo, pero nadie podía decir que era cobarde. Y los demás, reflexionó, ella misma, Chuck y la chica que está con él, el hongo del cieno, incluso el soldado mans que había corrido en vano hacia su tanque en busca de protección, todos somos presas del miedo, a todos nos mueve sólo el instinto animal de salvar nuestro propio pellejo individual. Sólo Dan Mageboom, el simulacro, había pasado a la ofensiva. Y, o al menos así se lo parecía a ella, el ataque de Mageboom a la nave de Hentman estaba condenado a un ridículo fracaso.
Unas nuevas resplandecientes palabras aparecieron en el cielo. Y, gracias a dios, éstas no estaban dirigidas específicamente a ella; esta vez se ahorró la humillación de que la señalaran.
DEJAD DE PELEAR Y AMAOS
Muy bien, pensó Mary Rittersdorf, convencida. Voy a empezar; voy a amar a mi ex marido Chuck, que vino hasta aquí para matarme; ¿qué os parece como nuevo comienzo, en medio de todo esto?
El resplandor rojo de rayos láser que había alrededor de la nave de Hentman aumentó de intensidad; el simulacro no había respondido a las grandes palabras de advertencia y proseguía con su inútil aunque galantísima lucha.
Por primera vez en su vida sentía una admiración absoluta por alguien.
Desde el instante en que apareció la nave de Bunny Hentman el hongo estaba preocupado; los pensamientos que le llegaban a Chuck Rittersdorf rezumaban inquietud.
—Estoy recibiendo unos aterradores errores de valoración de los últimos acontecimientos —pensó el hongo para Chuck—. Todos emanan de la nave de Hentman; él y sus empleados, y en particular los alfanos que lo rodean, han elaborado una filosofía que lo coloca a usted, señor Rittersdorf, en el mismo centro de una conspiración ficticia contra ellos. —El hongo guardó silencio durante un intervalo.— Han enviado una nave auxiliar —pensó luego.
—¿Por qué? —dijo Chuck, y sintió que le cambiaba el ritmo cardíaco.
—Las fotos tomadas durante el funcionamiento del foco revelaron su presencia en la superficie. La nave auxiliar aterrizará; le echarán el guante; es inevitable.
Poniéndose en pie, Chuck le dijo a Annette Golding: —Voy a intentar marcharme. Usted quédese aquí. —Empezó a correr, alejándose del lugar, en ninguna dirección en particular; se limitaba a cojear por la superficie irregular lo mejor que podía. Mientras tanto, la nave de Hentman había aterrizado. Y, mientras corría, advirtió un extraño fenómeno; cerca de donde estaba la nave se veían unas líneas pálidas de estelas rojas de rayos láser. Alguien —o algún grupo— había atacado abiertamente la nave de Hentman en cuanto se había abierto la portezuela.
¿Quién?, se preguntó. No podía haber sido Mary. ¿Uno de los clanes de la luna? Tal vez una avanzadilla de los manses… Pero ¿no estaban ya lo bastante ocupados luchando contra Terra, manteniendo el dudoso escudo protector sobre Cumbres Da Vinci? Y los manses utilizarían algún otro tipo de arma en lugar del anticuado rayo láser; aquello parecía más propio de la CIA.
Mageboom, decidió. El simulacro había recibido instrucciones de luchar contra la nave de Hentman. Y como era una máquina había actuado en consecuencia.
Los manses, pensó, están luchando contra Terra; Mageboom, en representación de la CIA, está enfrentado a Hentman. Mi enemigo es mi ex mujer, Mary. ¿Cómo se explica todo esto lógicamente hablando? Debe de haber alguna manera de sacar una ecuación racional de esta extraña relación; tiene que poder simplificarse. Si los manses luchan contra Terra y Hentman lucha contra Terra, los manses y Hentman son aliados. Mary lucha contra mí, así que soy su enemigo y por tanto aliado de Terra. Mary lucha contra mí y yo lucho contra Terra, así que Mary es aliada de Hentman y por tanto enemiga de Terra. No obstante, Mary encabeza el equipo de psicólogos buenos que aterrizaron aquí; vino como representante de Terra. Entonces, Mary es enemiga y aliada de Terra al mismo tiempo.
