8

Cuando, a altas horas de la noche, Chuck Rittersdorf regresó cansinamente a su desvencijado apartamento del Condado de Marín, California, el hongo amarillo de Ganímedes lo abordó en el pasillo. Eso, a las tres de la madrugada. Era demasiado.

—Hay un par de individuos en su apartamento —le informó Lord Running Clam—. Me pareció que debía saberlo antes de entrar.

—Gracias —dijo Chuck, y se preguntó a qué tendría que enfrentarse ahora.

—Uno de ellos es su superior de la CIA —dijo el hongo—. Jack Elwood. El otro es el superior del señor Elwood, un tal Roger London. Han venido para interrogarle sobre su otro trabajo.

—Nunca se lo he ocultado —dijo Chuck—. De hecho, Mageboom, manejado por Pete Petri, estaba presente cuando Hentman me contrató. —Intranquilo, se preguntó por qué pensaban que les concernía.

—Cierto —asintió el hongo—, pero tenían una grabadora en la línea vid cuando habló usted esta tarde primero con Joan Trieste y luego con el señor Hentman en Florida. Así que no sólo saben que trabaja para el señor Hentman, sino que también conocen la idea del guión que…

Aquélla era la explicación. Dejó al hongo y se dirigió a la puerta de su apartamento. No estaba cerrada con llave; la abrió y se encaró con los dos hombres de la CIA. —¿A estas horas de la noche? —dijo—. ¿Tan importante es? —De camino al lavabo (era de los manuales, como los antiguos) colgó el abrigo. El apartamento estaba confortablemente cálido; los oficiales de la CIA habían encendido la calefacción sin termostato.

—¿Es éste el hombre? —dijo London. Era un hombre alto, encorvado, al final de la cincuentena; Chuck había topado con él un par de veces y le había parecido un hombre difícil—. ¿Éste es Rittersdorf?

—Sí —respondió Elwood—. Chuck, escuche con atención. Hay cosas de Bunny Hentman que usted no sabe. Cosas de seguridad. Sabemos la razón por la que ha aceptado ese trabajo; sabemos que usted no quería, que se vio obligado a hacerlo.

—¿Oh? —dijo Chuck cansinamente. Era imposible que supieran la presión a la que lo había sometido el hongo telépata que había al otro lado de la pared.

—Somos plenamente conscientes de su situación en lo referente a su ex esposa, Mary —dijo Elwood—, la enorme cantidad de dinero a cuenta de pensión alimenticia que se le concedió; sabemos que usted necesita el dinero para satisfacer esos pagos. Sin embargo… —Echó un vistazo a London. Este asintió, y Elwood empezó a abrir su maletín.— Aquí tengo el dossier de Hentman. Su verdadero nombre es Sam Little. Durante la guerra fue condenado por violar las leyes que regulaban el comercio con estados neutrales; en otras palabras, Hentman proporcionaba las mercancías necesarias para el enemigo a través de un intermediario. Pasó sólo un año en prisión, no obstante; tenía buenos abogados. ¿Quiere saber más?

—Sí —dijo Chuck—. Porque difícilmente puedo abandonar mi trabajo basándome en que hace quince años…

—Muy bien —dijo Elwood, tras un nuevo intercambio de miradas con su superior, London—. Después de la guerra, Sam Little, o Bunny Hentman, como se lo conoce ahora, se fue a vivir al Sistema Alfa. Nadie sabe lo que hizo allí; nuestras fuentes de datos no nos servían en el territorio bajo control de Alfa. En cualquier caso, hace unos seis años regresó a Terra con múltiples identidades interplanetarias. Empezó a actuar como humorista en salas de fiestas, y entonces Pubtrans Incorporated lo patrocinó…

—Sé —interrumpió Chuck— que el propietario de Pubtrans es alfano. Lo he visto. RBX 303.

—¿Lo ha visto? —Elwood y London lo miraron.— ¿Sabe algo de RBX 303? —preguntó Elwood—. Su familia, durante la guerra, controlaba el mayor monopolio de armas del Sistema Alfa. Su hermano se encuentra en el consejo de ministros en la actualidad, y depende directamente del Dux alfano. En otras palabras, cuando uno trata con RBX 303 está tratando con el gobierno alfano. —Tendió el dossier a Chuck.— Léase el resto.

