9

Como si de un presagio benigno se tratara, Patricia Weaver estaba en casa; abrió la puerta del apartamento y dijo: —Oh, cielos, así que usted es el hombre de mi guión. Qué pronto ha llegado; en el vidfono dijo…

—Terminé antes de lo que esperaba. —Chuck entró en el apartamento y echó un vistazo a los muebles, excesivamente modernos; eran de estilo neoprecolombino, basado en los recientes descubrimientos arqueológicos de la cultura inca, en América del Sur. Por supuesto, todos los muebles estaban hechos a mano. Y en las paredes pendían unos cuadros animados modernos, que nunca paraban de moverse; consistían en unas máquinas bidimensionales que emitían un ruido suave, como el rugido de un mar distante. O, pensó él con más sentido práctico, como un autofac subterráneo. No estaba seguro de que le gustaran.

—Lo ha traído con usted —dijo la señorita Weaver, encantada. Llevaba (extrañamente para aquella hora de la tarde) un vestido de alta costura de París, como los que Chuck había visto en revistas, pero nunca en la vida real. Aquello no tenía nada que ver con su mesa de la CIA. El vestido era ostentoso y complejo, como los pétalos de una flor no terrana; debía de haberle costado mil skins, decidió Chuck. Era un vestido muy adecuado para conseguir un trabajo; el pecho derecho, firme y subido estaba completamente descubierto; iba a la última moda. ¿Estaría esperando a alguien más? ¿A Bunny Hentman, por ejemplo?

—Iba a salir —explicó Patty—. A un cóctel. Pero llamaré para cancelarlo. —Se acercó al vidfono; los tacones altos y finos golpearon el suelo sintético de estilo inca.

—Espero que le guste el guión —dijo él, deambulando y sintiéndose insignificante. Aquello lo superaba: el vestido, caro y elaborado; los muebles hechos a mano… Se detuvo frente a un cuadro y observó cómo las superficies abstractas se deslizaban y cambiaban, formando combinaciones completamente nuevas e irrepetibles.

Patty regresó del vidfono. —Lo he encontrado antes de que se fuera de los Estudios MGB. —No especificó a quién y Chuck decidió no preguntar; probablemente lo desanimaría todavía más.— ¿Quiere beber algo? —Se dirigió al aparador, abrió un armario precolombino de oro y madera y empezó a sacar botella tras botella.— ¿Le apetece un Wuzzball Jónico? Es estupendo; tiene que probarlo. Apuesto a que no ha llegado a California del Norte… Allí la gente es tan… —Gesticuló.— Tan superflua. —Empezó a mezclar bebidas.

—¿Puedo ayudarla? —Se acercó a ella, sintiéndose serio y protector… O al menos intentando serlo.

—No, gracias. —Patty le tendió el vaso con pericia.— Déjeme preguntarle algo —dijo—, antes de ver el guión. ¿Mi parte es importante?

—Hum —dijo él. La había hecho lo más grande que le había sido posible, pero lo cierto era que se trataba de un papel secundario. La cabeza del pescado era para ella, pero los filetes, necesariamente, eran para Bunny.

—Eso significa que es pequeño —dijo Patty, que se fue al sofá en forma de banco y se sentó; los pétalos del vestido se extendieron a ambos lados—. Déjeme verlo, por favor. —Ahora tenía un aire astuto y muy profesional; estaba absolutamente tranquila.

Sentándose frente a ella, Chuck le entregó las páginas del guión. Incluían lo que le había enviado a Bunny y la parte más reciente, su parte en concreto, que Bunny no había visto aún. Tal vez no era lo más apropiado enseñarle el guión a Patty antes de que lo viera Bunny… Pero había decidido hacerlo, fuera un error o no.

—Esa otra mujer —dijo Patty poco después; no le había llevado mucho tiempo echarle una ojeada—. La esposa. La mandona que Ziggy decide matar. Su parte es mucho mayor; está en todas partes, y yo sólo en esta escena. En la oficina… En el edificio de la CIA… —Señaló el papel.

Lo que Patty decía era cierto. Había hecho cuanto había podido, pero allí estaba; los hechos eran los hechos, y Patty era demasiado profesional para que la engañaran.

—La hice lo más grande que me fue posible —dijo él honestamente.

—Es casi uno de esos horribles papeles en los que la chica sólo tiene que estar sexy, sin hacer nada —dijo Patty—. No quiero aparecer simplemente con un vestido escotado y servir de adorno. Soy una actriz; quiero diálogo. —Le devolvió el guión.— Por favor —dijo—, señor Rittersdorf, por dios, deme una parte más grande. Bunny no ha visto esto, ¿verdad? Sólo usted y yo. A lo mejor podemos inventarnos algo. ¿Qué le parece una escena en un restaurante? Ziggy está con la chica, Sharon, en un restaurante pequeño, moderno y apartado, y aparece su mujer… Ziggy discute con ella allí, no en su apartamento, y así Sharon, mi personaje, también puede participar en esa escena.

—Hum —dijo él. Sorbió su bebida; era una mezcla extraña y dulce, muy parecida a la hidromiel. Se preguntó qué tendría. Frente a él, Patty ya se había terminado la suya; ahora volvía al aparador para prepararse otra.

Él también se levantó y fue a su lado; junto a él, el hombro pequeño de ella se movía y a Chuck le llegó el extraño aroma de la bebida que estaba haciendo. Un ingrediente, advirtió, venía en una botella que evidentemente no era de Terra; las letras impresas parecían alfanas.

—Es de Alfa I —dijo Patty—. Me lo dio Bunny; lo sacó de unos alfanos que conoce; Bunny conoce todos los tipos de criaturas del universo habitado. ¿Sabía que estuvo viviendo en el Sistema Alfano? —Levantó el vaso, se volvió para mirarlo y bebió pensativamente.— Me gustaría visitar otro sistema. Debe de hacerle sentir a uno casi superhumano, ya sabe.