La ecuación no era fácil… Había demasiados participantes en la refriega, haciendo demasiadas cosas ilógicas; algunos, como en el caso de Mary, completamente solos.
Pero espera; sus esfuerzos para sacar una ecuación sensata y racional de la situación habían dado fruto después de todo; mientras corría por la oscuridad descubrió su propio dilema. Él estaba huyendo para salvarse de Hentman, el compatriota de los alfanos y el enemigo de Terra; según la rigurosa e irrebatible lógica eso significaba que era aliado de Terra, lo quisiera o no. Olvidando a Mary por un momento —era evidente que sus actos no tenían la aprobación terrana— la situación estaba clara: su esperanza era llegar a la nave de guerra terrana, buscar refugio allí. A bordo de una nave terrana estaría a salvo; allí y sólo allí.
Pero los clanes de Alfa III M2 luchaban contra Terra, recordó de repente; la ecuación era aún más compleja de lo que le había parecido en un primer momento. Si él era —lógicamente— aliado de Terra, era enemigo de los clanes, enemigo de Annette Golding, de todos los habitantes de la luna.
Delante de él se veía su sombra, débilmente. Se había materializado alguna luz, procedente del cielo. ¿Otro foco? Volviéndose, se detuvo durante un momento.
Y vio, en el cielo, unas enormes letras de fuego, un mensaje dirigido nada menos que a su esposa. Evite el derramamiento de sangre, le aconsejaba la señal. Y se le permitirá irse. Era evidente que se trataba de una manifestación de las demenciales y estúpidas tácticas de los psicopáticos que allí vivían, probablemente de los deteriorados, los hebefrénicos de Ciudad Gandhi. Mary, por supuesto, no les haría caso. Sin embargo, la resplandeciente señal le mostró un nuevo factor: los clanes de aquella luna consideraban a Mary como enemiga. Mary también era enemiga suya; había intentado matarla, y ella a él. Por tanto, según la lógica, él era aliado de los clanes. Pero su relación con Terra lo convertía en enemigo de los clanes. Así que no había manera de dejar de lado la conclusión de toda la línea de razonamiento lógico, por triste que fuera. Era aliado y enemigo de los clanes de Alfa IIIM2; estaba de su parte y en el bando contrario.
En ese punto se rindió. Renunció a utilizar la lógica. Volviéndose, echó a correr una vez más.
El antiguo dicho, proveniente de las meditaciones de los sofisticados reyes guerreros de la antigua India, de que «el enemigo de mi enemigo es amigo mío» no funcionaba en aquella situación. Y así estaban las cosas.
Algo zumbó a poca distancia por encima de su cabeza. Y una voz, magnificada artificialmente, le gritó: —¡Rittersdorf! ¡Deténgase, quédese quieto! O lo mataremos ahí mismo. —La voz atronaba y resonaba, rebotando en el suelo; la habían dirigido a él, desde lo que sabía que era la nave auxiliar de Hentman. Tal como había predicho el hongo, lo habían encontrado.
Se detuvo, jadeando.
La nave flotaba en el aire a diez pies de altura. Una escalera metálica bajó ruidosamente y la voz magnificada artificialmente volvió a darle instrucciones. —Suba por la escalera, Rittersdorf. ¡No piérda el tiempo, rápido! —En la oscuridad de la noche, iluminada sólo por la señal resplandeciente del cielo, la escalera de magnesio se balanceaba en la nada, como una especie de enlace con lo sobrenatural.
Chuck Rittersdorf se aferró a la escalera y empezó a subir con una reluctancia plomiza y el corazón encogido. Un momento después dejó la escalera y se encontró en la cabina de control de la nave. Enfrente había dos terranos de mirada salvaje con pistolas láser. Enemigos a sueldo de Bunny Hentman, advirtió. Uno era Gerald Feld.
La escalera volvió a subir; la nave salió velozmente en busca de su nave hermana.
—Le hemos salvado la vida —dijo Feld—. Esa mujer, su ex esposa, le habría arrancado la piel si se hubiera quedado allí.
—¿Y? —dijo Chuck.
