7

Mientras caminaba por la calle central de Ciudad Gandhi, llena de barro y de montones de basura, la doctora Mary Rittersdorf dijo: —No había visto algo así en la vida. Desde el punto de vista clínico, están locos. Esta gente deben de ser todos hebefrénicos. Están terrible, terriblemente deteriorados. —En su interior, algo le gritaba que se fuera, que abandonara aquel lugar y no volviera nunca. Que regresara a Terra y a su trabajo como asesora matrimonial y olvidara lo que había visto.

Y la idea de someter a aquella gente a una psicoterapia…

Se estremeció. Ni siquiera la terapia con drogas y el electroshock servirían de mucho allí. Aquello era el extremo de los trastornos mentales, el punto de no retorno.

A su lado, el joven agente de la CIA, Dan Mageboom, dijo: —¿Su diagnóstico es hebefrenia, entonces? ¿Puedo incluirlo en el informe oficial? —Tomándola del brazo, la ayudó a pasar por encima de los restos de algún animal grande; al sol del mediodía, las costillas sobresalían como los dientes de un gran cuchillo curvo.

—Sí, es evidente —dijo Mary—. ¿Ha visto usted los trozos de rata que había junto a la puerta de esa chabola? Me encuentro mal; tengo el estómago revuelto. Nadie vive así ahora. Ni siquiera en la India o la China. Es como retroceder mil años; así es como debía de vivir el Sinanthropus y el hombre de Neanderthal. Sólo que sin máquinas oxidadas.

—En la nave —dijo Mageboom— podemos beber algo.

—Beber algo no me servirá de nada —dijo Mary—. ¿Sabes a lo que me recuerda este terrible lugar? Al horrible apartamento adonde se mudó mi marido cuando nos separamos.

A su lado, Mageboom se sobresaltó y parpadeó.

—Sabías que estaba casada —dijo Mary—. Te lo dije. —No entendía por qué su observación lo había sorprendido de aquella manera; en el viaje le había hablado con toda libertad de sus problemas matrimoniales y había encontrado en él un buen oyente.

—No creo que sea una buena comparación —dijo Mageboom—. Las condiciones de esta gente son síntomas de una psicosis colectiva; tu esposo nunca vivió así, no tenía ningún trastorno mental. —La miró.

Mary se detuvo y dijo: —¿Cómo lo sabes? No lo conoces. Chuck estaba enfermo, lo está todavía. Te dije que tenía cierta hebefrenia latente… Nunca se enfrentaba a sus responsabilidades sociosexuales; ya te conté cómo intenté que buscara un empleo que le garantizara unos ingresos razonables. —Pero Mageboom también era un empleado de la CIA; no podía esperar que estuviese de acuerdo en este aspecto. Tal vez lo mejor sería dejar el tema. Las cosas ya eran lo bastante deprimentes sin tener que recordar su vida con Chuck.

A ambos lados, los hebes —pues ése era el nombre que se daban ellos, una corrupción del diagnóstico claramente acertado de hebefrénicos— observaban con una estupidez vacua, sonriendo sin comprender, sin ni siquiera una curiosidad real. Una cabra blanca deambulaba delante; ella y Dan Mageboom se detuvieron cansinamente, pues no estaban familiarizados con aquellos animales. Pasó de largo.

Por lo menos son inofensivos, pensó. Los hebefrénicos, en todas las fases de su enfermedad, carecían de la capacidad de llevar a cabo una agresión; había trastornos mentales mucho más ominosos en perspectiva. Era inevitable que, muy pronto, empezaran a aparecer. Pensaba particularmente en los maníaco-depresivos, que, en la fase maníaca, podían ser muy destructivos.