Dejando el vaso, Chuck puso las manos en los hombros pequeños, bastante duros, de Patty Weaver; el vestido se arrugó. —Puedo hacer su parte un poco más extensa —dijo.

—Bien —dijo Patty. Se inclinó sobre él, suspiró y apoyó la cabeza en su hombro—. Significa mucho para mí —dijo. Sus cabellos, largos y rojizos, rozaron el rostro de Chuck y le hicieron cosquillas en la nariz. Tomó el vaso de la chica y bebió un sorbo, y luego lo dejó en el aparador.

Lo siguiente que supo fue que estaban en el dormitorio.

Las bebidas, pensó. Mezcladas con el estimulante del tálamo GB-40 que me dio Lord como se llame. La habitación estaba casi a oscuras, pero distinguió, detrás de su brazo derecho, a Patty Weaver sentada en el borde de la cama, desabrochándose alguna parte complicada del vestido. El vestido se abrió al fin y Patty lo llevó cuidadosamente hasta el armario para colgarlo; volvió, haciéndose algo raro en los pechos. Chuck la observó un momento y entonces se dio cuenta de que se estaba dando un masaje en las costillas; después de estar confinada en el vestido ahora podía relajarse, moverse sin impedimentos. Ambos pechos, advirtió, eran de un tamaño ideal, aunque en su mayor parte sintéticos. No se bamboleaban lo más mínimo cuando caminaba; el izquierdo, al igual que el derecho antes expuesto, era extraordinariamente firme.

Patty se estaba dejando caer como una borracha en la otra cama cuando sonó el vidfono.

—… —dijo Patty, sobresaltándolo. Salió de la cama, se puso en pie y buscó a tientas la bata; cuando la encontró, salió descalza del cuarto, atándose el cinturón—. Vuelvo enseguida, querido —dijo con naturalidad—. Tú quédate ahí.

Se quedó mirando el techo, sintiendo la suavidad, oliendo la fragancia de la cama. Pareció transcurrir un rato muy, muy largo. Se sentía muy feliz. Ese tipo de espera era un gran y tranquilo placer.

Y entonces, de repente, apareció Patty en la puerta del dormitorio, con la bata, el pelo suelto en una nube sobre los hombros. Chuck esperó, pero ella no se acercó a la cama. De golpe se dio cuenta de que no iba a hacerlo; no iba a acercarse más. Se levantó al instante; el estado de ánimo de relajación supina menguó, se desvaneció.

—¿Quién era? —preguntó.

—Bunny.

—¿Y bien?

—Todo ha terminado. —Entró, pero hacia el armario; sacó una falda sencilla y una blusa. Recogió su ropa interior y se fue, obviamente para vestirse en otra parte.

—¿Por qué ha terminado? —Salió de un salto de la cama y empezó a vestirse con frenesí. Patty había desaparecido; en algún lugar del apartamento se cerró una puerta. No respondió. Era evidente que no lo había oído.

Mientras se ataba los zapatos sentado en la cama y completamente vestido, Patty volvió a aparecer; ella también se había vestido. Se cepilló el pelo, con el rostro inexpresivo; observó cómo Chuck manejaba torpemente los cordones, sin hacer comentarios. Era, pensó él, como si estuviera a un año luz de distancia; la habitación estaba impregnada de su frialdad neutral.

—Explícame —repitió— por qué ha terminado todo. Dime exactamente lo que te ha contado Bunny Hentman.

—Oh, me ha dicho que no va a usar tu guión, y que si te llamaba o tú me llamabas a mí… —Ahora, por primera vez desde que recibiera la llamada, sus ojos se clavaron en él, como si lo viera al fin— No le he contado que estabas aquí. Pero me ha dicho que si hablaba contigo tenía que decirte que ha estado pensando en tu idea y no le gusta.

—¿Mi idea?

—Todo el guión. Tiene las páginas que le enviaste por expreso y le han parecido terribles.

Chuck sintió que las orejas le ardían y se le helaban al mismo tiempo; el dolor se le extendió hasta la cara, como el hielo, entumeciéndole los labios y la nariz.

—Por eso —dijo Patty— les ha dicho a Dark y a Jones, sus guionistas habituales, que hagan algo completamente distinto.

Al cabo de un largo rato, Chuck dijo con voz ronca: —¿Se supone que tengo que ponerme en contacto con él?

—No me lo ha dicho. —Había terminado de cepillarse el pelo; ahora abandonó el dormitorio y desapareció una vez más. Levantándose, Chuck la siguió y la halló en la sala de estar; estaba en el vidfono, marcando.

—¿A quién llamas? —preguntó Chuck.

—A alguien que conozco —dijo Patty, fría—. Para que me lleve a cenar.

Con la voz quebrada por la desazón, Chuck dijo: —Déjame llevarte a cenar. Me gustaría.

La chica ni siquiera se molestó en responder; siguió marcando.

Chuck volvió al banco precolombino y empezó a recoger las páginas del guión; las metió de nuevo en el sobre. Mientras tanto, Patty había conseguido su fiesta; Chuck alcanzaba a oír su voz baja y apagada.

—Ya nos veremos —dijo Chuck. Se puso el abrigo y fue hacia la puerta del apartamento.

Ella no levantó la vista de la pantalla del vidfono; estaba absorta.

Con ira y angustia, Chuck dio un portazo detrás de él y bajó rápidamente el vestíbulo moquetado hasta el ascensor. Dos veces tropezó, y pensó, dios, todavía no se me han pasado los efectos de la bebida. Tal vez todo sea una alucinación, provocada por la mezcla de GB-40 y como quiera que se llamara la bebida. El Wuzzfur Ganimediano o lo que sea. Sentía el cerebro muerto, frío e inanimado; tenía el espíritu completamente helado y sólo podía pensar en salir del edificio, salir de Santa Mónica y volver a California del Norte y a su apartamento.