—Y le estamos devolviendo bien por mal. ¿Qué más puede pedir? No encontrará a Bunny preocupado u ofendido; es demasiado gran hombre para tomárselo a mal. Después de todo, no importa lo mal que vayan las cosas, siempre puede emigrar al Imperio alfano. —Feld consiguió sonreír, como si le pareciera una feliz idea. Desde el punto de vista de Hentman, significaba que las cosas eran soportables, después de todo; había una salida.
La nave llegó a donde estaba su compañera; se abrió un tubo de entrada y se colocó dentro y luego se deslizó sin usar el motor hasta su lugar de reposo, en las profundidades de la enorme nave.
Cuando se abrió la portezuela de la nave auxiliar, Chuck Rittersdorf se halló frente a Bunny Hentman, que se limpió la frente colorada y dijo: —Algún lunático nos está atacando. Por cómo lo hace debe de ser alguno de los psicopáticos, supongo. —La nave vibró.— ¿Veis? —dijo Hentman, con furia—. Nos está atacando con un arma pesada. —Saludando a Chuck con la mano, dijo: —Venga conmigo, Rittersdorf; quiero hablar con usted. Ha habido un malentendido entre yo y usted, pero creo que todavía podemos solucionarlo. ¿De acuerdo?
—Entre usted y yo —dijo Chuck, corrigiéndolo automáticamente. Hentman lo guió por un estrecho pasillo. Nadie parecía estar apuntándolo con un rayo láser, pero obedeció de todas formas; había una posibilidad en potencia, pues era evidente que seguía siendo prisionero de la organización.
Una chica que sólo llevaba un pantalón corto, desnuda hasta la cintura, cruzó el pasillo delante de ellos, fumando un cigarrillo pensativamente. Tenía algo que a Chuck le resultó familiar. Y luego, cuando desapareció por una puerta, se dio cuenta de quién era. Patty Weaver. En su huida del Sistema Solar, Hentman había sido lo bastante previsor para llevarse consigo al menos a una de sus amantes.
—Estoy aquí —dijo Hentman, abriendo una puerta.
Una vez dentro de la pequeña y vacía habitación, Hentman cerró las dos con llave y a continuación empezó a caminar a paso inquieto y frenético. Durante un rato no dijo nada; seguía preocupado. De vez en cuando la nave vibraba por causa de los impactos recibidos. En una ocasión la luz llegó a debilitarse, pero no tardó en recuperarse. Hentman levantó la vista y reanudó su paseo.
—Rittersdorf —dijo Hentman—, no tengo alternativa; tengo que irme… —Se oyó un golpe en la puerta.— Santo Dios —dijo Hentman, y fue a abrir la puerta con un golpe—. Ah, eres tú.
Fuera, ahora con una camisa de algodón no arremetida en el pantalón y sin abrochar, Patty Weaver dijo: —Sólo quería pedir disculpas al señor Rittersdorf por…
—Vete —dijo Hentman, cerrando la puerta. Se volvió para mirar a Chuck—. Tengo que ir a visitar a los alfanos. —Más sudor, en enormes gotas como de cera, surgió de su frente; no se molestó en limpiárselas.— ¿Acaso me culpa? Esa puta CIA ha arruinado mi carrera televisiva; en Terra no me queda nada. Si puedo…
—Tiene los pechos grandes —dijo Chuck.
—¿Quién? ¿Patty? Ah, sí. —Hentman asintió.— Bueno, es la operación esa que hacen en Hollywood y Nueva York. Está más a la moda que la dilatación, y ésa también se la ha hecho. Habría quedado estupenda en el programa. Como un montón de cosas, lástima que no funcionara. Mire, demonios, casi no salgo de Brahe City. Creían que me tenían, pero me dieron el chivatazo, claro. Justo a tiempo. —Echó una mirada nerviosa y acusadora a Chuck.— Mi única salvación es entregar Alfa III M2 a los alfanos; entonces podré vivir tranquilo el resto de mi vida. De lo contrario, si Terra se hace con el control de la luna, estoy perdido. —Ahora tenía aspecto cansado y deprimido; parecía haberse encogido. Decirle aquello a Chuck había sido demasiado para él.— ¿Qué me dice? —murmuró Hentman—. ¿No tiene nada que comentarme?