Chuck ojeó las páginas, elegantemente mecanografiadas. Era fácil comprender el resumen del final: los agentes de la CIA que habían compilado el dossier creían que RBX 303 actuaba como representante de una potencia extranjera y que Hentman lo sabía. Por tanto, la CIA vigilaba sus actividades.

—La razón por la que le ha dado el trabajo —dijo Elwood— no es la que usted cree. Hentman no necesita más guionistas; ya tiene cinco. Le diré lo que nosotros creemos. Pensamos que tiene que ver con su mujer.

Chuck guardó silencio; siguió estudiando distraídamente las hojas que componían el dossier.

—A los alfanos —dijo Elwood— les gustaría recuperar Alfa III M2. Y el único modo en que pueden hacerlo legalmente es inducir a los terranos que lo habitan a abandonarla. De lo contrario, de acuerdo con la ley interplanetaria, los Protocolos de 2040 entrarían en vigor; la luna pasa a ser propiedad de sus pobladores y puesto que éstos son terranos indirectamente sería propiedad de Terra. Los alfanos no pueden hacer que los pobladores se vayan, pero los vigilan; son perfectamente conscientes de que se trata de una sociedad formada por antiguos pacientes del Hospital Neuropsiquiátrico Harry Stack Sullivan, que se establecieron allí antes de la guerra. Los únicos organismos que podrían sacar a esos pobladores de Alfa III M2 son terráqueos, el TERPLAN o el Servicio Interplanetario de Salud y Bienestar de EE UU; nosotros podríamos evacuar la luna, y eso la dejaría a disposición de cualquiera.

—Pero nadie —dijo Chuck— va a recomendar que los pobladores sean evacuados. —Le parecía totalmente fuera de duda. Había dos posibilidades: que Terra dejara a los pobladores completamente solos o que se construyera un nuevo hospital y se obligara a los pobladores a entrar en él.

—Puede que tenga razón —dijo Elwood—. Pero ¿lo saben los alfanos?

—Y recuerde —dijo London con aquella voz ronca y baja— que los alfanos son grandes jugadores; la guerra entera fue una gran aventura para ellos, y fracasaron. No saben actuar de otra manera.

Eso era cierto; Chuck asintió. Y sin embargo carecía de sentido. ¿Qué influencia tenía él sobre las decisiones de Mary? Hentman sabía que él y Mary estaban legalmente separados; Mary se encontraba en Alfa III M2 y él estaba en Terra. Y aun cuando ambos se hallaran en la luna alfana, Mary nunca lo escucharía. Su decisión sería sólo suya.

No obstante, si los alfanos sabían que él controlaba el simulacro de Daniel Mageboom…

No podía creer que lo supieran; era imposible.

—Tenemos una teoría —dijo Elwood, recuperando el dossier y devolviéndolo a su maletín—. Creemos que los alfanos saben…

—No me lo diga —dijo Chuck—. Que saben lo de Mageboom; eso significaría que alguien se ha infiltrado en la CIA.

—Yo… no iba a decir eso exactamente —dijo Elwood, incómodo—. Iba a decir que saben, como sabemos nosotros, que su separación de Mary es sólo legal, que emocionalmente sigue tan unido a ella como siempre. Según hemos deducido, piensan de la siguiente manera: que usted y Mary no tardarán en reanudar el contacto. Aunque ninguno de ustedes lo prevea.

—¿Y en qué los beneficiará a ellos eso? —preguntó Chuck.

—En este punto su idea de la situación es verdaderamente siniestra —dijo Elwood—. Bien, esto lo hemos deducido estrictamente de indicios periféricos, de jirones reunidos aquí y allá; es posible que estemos equivocados, pero parece que los alfanos se proponen inducirlo a intentar que mate a su esposa.

Chuck guardó silencio. Pasó el tiempo; nadie hablaba. Elwood y Roger London lo observaban con curiosidad, evidentemente preguntándose por qué no respondía.