¿Tenía razón London? No sabría decirlo; tal vez la chica decía la verdad: las hojas que le había enviado a Bunny eran terribles y aquélla era la única razón. Pero por otro lado…

Tengo que ponerme en contacto con Bunny, advirtió. Ahora mismo. De hecho, debería haberlo llamado desde el apartamento.

En la planta baja del edificio de apartamentos halló una cabina de vidfono de pago; dentro empezó a marcar el número de la organización de Hentman. Y entonces, de repente, colgó el auricular. ¿Quiero saberlo?, se preguntó. ¿Puedo soportar saberlo?

Dejó la cabina de vidfono, aguardó un momento y entonces atravesó la puerta principal del edificio y salió a la calle del atardecer. Al menos debería esperar a aclararme la cabeza, pensó. Hasta que se me pasen los efectos de la bebida, de esa bebida alcohólica no terrana que me dio.

Echó a caminar sin rumbo por el camino que había junto al riachuelo, con las manos en los bolsillos. Y, a cada minuto, se sentía más asustado y desesperado. Todo se desmoronaba a su alrededor. Él parecía incapaz de detener aquel colapso; sólo podía mirarlo, completamente impotente, paralizado por unos acontecimientos demasiado poderosos para que él los comprendiera.

Una voz grabada, de mujer, repetía en su oído: —Será un cuarto de skin, señor. Por favor, deposítelo en monedas y no en billetes.

Parpadeando, miró alrededor y descubrió que se encontraba de nuevo en una cabina de vidfono. Pero ¿a quién estaba llamando? ¿A Bunny Hentman? Rebuscando en los bolsillos halló el cuarto de skin y lo metió en la ranura del vidfono de pago. Inmediatamente apareció una imagen.

No estaba llamando a Bunny Hentman. En la pantalla frente a él se veía la imagen en miniatura de Joan Trieste.

—¿Qué pasa? —dijo Joan, con perspicacia—. Tienes un aspecto horrible, Chuck. ¿Estás enfermo? ¿Desde dónde llamas?

—Estoy en Santa Mónica —dijo. Por lo menos suponía que seguía allí; no recordaba haber vuelto a la zona de la Bahía. Y no parecía haber transcurrido mucho tiempo… ¿O sí? Miró el reloj de pulsera. Habían pasado dos horas; eran más de las ocho—. No puedo creerlo —dijo—, pero esta mañana me echaron de la CIA por motivos de seguridad y ahora…

—¡Vaya! —dijo Joan, escuchando atentamente.

—Por lo visto —rechinó él—, Bunny Hentman me ha echado, pero no puedo estar seguro. Porque la verdad es que me da miedo ponerme en contacto con él.

Hubo un silencio. Y luego Joan dijo con calma: —Tienes que llamarlo, Chuck. O hacerlo yo por ti; le diré que soy tu secretaria o algo; ya me las apañaré, no te preocupes. Dame el número de la cabina donde estás. Y no te deprimas; te conozco lo bastante bien para saber que vas a reconsiderar el suicidio, y si lo intentas en Santa Mónica no podré ayudarte; no llegaría a tiempo.

—Gracias —dijo Chuck—. Está bien saber que a alguien le importa.

—Lo único que ocurre es que ha habido demasiados cambios en tu vida últimamente —dijo Joan con su tono inteligente y lógico—. Primero el final de tu matrimonio, ahora…

—Llámalo —la interrumpió Chuck—. Aquí tienes el número. —Puso el trozo de papel frente a la pantalla y Joan lo apuntó.

Después de colgar se quedó en la cabina fumando y pensando. Se le estaba empezando a aclarar la cabeza, y se preguntó qué había hecho entre las seis y las ocho. Tenía las piernas rígidas y le dolían de cansancio; tal vez hubiera estado caminando, recorriendo las calles de Santa Mónica, sin destino, sin planes.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó la caja de cápsulas GB-40 que se había llevado consigo; sin ayuda de agua consiguió tragarse una. Eso —supuso— eliminaría los efectos de la fatiga. Pero sólo algo parecido a la jubilación de su lóbulo frontal podría hacerle olvidar lo desastroso de su situación.

El hongo del cieno, pensó. A lo mejor él puede ayudarme.

Del servicio de información del Condado de Marin sacó el número de vidfono de Lord Running Clam; inmediatamente hizo la llamada, metió las monedas y esperó, mientras sonaba el vidfono y la pantalla seguía vacía.

—Hola. —Las palabras, visuales en lugar de audibles, lo saludaron desde la pantalla; el hongo, incapaz de hablar, no podía utilizar el circuito de audio.

—Soy Chuck Rittersdorf —dijo.

Más palabras. —Está usted en problemas. No puedo leerle la mente a tanta distancia, evidentemente, pero capto el matiz de su voz.

—¿Tiene usted influencia sobre Hentman? —preguntó Chuck.

—Tal como le dije antes… —Las palabras, una banda estrecha, pasaban en orden por la pantalla de vídeo.— Ni siquiera lo conozco en persona.

—Parece que me ha echado —dijo Chuck—. Me gustaría que intentara hablar con él para que me readmita. —Dios, pensó, necesito algún trabajo.— Fue usted —dijo— quien me indujo a firmar el contrato con él; podría echarle gran parte de la culpa.

—Su trabajo con la CIA…

—Me echaron. Por causa de mi asociación con Hentman. Hentman conoce mucha gente no terrana —dijo Chuck cruelmente.

—Ya veo —se formó en la pantalla—. Su neurótica agencia de seguridad. Debería habérmelo imaginado, pero no lo hice. Usted debería habérselo imaginado, después de haber trabajado con ellos tantos años.

—Mire —dijo Chuck—. No lo he llamado para discutir quién tiene la culpa; lo único que quiero es un trabajo, cualquier trabajo. —Lo necesito esta noche, se dijo; no puedo esperar.

—Debo reflexionar sobre ello —le informó el hongo con la hilera de palabras—. Deme…

Chuk colgó con rabia.