—Hum —dijo Chuck.
—¿Eso es decir algo?
—Si cree —dijo Chuck— que todavía tengo influencia sobre mi ex mujer y el informe que redacte para TERPLAN…
—No —dijo Hentman, negando con la cabeza secamente—. Sé que no puede influir lo que decida sobre esta operación; los hemos visto allí abajo, disparándose al azar uno a otro. Como animales. —Había recuperado la energía y tenía el ceño fruncido.— Usted mató a mi cuñado, Cherigan; es muy capaz de matar a su mujer, en realidad lo está deseando… ¿Qué clase de gente es? Nunca había visto nada igual. Y filtrar a la CIA el lugar donde me encontraba, para colmo.
—El Paráclito nos ha abandonado —comentó Chuck.
—¿El periquito? ¿Qué periquito? —Hentman arrugó la nariz.
—Hay una guerra allí abajo. Dejémoslo así. A lo mejor eso lo explica en parte. Si no… —Se encogió de hombros. No podía hacerlo mejor.
—Esa chica algo gorda que estaba con usted —dijo Hentman—. Cuando le estaba disparando su mujer. Es una loca del lugar, ¿verdad? De uno de los asentamientos, ¿no? —Echó a Chuck una mirada penetrante.
—Podría decirse que sí —dijo Chuck, de mala gana; no le gustaba especialmente la elección de palabras.
—¿Puede llegar al consejo supremo de los asentamientos o lo que sea a través de ella?
—Supongo.
—Sólo hay una solución factible —dijo Hentman—. Con o sin su puto periquito o lo que sea. Que usted haga una proposición al consejo. —Levantándose, Hentman dijo con firmeza:— Dígales que pidan protección a los alfanos contra Terra. Dígales que tienen que pedir a los alfanos que vengan y ocupen la luna. Así se convertirá legalmente en territorio alfano según esos putos protocolos o lo que sean; yo no los entiendo del todo, pero los alfanos sí y Terra también. Y a cambio… —No apartaba los ojos del rostro de Chuck; aquellos ojos minúsculos que no pestañeaban y desafiaban a todo el mundo, a todas las cosas.— Los alfanos garantizarán las libertades civiles de los clanes. Nada de hospitalización. Nada de terapia. No se os tratará de locos; se os tratará como colonos bona fide, propietarios de la tierra y dedicados a la manufactura y al comercio, o lo que hagáis.
—A mí no me incluya —dijo Chuck—. Yo no soy miembro de ningún clan, aquí.
—¿Cree que aceptarán, Rittersdorf?
—Yo… la verdad es que no lo sé.
—Seguro que sí. Ya estuvo aquí antes, en ese simulacro de la CIA. Nuestro agente, nuestro informador en la CIA, nos contó todos sus movimientos.
Así que había un agente de Hentman en la CIA. No se había equivocado; se habían infiltrado en la CIA. Exactamente como era de esperar, también.
—No me mire de esa manera —dijo Hentman—. Ellos tienen algún chivato aquí; no lo olvide. Por desgracia, nunca he averiguado quién es. A veces pienso que es Jerry Feld; otras creo que es Dark. En cualquier caso, fue nuestro agente de la CIA el que nos dijo que a usted lo habían despedido, y por tanto lo echamos. ¿De qué nos servía si no podía llegar a su esposa en Alfa III M2? Quiero decir, seamos razonables.
—Y a través del agente que tienen en su organización… —dijo Chuck.
—Sí, la CIA supo que había abandonado la idea del guión y lo había echado en cuestión de minutos, así que fueron a cogerme, creían ellos, tal como usted leyó en los diarios. Pero claro, a través del agente que tengo en la CIA supe que la hoja estaba a punto de caer y me fui. Y el agente que tienen ellos en mi organización les hizo saber que había dejado Terra, aunque no sabía exactamente adónde había ido. Sólo lo sabían Cherigan y Feld. —Con filosofía, Hentman dijo:— Tal vez nunca sepa quién es su agente. Ahora no importa. Llevo mis tratos con los alfanos en secreto, incluso para mi gente, porque supe que se habían infiltrado aquí desde el principio, claro. —Sacudió la cabeza.— Qué follón.