—Para ser sincero con usted —gruñó London al fin—, tenemos un informante en el personal próximo de Hentman; no importa quién. Nos ha dicho que la idea que Hentman y sus guionistas le presentaron cuando llegó a Florida tiene que ver con un simulacro que mata a una mujer. La esposa de un hombre. El hombre es un agente de la CIA. ¿Es correcto?

Chuck asintió lentamente, con los ojos fijos en un punto de la pared a la derecha de Elwood y London.

—Se supone que esa situación argumentativa —prosiguió London— le dará la idea de intentar matar a la señora Rittersdorf con un simu de la CIA. Lo que Hentman y sus colegas alíanos no saben, por supuesto, es que en Alfa III M2 ya hay un simu de la CIA y que usted lo maneja; si lo supieran… —Se detuvo y luego dijo en voz baja, casi para sí:— Se darían cuenta de que no es necesario elaborar un guión complicado para darle la idea. —Estudió a Chuck.— Porque es muy posible que ya se le haya ocurrido.

Al cabo de una pausa, Elwood dijo: —Es una especulación interesante. Yo no lo había pensado, pero a la larga se me habría ocurrido. —Le dijo a Chuck:— ¿Le gustaría abandonar el manejo del simulacro Mageboom? ¿Para demostrar fuera de toda duda que no tenía en mente semejante acción?

—Por supuesto que no —dijo Chuck, escogiendo las palabras con cuidado. Era obvio que si lo hacía estaría admitiendo que tenían razón, que habían puesto al descubierto algo sobre él y sus intenciones. Y, además, no le interesaba dejar el control de Mageboom… por una buena razón: quería seguir con el plan de matar a Mary.

—Si algo le pasara a la señora Rittersdorf —dijo London—, a la vista de esto, las sospechas recaerían sobre usted.

—Me doy cuenta —dijo Chuck inexpresivamente.

—Por tanto, mientras maneje el simu de Mageboom —dijo London—, será mejor que intente proteger a la señora Rittersdorf.

Chuck preguntó: —¿Quiere que le diga lo que pienso sinceramente?

—Por supuesto —dijo London, y Elwood asintió.

—Todo este asunto es absurdo; una invención basada en datos aislados de algún agente imaginativo del campo, alguien que evidentemente ha pasado demasiado tiempo con las personalidades de la televisión. ¿Cómo va a alterar el asesinato de Mary su decisión sobre Alfa III M2 y sus psicóticos pobladores? Si muere la sustituirán y alguna otra persona tomará la decisión.

—Creo —dijo Elwood, dirigiéndose a su superior— que no vamos a enfrentarnos a un asesinato, sino a un intento de asesinato. Una amenaza de asesinato, sobre la cabeza de la doctora Rittersdorf, para hacer que obedezca. —Añadió, dirigiéndose a Chuck:— Eso, claro, suponiendo que la campaña de Hentman tiene éxito. Que usted se ve influido por la lógica expuesta en el guión televisivo.

—Pero usted parece pensar que así será —dijo Chuck.

—Pienso —dijo Elwood— que es una coincidencia interesante que usted controle un simulacro de la CIA cerca de Mary, justo como propone el guión. Qué posibilidades…

—Una explicación más verosímil —dijo Chuck— es que de algún modo Hentman haya averiguado que yo manejo el simulacro de Mageboom y que la situación le haya dado la idea.

Y usted sabe lo que eso significa. —Las implicaciones eran obvias. A pesar de sus negativas, alguien se había infiltrado en la CIA. O…

Había otra posibilidad. Lord Running Clam lo había leído en la mente de Chuck y se lo había comunicado a Bunny Hentman. Primero el hongo le había obligado a aceptar el trabajo de Hentman y ahora todos trabajaban juntos para obligarle a llevar a cabo su plan para Alfa III M2. El guión televisivo no tenía el propósito de darle la idea de matar a Mary; gracias al hongo la organización de Hentman sabía que ya se le había ocurrido.

La función del guión televisivo era decirle, indirectamente pero con claridad, que ellos lo sabían. Y a menos que hiciera lo que ellos le indicaran sería emitido abiertamente a todo el Sistema Solar. Seis billones de personas conocerían sus planes de matar a su esposa.