De nuevo se quedó dentro de la cabina, fumando y esperando, preguntándose qué le diría Joan cuando lo llamara. Tal vez no llame, pensó. Sobre todo si hay malas noticias. Qué lío. En qué follón me he…

Sonó el teléfono.

Cogió el auricular y dijo: —¿Joan?

Su pequeña imagen cobró forma en la pantalla. —He llamado al número que me diste, Chuck. Respondió alguien del personal, un tal Feld. Había mucha agitación. Lo único que me dijo fue que mirara el homeodiario de la tarde.

—De acuerdo —dijo Chuck, sintiéndose aún más helado que antes—. Gracias. Buscaré un periódico de Los Ángeles y quizá te vea después. —Interrumpió la conexión, salió rápidamente de la cabina, caminó por la acera y empezó a buscar un vendedor ambulante de periódicos.

Apenas necesitó unos minutos para adquirir el periódico de la tarde; se puso a leer a la luz de una ventana. Estaba en la página uno. Era lógico que estuviera allí: Hentman era el cómico más popular de la televisión.

BUNNY HENTMAN, DETENIDO POR LA CIA ACUSADO DE ACTUAR COMO AGENTE DE UNA POTENCIA EXTRANJERA, HUYE TRAS UN COMBATE LÁSER

Necesitó leer el artículo dos veces para creerlo. Lo que había pasado era lo siguiente: la CIA, gracias a su red de mecanismos de recogida de datos, se había enterado durante el transcurso del día de que la organización de Hentman había despedido a Chuck Rittersdorf. Eso, para los cerebros de la CIA, demostraba la validez de su tesis; a Hentman sólo le interesaba Chuck por la Operación Cincuenta Minutos en Alfa III M2. De aquello se desprendía, dedujeron, que Hentman, tal como sospechaban desde hacía tiempo, era un agente de los alfanos, y la CIA había actuado de inmediato; de lo contrario, si se hubieran demorado, el informador de Hentman infiltrado en la CIA le habría avisado, permitiéndole escapar. Era sencillo y terrible; las manos que sujetaban el periódico bajo la luz estaban temblando.

Hentman había huido, a pesar de la rapidez de la CIA. Tal vez la maquinaria de Hentman había sido lo bastante eficiente para avisarle; estaba esperando la operación del escuadrón aéreo de la CIA que intentó rodearlo en los estudios de la televisión de Nueva York, según decía el artículo.

Entonces, ¿dónde estaba ahora Bunny Hentman? Probablemente camino del Sistema Alfa. ¿Y dónde estaba Chuck Rittersdorf? Camino a nada; por delante tenía sólo un vacío empantanado, sin personas, sin trabajo, sin razones para vivir. Hentman había llamado a Patty Weaver, la nueva estrella de la televisión, y le había dicho que el guión no valía, pero no se había molestado en…

Hentman había llamado por la tarde. Después de la detención abortada. Por tanto Patty Weaver sabía dónde estaba Hentman. O al menos podría saberlo. Pero era algo para empezar.

Rápidamente regresó en taxi al magnífico edificio de apartamentos de Patty Weaver; pagó al taxista, corrió hacia la entrada y apretó el timbre de su apartamento.

—¿Quién es? —Su voz seguía siendo fría, impersonal, más todavía.

—Soy Rittersdorf —dijo Chuck—. Me he dejado parte del guión en su apartamento.

—No veo ninguna hoja. —No parecía convencida.

—Si me deja entrar creo que las encontraré enseguida. No me llevará más de un par de minutos.

—De acuerdo. —La alta puerta metálica chasqueó y se abrió; Patty había dado la orden desde arriba.

Subió en ascensor. La puerta del apartamento estaba abierta y entró. En la sala de estar, Patty lo saludó con una indiferencia helada; estaba con los brazos cruzados, contemplando glacialmente por la ventana la noche de Los Ángeles. —Aquí no hay hojas de tu jodido guión —le informó—. No sé qué…

—La llamada de Bunny —dijo Chuck—. ¿Desde dónde llamaba?

Ella lo miró con una ceja levantada. —No me acuerdo.

—¿Ha visto las noticias de esta tarde?

Después de una larga pausa se encogió de hombros. —Tal vez.

—Bunny la llamó después de que la CIA intentara detenerlo. Usted lo sabe y yo lo sé.

—¿Y? —Ni siquiera se molestó en mirarlo; nadie lo había desdeñado tan glacialmente en toda su vida. Y sin embargo le parecía que bajo la dureza de sus modales estaba asustada. Al fin y al cabo era muy joven, apenas tenía veinte años. Decidió arriesgarse.

—Señorita Weaver, soy agente de la CIA. —Todavía tenía su identificación de la CIA; metiéndose la mano en el bolsillo del abrigo la sacó y se la mostró.— Está detenida.

Los ojos se le abrieron como platos en una reacción de sobresalto; dio una vuelta, ahogando una exclamación de consternación. Y Chuck vio hasta qué punto se le había alterado la respiración; el pesado jersey rojo subía y bajaba con rapidez. —¿De veras es un agente de la CIA? —preguntó con un susurro entrecortado—. Pensaba que era guionista de televisión; eso es lo que me dijo Bunny.

—Nos hemos infiltrado en la organización de Hentman. Yo me hacía pasar por guionista televisivo. Venga. —Tomó a Patricia Weaver por el brazo.

—¿Adonde vamos? —Intentó liberarse, horrorizada.

—A la oficina de la CIA de Los Ángeles. Para que la fichen.

—¿Por qué motivo?

—Usted sabe dónde está Hentman —dijo él.

Hubo un silencio.

—No lo sé —dijo, y cedió—. De verdad que no. Cuando llamó yo no sabía que lo habían detenido o lo que sea, no me dijo nada sobre eso. Hasta que salí a cenar, después de que usted se fuera, no vi los titulares del periódico. —Malhumorada, avanzó hacia el dormitorio.— Voy a coger el abrigo y el bolso. Y me gustaría pintarme un poco los labios. Pero le estoy diciendo la verdad, soy sincera.