—¿Quién es su agente en la CIA? —dijo Chuck.
—Jack Elwood. —Hentman sonrió desproporcionadamente, disfrutando de la reacción de Chuck.— ¿Por qué supone que accedió a entregarle esa nave de caza tan cara? Yo le dije que lo hiciera. Quería que viniera aquí. ¿Por qué cree que Elwood insistió tanto originalmente para que controlara el simulacro Mageboom? Era mi estrategia. Desde el principio. Ahora bien, vamos a ver qué información tiene sobre esos clanes y por dónde van a saltar.
No era extraño que Hentman y sus guionistas hubieran sido capaces de inventarse el supuesto «guión televisivo» que le habían arrojado a los pies; gracias a Elwood estaban en el centro de todo, tal como ahora admitía Hentman.
Sin embargo, aquello no era del todo cierto. Elwood pudo informar a la CIA de la existencia del simulacro Mageboom, de quién lo controlaba y dónde se encontraba. Pero nada más. Elwood no sabía el resto.
—Es cierto que he estado aquí antes —dijo Chuck—. Y que he pasado algún tiempo aquí, pero en el asentamiento hebe, que no es representativo; los hebes están en lo más bajo de la escala. No conozco ni a los pares ni a los manses, que son los únicos que llevan el cotarro aquí. —Recordó el brillante análisis que había hecho Mary de la situación, su descripción del complicado sistema de castas vigente en Alfa IIIM2. Había demostrado ser correcto.
—¿Está dispuesto a intentarlo? —dijo Hentman, con los ojos brillantes—. Personalmente, creo que todos tienen algo que ganar; yo en su lugar aceptaría. La otra alternativa es volver a la hospitalización forzosa, nada más. O lo toman o lo dejan… Explíqueselo así. Y yo le diré lo que va a sacar a cambio.
—Claro que sí —dijo Chuck—. Extiéndase sobre ese aspecto.
—Si lo hace, le diremos a Elwood que lo readmita en la CIA.
Chuck guardó silencio.
—Kriminy —dijo Hentman lastimeramente—. No necesita molestarse en contestar. Muy bien, ya sabe que Patty está en esta nave. Le diremos que sea amable con usted. ¿Sabe a lo que me refiero? —Parpadeó rápida, nerviosamente.
—No —dijo Chuck con énfasis. Había resultado demasiado desagradable.
—De acuerdo, Rittersdorf. —Hentman suspiró— Vamos a ofrecerle mucho más. Si hace eso por nosotros, nosotros le daremos un hueso muy grande, algo mucho mejor que lo dicho. —Respiró profunda y sonoramente.— Le prometemos que nos encargaremos de matar a su mujer por usted. De la manera más indolora y rápida posible. Y eso es una manera muy indolora… y muy rápida.
Al cabo de lo que a los dos hombres les pareció un tiempo interminable, Chuck dijo: —No entiendo por qué cree que quiero a Mary muerta. —Fue capaz de sostener la perspicaz mirada de Hentman, pero sólo con un gran esfuerzo.
—Tal como le he dicho —respondió Hentman—, estuve observando cómo ustedes dos se disparaban el uno al otro como un par de animales salvajes.
—Me estaba defendiendo.
—Claro —dijo Hentman, asintiendo con la cabeza en una parodia de conformidad.
—Nada de lo que vio en esta luna sobre Mary y yo pudo decirle eso. Debió de llegar a Alfa IIIM2 sabiéndolo. Y no lo supo a través de Elwood, porque él tampoco podía saberlo, así que ahórrese la molestia de decirme que Elwood…
—Vale —dijo Hentman bruscamente—. Elwood nos contó la parte del simulacro, usted y Mageboom; así es como metí eso en el guión. Pero no voy a decirle de dónde saqué el resto. Y punto.
—Pues yo no voy a presentarme al consejo —dijo Chuck—. Y punto, también.
—¿Qué importa cómo lo averigüé? —dijo Hentman, con una mirada feroz—. Lo sé; déjelo así. Yo no pedí esa información; la añadimos como idea adicional porque cuando ella me dijo… —Se detuvo inmediatamente.