Era, tenía que admitirlo, una buena razón para seguir con la organización de Hentman, para hacer lo que querían; lo tenían atrapado. Mira lo que habían conseguido ya: habían hecho que unos altos oficiales de la división de la Costa Oeste de la CIA empezaran a sospechar. Y, como había dicho London, si algo le ocurría a Mary…

Sin embargo, tenía la intención de seguir adelante con el plan. Mejor dicho, de intentar seguir adelante con el plan.

Y no quedarse en una simple amenaza, como quería la organización de Hentman, para obligar a Mary a defender una política concreta hacia los pobladores psicóticos. Su intención era llegar hasta el final, tal como había planeado originalmente. Por qué, no lo sabía; al fin y al cabo, no tenía que verla más, vivir con ella… ¿Por qué su muerte le parecía tan importante?

Extrañamente, era posible que Mary fuera la única persona capaz de hurgar en su mente, si tuviera la oportunidad, y descubrir sus motivos; era su trabajo.

La ironía le complacía. Y, a pesar de la proximidad de los dos astutos oficiales de la CIA —por no mencionar el siempre presente hongo amarillo que escuchaba desde el otro lado de la pared—, no se sentía mal en absoluto. Se estaba enfrentando, utilizando la inteligencia, a dos facciones distintas, ambas experimentadas: la CIA y la organización de Hentman estaban formadas por viejos profesionales, y sin embargo creía, intuitivamente, que conseguiría lo que quería, no lo que ellos querían.

Por supuesto, el hongo le habría leído aquel pensamiento. Esperaba que se lo transmitiera a Hentman; quería que Hentman lo supiera.

En cuanto los dos oficiales de la CIA se fueron, el hongo se escurrió por debajo de la puerta a su apartamento y se materializó en medio de la anticuada moqueta que iba de pared a pared. Habló acusadoramente, con tono de justa indignación. —Señor Rittersdorf, se lo aseguro; no he tenido contacto alguno con Hentman; nunca lo había visto hasta la noche en que vino aquí para que le firmara un contrato de trabajo.

—Es usted un tramposo —dijo Chuck mientras se hacía un café en la cocina. Ya eran más de las cuatro, pero gracias a los estimulantes que le había proporcionado Lord Running Clam no se sentía cansado—. Siempre escuchando —dijo—. ¿Es que no tiene vida propia?

—Estoy de acuerdo con usted en una cosa —dijo el hongo—; cuando Hentman preparó el guión debía de conocer sus intenciones hacia su esposa; de otro modo, la coincidencia es demasiado grande para ser aceptable. Tal vez hay algún otro telépata, señor Rittersdorf, otro además de mí.

Chuck lo miró.

—Podría ser un colega suyo de la CIA —dijo el hongo—. O podría ser cuando está en el simulacro de Mageboom en Alfa III M2; uno de los pobladores psicóticos de allí podría ser telépata. Considero que a partir de ahora mi tarea será ayudarlo cuanto me sea posible, con el fin de demostrar mi buena fe sin dejar lugar a dudas; deseo desesperadamente limpiar mi buen nombre a sus ojos. Haré todo lo que pueda para hallar al telépata que ha acudido a Hentman.

—¿Podría ser Joan Trieste? —interrumpió de repente Chuck.

—No. Estoy familiarizado con su mente, no tiene esos poderes. Es una psi, como ya sabe, pero su talento está relacionado con el tiempo. —El hongo reflexionó.— A menos… Verá, señor Rittersdorf, sus intenciones pueden haber sido descubiertas de otra manera. Sería la capacidad psiónica de precognición… Suponiendo que algún día, a la larga, su plan salga a la luz. Un precognitivo, mirando hacia el futuro, podría verlo, y ahora poseería ese conocimiento. Es una idea que no debemos pasar por alto. Cuando menos demuestra que el factor telepático no es lo único capaz de explicar que Hentman sepa lo que usted pretende hacerle a su esposa.

Había que admitir que la lógica del hongo tenía mérito.

—De hecho —dijo el hongo, temblando visiblemente por la agitación—, podría deberse al funcionamiento involuntario de la capacidad precognitiva de alguien próximo a usted que ni siquiera sabe que la tiene. Alguien, por ejemplo, de la organización de Hentman. Incluso el propio Hentman.