La siguió; en el dormitorio descolgó el abrigo de una percha del armario y abrió un cajón para coger su bolso.

—¿Cuánto tiempo cree que me retendrán? —preguntó mientras rebuscaba en el bolso.

—Oh —respondió él—, sólo… —Se interrumpió. Porque Patty lo apuntaba con una pistola láser. La había sacado del bolso.

—No creo que sea agente de la CIA —dijo.

—Pues lo soy —dijo Chuck.

—Salga de aquí. No sé lo que está intentando hacer, pero Bunny me dio esto y me dijo que lo utilizara cuando tuviera que hacerlo. —Le temblaba la mano, pero la pistola láser no dejaba de apuntarlo.— Por favor, váyase —dijo—. Salga de mi apartamento. Si no lo hace, lo mataré; lo digo en serio. —Parecía terrible, terriblemente asustada.

Volviéndose, Chuck salió del apartamento, hacia el vestíbulo y el ascensor. Todavía estaba allí y se metió dentro.

Un momento después estaba de nuevo abajo, en la oscura acera. Bueno, así estaban las cosas. Nada había salido como él quería. Por otro lado, reflexionó con estoicismo, tampoco había perdido nada… Excepto quizá la dignidad. Y con el tiempo la recuperaría.

No podía hacer más que regresar a California.

Quince minutos después se encontraba volando camino a casa, a su terrible apartamento del Condado de Marin. Al final su experiencia en Los Ángeles no había dado buenos resultados.

Cuando llegó encontró las luces del apartamento encendidas y la calefacción en marcha; sentada en una silla, escuchando una sinfonía de Haydn en la FM, estaba Joan Trieste. En cuanto lo vio se levantó de un salto. —Gracias a dios —dijo—. Estaba muy preocupada por ti. —Inclinándose, recogió el Chronicle de San Francisco.— Ya habrás visto el periódico. ¿Dónde te deja eso ahora, Chuck? ¿Significa que la CIA también va detrás de ti? ¿Como empleado de Hentman?

—No lo sé —dijo, cerrando la puerta del apartamento. Que él supiera, la CIA no lo perseguía, pero tenía que pensar sobre ello; Joan tenía razón. Fue a la cocina y preparó el hervidor para el café, echando de menos, en un momento como aquél, el circuito autónomo de café de la cocina que se había quedado Mary; se lo había quedado ella, lo había dejado con ella, junto con casi todo lo demás.

Joan apareció en la puerta. —Chuck, creo que deberías llamar a la CIA; hablar con alguien que conozcas allí. Con tu antiguo jefe. ¿De acuerdo?

—Eres tan cumplidora con la ley —dijo, con amargura—. Siempre actúas de acuerdo con las autoridades, ¿verdad? —No le dijo que en el momento de crisis, cuando todo se desmoronaba a su alrededor, él había tenido el impulso de acudir a Bunny Hentman, no a la CIA.

—Por favor —dijo Joan—. He estado hablando con Lord R.C. y él piensa igual. He escuchado las noticias en la radio y dijeron algo sobre que estaban deteniendo a otros empleados del equipo de Hentman…

—Déjame solo. —Tomó el bote de café instantáneo; con las manos temblorosas, echó una gran cucharada en una taza.

—Si no te pones en contacto con ellos —declaró Joan—, yo no puedo hacer nada por ti. Así que creo que será mejor que me vaya.

—¿Qué podrías hacer por mí de todas formas? —dijo Chuck—. ¿Qué has hecho por mí en el pasado? Apuesto a que soy la primera persona que conoces que ha perdido dos trabajos en un día.

—¿Qué vas a hacer, entonces?

—Creo —dijo Chuck— que voy a emigrar a Alfa. —Concretamente, pensó, a Alfa III M2. Si hubiera podido encontrar a Hentman…

—La CIA tiene razón, entonces —dijo Joan; había fuego en sus ojos—. La maquinaria de Hentman trabaja para una potencia extranjera.

—Dios —dijo Chuck, con disgusto—. ¡La guerra acabó hace años! Estas tonterías de espías me ponen enfermo; ya he tenido suficientes para toda la vida. Si quiero emigrar, que me dejen emigrar.

—Lo que debería hacer —dijo Joan, sin entusiasmo— es de tenerte. Estoy armada. —Le enseñó el arma increíblemente pequeña pero sin duda genuina que llevaba en el brazo.— Pero no puedo hacerlo. Me das tanta pena… ¿Cómo has podido hacer este desastre con tu vida? Y Lord. R.C. intentó tanto…

—La culpa es suya —dijo Chuck.

—Él sólo quería ayudar; sabía que no estabas siendo responsable. —Le relampaguearon los ojos.— No me extraña que Mary se divorciara de ti.

Chuck gimió.

—Ni siquiera lo intentas —dijo Joan—. Has abandonado; has… —Calló. Y lo miró. Él también lo había oído. Los pensamientos del hongo ganimediano, desde el otro lado del vestíbulo.

—Señor Rittersdorf, hay un caballero en el vestíbulo que va en dirección a su apartamento; está armado y pretende obligarlo a acompañarlo. No sé quién es o lo que quiere, porque tiene una especie de reja instalada como caja cerebral para protegerse de los telépatas; por tanto debe de ser un militar o un miembro de la policía de inteligencia o seguridad, o parte de una organización criminal o antipatriótica. En cualquier caso, prepárese.

Dirigiéndose a Joan, Chuck dijo: —Dame esa pequeña pistola láser.

—No. —La sacó de la funda y apuntó hacia la puerta del apartamento; tenía el rostro claro y fresco. Era evidente que era completamente dueña de sí.