—Joan Trieste —dijo Chuck. Trabajando con el hongo del cieno; tenía que ser aquello. Así que ya había salido a la luz. Sin embargo, a aquellas alturas no tenía importancia.
—No nos desviemos del asunto principal. ¿Quiere que matemos a su mujer o no? Decídase. —Hentman esperó impacientemente.
—No —respondió Chuck. Sacudió la cabeza. No tenía la menor duda. La solución estaba a su alcance y la rechazó. Y con determinación.
—Quiere hacerlo usted mismo —comentó Hentman con una mueca.
—No —dijo. No era así—. Su oferta me ha hecho acordarme del hongo y de cuando Cherigan lo mató en el vestíbulo de mi apartamento; podría verlo otra vez, sólo que con Mary en lugar de Lord Running Clam. —Y, pensó, eso no es lo que quiero en absoluto. Es evidente que me he equivocado. Ese terrible acontecimiento me enseñó algo, y no puedo olvidarlo. Pero ¿qué es lo que quiero con respecto a Mary? No lo sabía. Y tal vez no lo supiera nunca.
Hentman había sacado el pañuelo para enjugarse la frente una vez más. —Qué lío. Usted y su vida doméstica; está arruinando los planes de dos imperios enteros interestelares, el de Terra y el de Alfa… ¿Se lo ha planteado así alguna vez? Me rindo. Sinceramente, me alegro de que haya dicho que no, pero no creo que podamos encontrar otro incentivo que ofrecerle; creíamos que eso era lo que quería sacar de todo esto.
—Yo también lo creía —dijo Chuck. Debe de ser porque aún estoy enamorado de ella, advirtió. De la mujer que mató a aquel soldado mans cuando intentaba volver a su tanque. Pero, al menos ante sus propios ojos, estaba intentando protegerse, y ¿quién podía culparla por eso?
Llamaron a la puerta una vez más. —¿Señor Hentman?
Bunny Hentman abrió la puerta. Gerald Feld entró rápidamente.
—Señor Hentman, hemos captado los pensamientos telepáticos de un hongo ganimediano. Se encuentra fuera, cerca de la nave. Quiere que se le permita entrar para… —Echó una ojeada a Chuck.— Para estar con el señor Rittersdorf; dice que quiere «compartir su destino». —Feld hizo una mueca.— Es obvio que está muy preocupado por él. —Parecía disgustado.
—Deje entrar a esa maldita cosa —le ordenó Hentman. Cuando Feld se fue se dirigió a Chuck—. Para ser sincero, no sé lo que va a ser de usted, Rittersdorf; parece haber conseguido destruir su vida en todos los sentidos. Su matrimonio, su trabajo, viajar hasta aquí y luego cambiar de opinión… ¿Qué le pasa?
—Creo que a lo mejor ha vuelto el Paráclito —dijo Chuck. Así parecía, en vista del hecho de que había declinado, en el último momento, la oferta de Hentman sobre Mary.
—¿Qué es eso?
—El Espíritu Santo —dijo Chuck—. Está dentro de todos los hombres. Pero es difícil de encontrar.
—¿Por qué no llena el vacío con algo noble, como salvar a los locos de Alfa III M2 de una hospitalización forzosa? —dijo Hentman—. Al menos podría volver a la CIA. Hay un par de valiosos militares alfanos en la nave… En cuestión de horas pueden pedir oficialmente la posesión formal y legal de esta luna. Las naves de guerra terranas están rondando por aquí cerca, por supuesto, pero eso sólo demuestra que hay que actuar con mucha cautela. Usted fue agente de la CIA; debería ser capaz de resolver una situación tan delicada como ésta.
—Me pregunto cómo sería —dijo Chuck— pasarse el resto de la vida en una luna habitada exclusivamente por psicopáticos.
—¿Cómo diablos cree que ha vivido usted? Yo definiría su relación con su ex mujer como psicopática. Se las arreglará; encontrará alguna chica para reemplazar a Mary. De hecho, cuando apagamos el foco pudimos ver bastante bien gracias a las fotos, a la que estaba acurrucada a su lado. No está mal, ¿verdad?
—Annette Golding —dijo Chuck— Esquizofrenia polimorfa.