—Hum —dijo Chuck ausentemente, llenándose la taza de café caliente.

—Su camino futuro —dijo el hongo— está colmado por la violencia de su asesinato de la mujer a la que teme y odia. Es posible que este gran espectáculo haya activado la capacidad precognitiva latente de Hentman y que tuviera esta idea para el argumento sin saber de dónde sacaba la «inspiración»… Con frecuencia los talentos psiónicos funcionan de este modo. Cuanto más pienso en ello más estoy convencido de que eso es exactamente lo que ocurrió. Por tanto, creo que la teoría de sus compañeros de la CIA carece de valor; Hentman y su colega alfano no tienen la intención de enfrentarlo a las supuestas «evidencias» de sus intenciones… Lo único que están haciendo es lo que dicen: intentar elaborar un guión televisivo que funcione.

—¿Y qué hay del convencimiento de la CIA de que los alfanos están interesados en adquirir Alfa III M2? —dijo Chuck.

—Es posible que esa parte sea cierta —concedió el hongo—. Sería típico de los alfanos no abandonar, mantener la esperanza… Después de todo, la luna está en su sistema. Pero, si me permite hablar con franqueza, la teoría de sus compañeros de la CIA me parece un triste atajo de sospechas casuales, unos pocos hechos aislados unidos por un complicado armazón de teorías ad hoc, según las cuales todo el mundo está dotado de una enorme capacidad para la intriga. Con más sentido común es posible abrigar una opinión mucho más simple, y como empleado de la CIA usted debe ser consciente de que, al igual que todas las agencias de inteligencia, ésta carece de la facultad del sentido común.

Chuck se encogió de hombros.

—De hecho —dijo el hongo—, si me permite decirlo, su intenso deseo de vengarse de su esposa se debe en parte a sus años de rodearse del personal del aparato de inteligencia.

—Sin embargo, debe admitir una cosa —dijo Chuck—. Es una mala suerte colosal para mí que Hentman y sus guionistas hayan dado con esta idea en particular para su guión televisivo.

—Mala suerte, pero bastante divertida, teniendo en cuenta que pronto tendrá que escribir personalmente el diálogo de ese guión. —El hongo emitió una risita.— Tal vez pueda infundirle autenticidad. A Hentman le encantará su comprensión de los motivos de Ziggy Trots.

—¿Cómo sabe que el personaje se llamará Ziggy Trots? —Sus sospechas se reavivaron inmediatamente.

—Está en su mente.

—Entonces también debe de estar en mi mente que me gustaría que se fuera para poder estar solo. —No tenía sueño, sin embargo; le apetecía sentarse y empezar a trabajar en el guión.

—Por supuesto. —El hongo se esfumó y Chuck se quedó solo en el apartamento. El único ruido venía del escaso tráfico de la calle de abajo. Bebió la taza de café de pie junto a la ventana durante un rato y luego se sentó frente a la máquina de escribir y pulsó el botón que ponía una hoja de papel en posición.

Ziggy Trots, pensó con aversión. Dios, vaya nombre. ¿Qué clase de persona sugiere? Un idiota, como uno de los Tres Secuaces. Alguien lo bastante retrasado mental, pensó mordazmente, como para insistir en la idea de matar a su mujer…

Empezó, con astucia profesional, a pensar en la primera escena. Por supuesto, estaría ambientada en la casa de Ziggy, que está intentando hacer alguna tarea inofensiva tranquilamente. Tal vez leyendo el homeo-periódico. Y, como una especie de arpía, su mujer está allí, dándole trabajo. Sí, pensó Chuck, puedo dar verosimilitud a esa escena; tengo años de experiencia en que basarme. Empezó a teclear.

Escribió durante varias horas, maravillado ante la eficiencia de los estimulantes hexoanfetamínicos ilegales; no estaba cansado, y de hecho trabajaba con más rapidez de lo que solía hacerlo en el pasado. A las siete y media, cuando los largos rayos dorados del sol de la mañana tocaron la calle de fuera, se fue a la cocina y empezó a prepararse el desayuno. Ahora a mi otro trabajo, se dijo. A las ocho y media, al edificio de la CIA en San Francisco. Y Daniel Mageboom.