—Dios mío —dijo Chuck—. Van a matarte. —Lo sabía, lo veía como si fuera vidente; arrojándose sobre ella a gran velocidad, aferró el arma láser y se la quitó de la mano. Se le escapó el arma; él y Joan se abalanzaron sobre ella, tanteando; chocaron y con un grito ahogado Joan cayó contra la pared de la cocina. Los dedos de Chuck encontraron la pistola; se levantó, con el arma en la mano…

Algo le dio en la mano y sintió calor; dejó caer la pistola, que se alejó golpeando el suelo. Al mismo tiempo una voz masculina —desconocida para él— sonó en sus oídos. —Rittersdorf, si intenta coger esa pistola otra vez la mataré. —El hombre, que ahora estaba en la sala de estar, cerró la puerta del apartamento detrás de él y se acercó unos pasos a la cocina, apuntando a Joan con su rayo láser. Era de mediana edad y llevaba un abrigo gris barato, de tela local, y unas botas raras y antiguas; a Chuck le dio la impresión de que venía de una ecología totalmente extraña, tal vez de un planeta distinto.

—Creo que trabaja para Hentman —dijo Joan mientras se ponía en pie lentamente—. Así que es probable que lo hiciera. Pero si crees que puedes apoderarte de la pistola antes de que…

—No —dijo Chuck inmediatamente—. Los dos moriríamos. —Se encaró al hombre, entonces.— He intentado ponerme en contacto con Hentman antes.

—De acuerdo —dijo el hombre, e hizo un ademán hacia la puerta—. La señora se puede quedar; sólo lo quiero a usted, Rittersdorf. Venga conmigo y deje de hacer tonterías; nos espera un largo viaje.

—Puede preguntárselo a Patty Weaver —dijo Chuck mientras salía al vestíbulo por delante del hombre de mediana edad.

Detrás de él, el hombre gruñó. —Déjese de charla, Rittersdorf. Ya ha dicho lo suficiente.

—¿Como qué? —Se detuvo, sintiendo una ominosa gradación de miedo.

—Como que entró en la organización como espía de la CIA. Ahora sabemos por qué quería el trabajo de guionista televisivo: era para reunir pruebas contra Bun. ¿Qué pruebas consiguió? Vio a un alfano; ¿es eso un crimen?

—No —dijo Chuck.

—Van a arrancarle el pellejo por esto —dijo el hombre de la pistola—. Diablos, hace años que saben que Bun vivió en el Sistema Alfa. La guerra ha terminado. Claro que tiene relaciones económicas con Alfa; ¿quién no las tiene en este negocio? Pero él es una figura nacional; el público lo conoce. Le diré lo que hizo que la CIA decidiera castigarlo. A Bun se le ocurrió un guión sobre un simu de la CIA que mataba a alguien; la CIA se imaginó que iba a empezar a utilizar el programa para…

Delante de ellos apareció el hongo ganimediano, en forma de un enorme montículo amarillo, y les bloqueó el paso; había salido de su apartamento.

—Déjenos pasar —dijo el hombre de la pistola.

—Lo siento —Captó Chuck que pensaba Lord Running Clam—, pero soy colega del señor Rittersdorf y no puedo permitir que se lo lleven.

El rayo láser chasqueó; el haz rojo y delgado pasó junto a Chuck y desapareció en el centro del hongo. Con el ruido de algo rompiéndose y desgarrándose, el hongo se arrugó y se secó hasta convertirse en una mancha negra e incrustada que humeaba y salpicaba, chamuscando el suelo de madera del pasillo.

—Muévase —le dijo a Chuck el hombre de la pistola.

—Está muerto —dijo Chuck. No podía creerlo.

—Hay más —dijo el hombre de la pistola—. En Ganímedes. —La cara rechoncha no mostraba ninguna emoción, sólo cautela.— Cuando lleguemos al ascensor pulse el botón de subir; tengo la nave en el tejado y es un espacio muy pequeño.

Chuck entró en el ascensor con una gran sensación de vacío. El hombre de la pistola lo siguió y un momento después habían llegado al tejado; salieron al frío de la niebla nocturna. —Dígame su nombre —dijo Chuck—. Sólo su nombre.

—¿Por qué?

—Para que pueda buscarlo. Por haber matado a Lord Running Clam. —Tarde o temprano coincidiría en el mismo vector que aquella persona.

—Se lo diré con placer —dijo el hombre mientras guiaba a Chuck hacia el vagón; las luces de aterrizaje brillaban y la turbina zumbaba débilmente—. Alf Cherigan —dijo instalándose ante los mandos.

Chuck asintió.

—¿Le gusta mi nombre? ¿Le parece agradable?

En silencio, Chuck miró al frente.

—Ha dejado de hablar —observó Cherigan—. Muy mal, porque usted y yo vamos a estar encerrados juntos hasta que lleguemos a la Luna y a Brahe City. —Alargó el brazo para encender el piloto automático.

Debajo de ellos el vagón se movió y saltó, pero no subió.

—Espere aquí —dijo Cherigan, moviendo la pistola láser en dirección a Chuck—. No toque los controles. —Irritado, abrió la escotilla del vagón y sacó la cabeza para buscar en la oscuridad lo que había detenido la acción del elevador.— Dios santo —dijo—, el conducto exterior de atrás… —Dejó de hablar; rápidamente entró de un salto al vagón y disparó el rayo láser.

Desde la oscuridad del tejado le respondió un rayo que se abrió paso por la escotilla y lo alcanzó; Cherigan soltó el arma y se dejó caer contra el casco de la cabina; allí se retorció y boqueó como un animal herido, con la boca abierta, la mirada perdida y los ojos inyectados en sangre.