—Sí, pero aun así serviría, ¿no?
—Es posible —dijo Chuck después de una pausa. Él no era médico, pero Annette no le había parecido muy enferma. De hecho, mucho menos que Mary. Pero claro, a Mary la conocía mejor. Sin embargo…
Volvieron a llamar a la puerta; se abrió y Gerald Feld dijo: —Señor Hentman, hemos descubierto la identidad del individuo que nos está atacando. Se trata del simulacro de la CIA, Daniel Mageboom. El hongo ganimediano nos ha dado esta información en agradecimiento por haberle dejado entrar en la nave —explicó—. Tengo una idea.
—La misma que yo —dijo Hentman—. Y si no lo es, no quiero oírla. —Se volvió hacia Chuck.— Vamos a ponernos en contacto con Jack Elwood, de la oficina de la CIA en San Francisco; le diremos que aparte al operario del simulacro, sea quien sea, probablemente Petri. —Era obvio que Hentman conocía muy bien el funcionamiento de la oficina de la CIA en San Francisco.— Entonces, Rittersdorf, haremos que usted asuma el control del simulacro desde aquí. Mientras no se interrumpa el contacto por radio podrá hacerlo, y lo único que necesitamos son unas cuantas instrucciones; limítese a programarlo para que se desactive y se mantenga a un lado. ¿Lo hará?
—¿Por qué debería hacerlo? —dijo Chuck.
Parpadeando, Hentman respondió: —Por… porque si sigue utilizando ese rayo láser alcanzará el almacén de energía y nos hará volar por los aires; por eso.
—En ese caso, usted también moriría —le dijo Feld a Chuck— Usted y su hongo ganimediano.
—Si me presento ante el consejo supremo de esta luna —le dijo Chuck a Hentman—, y les pido que pidan protección a los alfanos, y lo hacen, eso puede provocar otra guerra entre Alfa y Terra.
—Oh, diablos, no —dijo Hentman enfáticamente—. A Terra no le importa tanto esta luna; la Operación Cincuenta Minutos es sólo una ocurrencia secundaria, muy secundaria, sin la menor importancia. Créame, tengo muchos contactos; lo sé. Si tanto le importara a Terra habrían venido hace años. ¿Verdad?
—Eso es verdad —dijo Feld—. Nuestro agente de TERPLAN lo comprobó hace algún tiempo.
—Creo que es una buena idea —dijo Chuck.
Tanto Hentman como Feld suspiraron visiblemente aliviados.
—Lo llevaré a Adolfvilla —dijo Chuck—, y si consigo que los clanes vuelvan a convocar el consejo supremo les expondré la idea. Pero lo haré a mi manera.
—¿Qué significa eso? —preguntó Hentman con nerviosismo.
—Yo no soy orador ni político —dijo Chuck—. Mi trabajo era programar material para los simulacros. Si consigo hacerme con el control de Mageboom le haré presentarse ante el consejo; puedo hacerle dar mejores argumentos que los que se me ocurrirían a mí. —Y además, aunque eso no lo dijo, estaría mucho más seguro en la nave de Hentman que en Adolfvilla. Porque los militares terranos podían romper el escudo de los manses en cualquier momento, y una de las primeras cosas que harían sería cercar el consejo. Era poco probable que alguien que en ese momento se encontrara ante el consejo, proponiéndoles que se aliaran con el Imperio alfano, saliera de allí con vida. La propuesta, viniendo de un ciudadano de Terra como él, sería considerada, con razón, un acto de traición.
Lo que estoy haciendo, advirtió Chuck con asombro, es nada menos que unir mi suerte a la de Hentman.
Los pensamientos del hongo llegaron hasta él, tranquilizadores. —Ha tomado la decisión correcta, señor Rittersdorf. Primero al permitir que su mujer siga viviendo y ahora con esto. En el peor de los casos todos quedaremos sometidos a los alfanos. Pero estoy seguro de que podremos sobrevivir bajo su autoridad.
Hentman, que también había oído los pensamientos, sonrió. —¿Cerramos el trato? —le preguntó a Chuck, tendiéndole la mano.
Se estrecharon la mano. El trato más razonable, para bien o para mal, estaba cerrado.