De pie, frente a la máquina de escribir, con un trozo de tostada en la mano, ojeó las páginas que había escrito. Tenían buen aspecto, y llevaba años dedicándose a los diálogos. Ahora tenía que enviárselas por expreso aéreo a Hentman en Nueva York; estarían en manos del cómico dentro de una hora.

A las ocho y veinte, mientras se afeitaba en el cuarto de baño, oyó que sonaba el vidfono. La primera llamada desde que se lo había instalado.

Se dirigió a él y lo encendió. —Hola.

En la diminuta pantalla tomó forma un rostro femenino de rasgos irlandeses asombrosamente hermosos; parpadeó. —¿Señor Rittersdorf? Soy Patricia Weaver; acabo de enterarme de que Bunny Hentman quiere que trabaje en un guión que usted está haciendo. Me preguntaba si podría ver una copia; me muero de ganas de echarle un vistazo. Hace años enteros que rezo por tener la oportunidad de trabajar en el programa de Bunny; lo admiro infinitamente.

Por supuesto, tenía una copiadora Thermofax; podía hacer todos los duplicados del guión que quisiera. —Le enviaré lo que tengo. Pero no está terminado y Bunny no lo ha visto ni le ha dado su aprobación; no sé cuánto querrá conservar. A lo mejor nada.

—Por el modo en que me habló de usted —dijo Patricia Weaver—, estoy segura de que lo usará todo. ¿De verdad haría eso? Le daré mi dirección. En realidad no estamos nada lejos; usted está en California del Norte y yo en Los Ángeles, en Santa Mónica. Podríamos vernos; ¿le gustaría? Y usted podría escucharme leer mi parte del guión.

Su parte. Demonios, se dio cuenta; no había escrito ningún diálogo en que apareciera la atractiva agente de inteligencia de tetas grandes y pezones dilatados: sólo había hecho escenas entre Ziggy Trots y su esposa mandona.

Había una única solución. Pedir medio día libre del trabajo en la CIA y quedarse en el apartamento para escribir más diálogos.

—Le diré lo que vamos a hacer —dijo—. Le llevaré una copia. Deme hasta esta tarde. —Buscó bolígrafo y papel.— Dígame su dirección. —Al cuerno con el simulacro Mageboom, en vista de aquello; nunca había visto una chica tan atractiva en su vida. De repente todo lo demás se había vuelto mediocre, había retrocedido a la perspectiva adecuada.

Apuntó la dirección de la chica, colgó el vidfono vacilantemente y enseguida empaquetó las páginas del guión para Bunny Hentman. Camino a San Francisco metió el sobre en el correo expreso por cohete y eso fue todo. Mientras estuviera trabajando en la CIA probablemente pudiera imaginar diálogos para la señorita Weaver; para la hora de la cena estaría listo para ponerlos por escrito y antes de las ocho tendría las páginas para enseñárselas. Las cosas, decidió, no están yendo tan mal después de todo. La verdad es que esto es una gran mejora respecto a mi vida infernal con Mary.

Llegó al edificio de la CIA en Sansome Street en San Francisco y entró por la puerta amplia y familiar.

—Rittersdorf —dijo una voz—. Por favor, acuda a mi despacho. —Roger London, grande y severamente hosco, lo miraba con disgusto.

¿Más charla?, se preguntó Chuck mientras seguía a London hacia su despacho.

—Señor Rittersdorf —dijo London en cuanto se cerró la puerta—, anoche instalamos un sistema de vigilancia en su apartamento; sabemos lo que hizo después de que nos fuimos.

—¿Qué hice? —Que lo mataran si recordaba haber hecho algo que pudiera despertar… A menos que durante la conversación con el hongo hubiera dicho demasiado. Los pensamientos del ganimediano, por supuesto, eran imperceptibles para el equipo. Lo único que recordaba haber dicho era alguna observación sobre que era una mala suerte colosal que la idea del guión que Hentman quería que escribiera tuviera que ver con un hombre que mataba a su mujer por medio de un simu de la CIA. Y seguro que aquello…

—Estuvo levantado el resto de la noche —dijo London—. Trabajando. Eso es imposible, a menos que tenga acceso a drogas actualmente prohibidas en Terra. Por tanto dispone de contactos no terranos que le proporcionan las drogas, y en vista de eso… —Estudió a Chuck.— Queda suspendido de empleo temporalmente. Por razones de seguridad.