Inclinándose, Chuck cogió el rayo láser abandonado y miró afuera para ver quién estaba en la oscuridad. Era Joan; los había seguido a él y a Cherigan por el vestíbulo, había tomado el ascensor manual de emergencia hasta el campo del tejado y había llegado detrás de ellos. Indeciso, salió del vagón y la saludó. Cherigan había cometido un error; no le habían informado que Joan era una policía armada y estaba acostumbrada a las situaciones de emergencia. Incluso a Chuck le costaba entender lo que había hecho con tanta rapidez, un primer disparo al sistema de guía del vagón y luego un segundo que había matado a Alf Cherigan.

—¿Sales? —preguntó Joan—. No te he dado, ¿verdad?

—Estoy ileso —dijo Chuck.

—Escucha. —Se acercó a la escotilla y miró el cuerpo tumbado e inútil que hasta un momento antes había sido Alf Cherigan.— Puedo hacerlo volver. ¿Te acuerdas? ¿Quieres que lo haga, Chuck?

Reflexionó un momento; recordó a Lord Running Clam.

Y por eso negó con la cabeza.

—Depende de ti —dijo Joan—. Lo dejaré muerto. No me gusta, pero lo entiendo.

—¿Y Lord…?

—Chuck, no puedo hacer nada por él; es demasiado tarde. Han pasado más de cinco minutos. Tuve que elegir entre quedarme con él o seguirte e intentar ayudarte.

—Creo que hubiera sido mejor que…

—No —dijo Joan firmemente—. Hice lo correcto; ya sabrás por qué. ¿Tienes una lente de aumento?

Sobresaltado, dijo: —No, claro que no.

—Mira en la caja de herramientas del vagón, en la zona del depósito, debajo del panel de control. Están las microherramientas para fijar las partes miniaturizadas de los circuitos de la nave… Allí encontrarás una lupa.

Abrió el armario y rebuscó en su interior, obedeciéndola con indiferencia. Un momento después sus manos encontraron la lupa de joyero; salió del vagón con la lupa en la mano.

—Ahora volveremos abajo —dijo Joan—. Donde está él.

Poco después los dos se encontraban inclinados sobre las cenizas a las que se había visto reducido su compatriota, el hongo ganimediano. —Ponte la lupa en el ojo —le ordenó Joan—, y busca alrededor. Muy de cerca, sobre todo en el montón de la alfombra.

—¿Qué tengo que buscar?

—Sus esporas —dijo Joan.

Desconcertado, Chuck dijo: —¿Tuvo oportunidad de…?

—La esporulación es automática, en el momento en que son atacados; funciona instantáneamente, espero. Son microscópicas, marrones y redondas; deberías ser capaz de encontrarlas con la lupa. A simple vista es imposible, claro. Mientras tanto yo prepararé un cultivo. —Desapareció en el apartamento de Chuck; él vaciló y luego se apoyó sobre las manos y las rodillas para buscar las esporas de Lord Running Clam en la alfombra del vestíbulo.

Cuando Joan volvió tenía en la palma de la mano siete esferas diminutas; bajo la lente se veían suaves, marrones y brillantes. Eran esporas, sin duda. Y las había encontrado cerca del lugar donde yacían los restos del hongo.

—Necesitan tierra —dijo Joan mientras Chuck observaba cómo esparcía las esporas en el medidor que había traído de la cocina—. Y humedad. Y tiempo. Busca por lo menos veinte, porque no todas sobrevivirán.

Al fin consiguió encontrar, en la alfombra sucia y demasiado usada, veinticinco esporas en total. Las trasladaron al medidor y luego él y Joan bajaron a la planta baja del edificio y salieron al patio. En la oscuridad cogieron varios puñados de tierra negra y suelta y la pusieron en el medidor. Joan localizó una manguera; echó unas gotas de agua en la tierra y luego aisló el medidor del aire con un envoltorio de polifilm.

—En Ganímedes —explicó—, la atmósfera es cálida y densa; esto es lo mejor que puedo hacer para recrear las condiciones que necesitan las esporas, pero creo que funcionará. Lord R.C. me dijo una vez que en caso de emergencia los ganimedianos han conseguido esporular con éxito en Terra al aire libre. Así que conservemos la esperanza. —Regresó al edificio con Chuck, llevando el medidor en las manos con mucho cuidado.

—¿Cuánto tiempo tardará? —preguntó él—. Para saberlo.

—No estoy segura. Dos días como mínimo o, como ha ocurrido en varios casos, dependiendo de la fase de la luna, un mes como máximo. Puede parecer supersticioso —explicó—, pero la luna afectará la activación de las esporas. Así que ve haciéndote a la idea. Cuanto más llena mejor; podemos mirarlo en el homeodiario de la tarde. —Subieron a la planta del apartamento de Chuck.

—¿Cuánto recordarán los nuevos…? —Chuck vaciló—. ¿La nueva generación de hongos? ¿Se acordará o acordarán de nosotros y de lo que sucedió aquí?

—Depende enteramente de lo rápido que actuara —dijo Joan, examinando el periódico—; si sacó las esporas de su… —Cerró el periódico.— En teoría las esporas reaccionarán en cuestión de días.

—¿Qué pasaría si las sacara de Terra? —preguntó Chuck—. ¿Lejos de la influencia de la Luna?

—Seguirían creciendo. Pero podría llevar más tiempo. ¿Qué estás pensando?

—Si la organización de Hentman enviara a alguien a buscarme —dijo Chuck—, y le pasara algo…

—Oh, sí, claro —asintió Joan—. Enviarán a otro. Probablemente dentro de unas horas, en cuanto se den cuenta de que nos cargamos al primero. Y es posible que tuviera un indicador de muerte en alguna parte, y que tuvieran la información en el momento en que se le paró el corazón. Creo que tienes razón; deberías irte de Terra lo antes posible. Pero ¿cómo, Chuck? Para desaparecer de verdad necesitarías recursos, algo de dinero y apoyos, y no tienes; ahora mismo estás sin fuente de ingresos. ¿Tienes algo ahorrado?