Asombrado, Chuck dijo: —Pero para conservar los dos trabajos…

—Cualquier empleado de la CIA lo suficientemente estúpido como para utilizar estimulantes no terranos ilegales no puede ser capaz de llevar a cabo su trabajo aquí —dijo London—. En cuanto a hoy, el simulacro Mageboom será manejado por un equipo formado por Pete Petri y un hombre que usted no conoce, Tom Schneider. —Los gruesos rasgos de London se retorcieron hasta formar una sonrisa socarrona.— Todavía tiene su otro trabajo… ¿o no?

—¿Qué quiere decir «o no»? —Por supuesto que todavía tenía su trabajo con Hentman; había firmado un contrato.

—Si la teoría de la CIA es correcta —dijo London—, Hentman no lo querrá para nada en cuanto sepa que se le ha negado el acceso al simulacro Mageboom. Yo diría que dentro de aproximadamente doce horas… —London examinó su reloj de pulsera.— Que, digamos, antes de las nueve de esta noche descubrirá el desagradable hecho de que no tiene ningún empleo. Y entonces, creo, estará un poco más dispuesto a colaborar con nosotros; se alegrará de volver a su situación anterior, con un trabajo aquí, y punto. —London abrió la puerta del despacho e indicó a Chuck que saliera.— Por cierto —prosiguió—, ¿le importaría darme el nombre de su proveedor de drogas?

—Niego haber tomado drogas ilegales —dijo Chuck, pero ni siquiera le sonó convincente a él. London lo había atrapado y ambos lo sabían.

—¿Por qué no colabora con nosotros y ya está? —preguntó London—. Deje su trabajo con Hentman, díganos quién es su proveedor… Y podría tener acceso al simulacro Mageboom dentro de quince minutos; puedo arreglarlo personalmente. ¿Qué razones tiene para no…?

—El dinero —dijo Chuck—. Necesito el dinero de los dos trabajos. —Y me están chantajeando. Lord Running Clam. Pero no podía decir aquello, a London no.

—Muy bien —dijo London—. Puede irse. Póngase en contacto con nosotros cuando sepa que va a dejar su trabajo con Hentman; puede que baste con esa condición. —Sostuvo la puerta para que saliera Chuck.

Aturdido, Chuck se encontró en la gran escalera principal del edificio de la CIA. Parecía increíble, pero había sucedido; había perdido un trabajo de muchos años, y por lo que le parecía una falsa excusa. Ahora no tenía ningún modo de llegar a Mary. Al diablo con la pérdida del salario; sus ingresos provenientes de la organización de Hentman eran más que suficientes. Pero sin el uso del simulacro Mageboom no tenía esperanzas de llevar a cabo su plan —que obviamente había postergado demasiado tiempo—; y en el vacío dejado por la desaparición de esa esperanza sintió que algo se derrumbaba dentro de él; toda su razón de ser se había desvanecido de golpe.

Estremecido, Chuck volvió de nuevo a la escalera hacia la puerta principal del edificio de la CIA. Enseguida un guarda uniformado se materializó a partir de la nada y le bloqueó el paso. —Lo siento, señor Rittersdorf; lo lamento, pero tengo órdenes de no dejarlo pasar.

—Quiero ver otra vez al señor London —dijó Chuck—. Será un minuto.

El guarda hizo una llamada con el intercomunicador portátil. —De acuerdo, señor Rittersdorf; puede ir al despacho de London. —Luego se hizo a un lado y automáticamente el paso de control quedó abierto para Chuck.

Un momento después se enfrentó a London una vez más en el gran despacho con paneles de madera. —Ha tomado una decisión, ¿verdad? —preguntó London.