—Mary se quedó la cuenta conjunta —dijo, reflexionando; se sentó, encendió un cigarrillo—. Ya sé —dijo al fin— lo que intentaré hacer. Preferiría que no lo supieras. ¿Lo entiendes? ¿O sólo parezco neurótico y asustado?

—Sólo pareces preocupado. Y tienes motivos para estarlo. —Se levantó.— Voy a salir al vestíbulo; sé que quieres hacer una llamada. Mientras tanto me pondré en contacto con el Departamento de Policía de Ross y les diré que vengan a hacerse cargo del hombre del vagón de arriba. —Se detuvo en la puerta del apartamento.— Chuck, me alegro de haber podido evitar que te llevaran. ¿Adonde iba el vagón?

—Preferiría no decírtelo. Por tu propia seguridad.

Joan asintió. Y la puerta se cerró detrás de ella. Ahora estaba solo.

Inmediatamente llamó a la oficina de San Francisco de la CIA. Le llevó algún tiempo, pero al final pudo encontrar a su antiguo jefe, Jack Elwood. Estaba en casa con su familia y respondió al vidfono con irritación. Tampoco le hizo gracia ver quién era.

—Le propongo un trato —dijo Chuck.

—¡Un trato! Creemos que usted avisó directa o indirectamente a Hentman para que tuviera oportunidad de escapar. ¿No es eso lo que pasó? Incluso sabemos a través de quién lo hizo: esa chica de Santa Mónica que es la amante actual de Hentman. —Elwood frunció el ceño.

La noticia era nueva para Chuck: no sabía aquello de Patty Weaver. Sin embargo, ahora apenas tenía importancia. —El trato —dijo Chuck— que quiero hacer con usted (con la CIA, oficialmente) es éste. Sé dónde está Hentman.

—No me sorprende. Lo que me sorprende es que esté dispuesto a decírnoslo. ¿Por qué, Chuck? ¿Una pelea dentro de la familia feliz de Hentman, con usted en el exterior?

—La organización de Hentman me ha enviado un matón —dijo Chuck—. Pudimos detenerlo, pero habrá otro, y luego otro, hasta que Hentman me atrape al fin. —No se molestó en intentar explicar su difícil situación a Elwood; su antiguo jefe no lo creería y de todas formas sus necesidades seguían siendo las mismas.— Le diré dónde se esconde Hentman a cambio de una nave C-plus de la CIA. Una nave intersistema, una de esas pequeñas, militares, tipo caza. Sé que tienen unas cuantas; pueden pasarse sin una, y a cambio recibirán algo muy valioso. Y tarde o temprano les devolveré la nave —añadió—. Sólo quiero usarla.

—La verdad es que parece estar intentando salir de aquí —dijo Elwood con agudeza.

—Es cierto.

—Muy bien. —Elwood se encogió de hombros.— Le creo; ¿por qué no? ¿Y entonces qué? Dígame dónde está Hentman; tendré la nave para usted dentro de cinco horas.

En otras palabras, advirtió Chuck, no me la entregarán mientras no hayan tenido oportunidad de comprobar mi información. Si no encuentran a Hentman, no habrá nave; habré aguardado en vano. Pero no se podía esperar que los profesionales de la CIA actuaran de otra manera; era su trabajo, para ellos la vida era una gran partida de cartas.

Resignado, dijo: —Hentman está en la Luna, en Brahe City.

—Espere en su apartamento —dijo Elwood al instante—. Tendrá la nave allí antes de las dos de la mañana. —Miró a Chuck.

Interrumpiendo la conexión, Chuck fue a la sala de estar para recoger el cigarrillo consumido del borde de la mesita. Bueno, si la nave no aparecía sería el fin; no tenía otros planes, ninguna solución alternativa. Joan Trieste podría salvarlo otra vez, incluso podría devolverle la vida si moría a manos de un matón de Hentman… Pero si se quedaba en Terra acabarían por encontrarlo y destruirlo, o como mínimo capturarlo: los aparatos de detección eran muy buenos, en la actualidad. Con el tiempo suficiente siempre hallaban lo que buscaban, si estaba en el planeta. Pero la Luna, a diferencia de Terra, tenía zonas inexploradas, y allí la detección representaba un problema. Y había lunas y planetas remotos donde la detección, para cualquiera, era casi imposible.

Una de aquellas zonas era el Sistema Alfa. Por ejemplo, Alfa III y sus diversas lunas, incluyendo M2; sobre todo M2.

Y con una nave de la CIA más rápida que la luz, podía llegar en cuestión de días. Como había hecho Mary y el grupo que la acompañaba.

Abrió la puerta del vestíbulo y le dijo a Joan: —Bien, ya he hecho mi llamada sin importancia. Ya está.

—¿Vas a irte de Terra? —Tenía los ojos enormes y oscuros.

—Ya veremos. —Se sentó, listo para esperar hasta el final.

Con mucho cuidado, Joan dejó el medidor de las esporas de Lord Running Clam en el brazo del sofá junto a Chuck. —Te las doy. Sé que las quieres; dio su vida por ti y te sientes responsable. Será mejor que te diga lo que tienes que hacer en cuanto se activen las esporas.

Chuck cogió papel y lápiz para apuntar las instrucciones.

Hasta varias horas después —el Departamento de Policía de Ross había llegado y se había llevado el muerto del tejado y Joan Trieste se había ido— no se dio cuenta de lo que había hecho. Ahora Bunny Hentman tenía razón: había delatado a Hentman a la CIA. Pero lo había hecho para salvar la vida. No obstante, eso difícilmente lo justificaría a los ojos de Hentman; él también estaba intentando salvar la vida.

En cualquier caso estaba hecho. Siguió esperando, solo en el apartamento, la nave C-plus de la CIA. Una nave que muy probablemente no llegara nunca. Y entonces ¿qué? Entonces, decidió, me quedaré aquí sentado esperando a algún otro, al siguiente matón de la organización de Hentman. Y lo que me queda de vida puede medirse con una cucharilla de café.

Fue una espera infernalmente larga.