—Tengo algo que decir. Si Hentman no me despide, ¿no sería eso la prueba de facto de que sus sospechas sobre él eran incorrectas? —Esperó mientras London fruncía el ceño… fruncía el ceño, pero no respondía.— Si Hentman no me despide —dijo Chuck—, apelaré la decisión de apartarme de mi puesto; me presentaré a la Comisión de Servicio Civil y demostraré que…

—Se le ha apartado de su trabajo —dijo London tranquilamente— por usar drogas ilegales. Para ser sincero, ya hemos registrado su apartamento y las hemos encontrado. Está tomando GB-40, ¿verdad? Con el GB-40 puede mantener un horario de trabajo de veinticuatro horas al día indefinidamente; felicidades. No obstante, ahora que ya no trabaja con nosotros, poder trabajar a todas horas no parece muy provechoso. Así que mucha suerte. —Se alejó, se sentó a la mesa y tomó un documento; la entrevista había llegado a su fin.

—Pero cuando Hentman no me despida —dijo Chuck— sabrán que estaban equivocados. Lo único que pido es que reconsidere la situación, cuando eso ocurra. Adiós. —Dejó la oficina cerrando la puerta ruidosamente detrás de él. Adiós hasta a saber cuánto tiempo, se dijo.

Una vez más en la calle, al aire libre de la mañana, se detuvo dubitativo, arrastrado de un lado a otro por las hordas de gente que empujaban al pasar. ¿Ahora qué?, se preguntó. Su vida, por segunda vez en un mes, se había invertido: primero la conmoción de la separación de Mary, ahora esto. Demasiado, se dijo, y se preguntó si quedaba algo.

Quedaba el trabajo de Hentman. Y sólo el trabajo de Hentman.

Regresó al apartamento en coche autonómico y enseguida —de hecho, desesperadamente— se sentó ante la máquina de escribir. Ahora, se dijo, a hacer los diálogos para la señorita Weaver; se olvidó de todo lo demás, reduciendo su mundo a las dimensiones de la máquina de escribir y la hoja de papel. Te daré un papel jodidamente bueno, reflexionó. Y… a lo mejor recibo algo a cambio.

Empezó a trabajar. Y, para las tres de la tarde, había terminado; se levantó haciendo crujir los huesos, se estiró y sintió el cuerpo cansado. Pero tenía la mente lúcida. Así que han instalado un equipo de vigilancia en mi apartamento, se dijo. Con soporte de audio y de vídeo. En voz alta, para que se oyera en la grabación, dijo: —Esos cabrones de la oficina espiándome. Patológico. Francamente, es un alivio estar fuera de esa atmósfera de suspicacias y… —Se detuvo; ¿para qué? Fue a la cocina y preparó el almuerzo.

A las cuatro, vestido con su mejor traje azul y negro de tela rouzle de Titania, empolvado, afeitado y perfumado con unos aromas masculinos como sólo podrían fabricarse en los laboratorios químicos más modernos, se fue a pie, en busca de un taxi de reacción, con el manuscrito bajo el brazo; iba camino a Santa Mónica y al apartamento de Patty Weaver, para… A saber qué. Pero tenía grandes esperanzas.

Si eso salía mal, ¿qué?

Era una muy buena pregunta, que esperaba no tener que responder. Ya había perdido demasiado; la estructura de su mundo había sufrido un pernicioso proceso de truncamiento, con la pérdida de su mujer y su trabajo tradicional, ambos en tan poco tiempo; su sistema de percepción estaba perplejo. Esperaba ver a Mary por la noche y la oficina de la CIA de San Francisco durante el día; ahora no encontraba ni una cosa ni otra. Algo tendría que llenar ese vacío. Sus sentidos así lo exigían.

Llamó a un taxi y le dio la dirección de Santa Mónica de Patty Weaver; luego, recostándose en el asiento, sacó las páginas de los diálogos y empezó a ojearlas para realizar los últimos cambios.

Al cabo de una hora, poco después de las cinco en punto, el taxi empezó a descender hacia el tejado del moderno, grande y notablemente bonito edificio de apartamentos. Ha llegado el momento, se dijo Chuck. Alternando con una tetuda futura estrella de la televisión… ¿Qué más podía pedir?

El taxi aterrizó. Con cierta inquietud, Chuck sacó el importe del viaje.