Pero Mary se estaba preparando para enfrentarse a un tipo más siniestro. La destructividad de los maníacos se limitaría al impulso; en el peor de los casos tendría aspecto de rabieta, orgías temporales de romper y golpear cosas que terminarían por remitir. En cambio, del paranoico agudo cabía esperar una hostilidad permanente; no disminuiría con el tiempo, todo lo contrario, se haría más elaborada. El paranoico era analizador y calculador; tenía una buena razón para hacer lo que hacía, y todos sus movimientos encajaban dentro del esquema. Era posible que su hostilidad no fuera tan visiblemente violenta… pero a largo plazo su durabilidad tenía implicaciones más profundas en lo que a la terapia se refería. Porque con esta gente, los paranoicos avanzados, la cura o aun un momento de autoconciencia era prácticamente imposibles. Como los hebefrénicos, los paranoicos habían desarrollado una inadaptación estable y permanente.

Y, a diferencia de los maníacodepresivos y los hebefrénicos, o los esquizofrénicos catatónicos, los paranoicos parecían racionales. El esquema formal de razonamiento lógico parecía intacto. No obstante, en el fondo, los paranoicos sufrían la desfiguración mental más grave posible en un ser humano. Eran incapaces de sentir empatía, de imaginarse a sí mismos en el lugar de otros. De ahí que para ellos los demás no existieran, excepto como objetos en movimiento que afectaban o no a su bienestar. Durante décadas había estado de moda decir que los paranoicos eran incapaces de amar. Era mentira. Los paranoicos experimentaban el amor plenamente, como algo que recibían de los demás y como un sentimiento que sentían hacia los otros. Pero con una pequeña diferencia.

Los paranoicos lo experimentaban como un tipo de odio.

Mary le dijo a Dan Mageboom: —Según mi teoría, en este mundo los distintos subtipos de enfermedades mentales funcionarían como clases similares a las de la antigua India. Esta gente, los hebefrénicos, serían el equivalente de los intocables. Los maníacos serían la clase guerrera, incapaz de sentir miedo; una de las más altas.

—Los samurái —dijo Mageboom—. Como en Japón.

—Sí. —Ella asintió.— Los paranoicos, es decir, los esquizofrénicos paranoicos, funcionarían como clase dominante; estarían a cargo de desarrollar una ideología política y unos programas sociales, tendrían la visión global. Los simples esquizofrénicos… —Reflexionó.— Corresponderían a la clase de los poetas, aunque algunos serían religiosos visionarios, igual que algunos hebes. Los hebes, no obstante, tenderían a dar santos ascetas, mientras que los esquizofrénicos darían dogmatistas. Los que tienen esquizofrenia polimorfa simple serían los miembros creativos de la sociedad, los que producen ideas nuevas. —Intentó recordar qué otras categorías podían existir.— Podría haber algunos con ideas supervalentes, trastornos psicóticos que son formas avanzadas de neurosis obsesivo-compulsivas más moderadas, las llamadas alteraciones diencefálicas. Esas personas serían los clérigos y funcionarios de la sociedad, los burócratas ritualistas, sin ideas originales. Su conservadurismo equilibraría el radicalismo de los esquizofrénicos polimorfos y proporcionarían estabilidad a la sociedad.

Mageboom dijo: —Así que es posible que funcione. —Gesticuló— ¿En qué se diferenciaría de la sociedad de Terra?

Dedicó un tiempo a reflexionar sobre la cuestión; era una buena pregunta.

—¿No hay respuesta? —dijo Mageboom.

—Tengo una respuesta. Lo natural sería que el liderazgo de esta sociedad recayera en los paranoicos, porque serían individuos superiores en términos de iniciativa, inteligencia y simple capacidad innata. Por supuesto, les costaría evitar que los maníacos dieran un golpe… Siempre habría tensión entre las dos clases. Pero como los paranoicos establecerían la ideología, el tema emocional dominante sería el odio. De hecho, el odio fluiría en dos direcciones; los líderes odiarían a todos los que estuvieran fuera de su enclave y darían por supuesto que todos los demás los odian a ellos. Por tanto toda su política exterior consistiría en establecer mecanismos para combatir el supuesto odio que inspiran. Y eso involucraría a toda la sociedad en una lucha ilusoria, una batalla contra enemigos inexistentes en busca de una victoria sobre nada.

—¿Qué tiene eso de malo?

—Que no importa lo que ocurriese —dijo ella—, el resultado sería el mismo. Esta gente quedaría completamente aislada. Esa sería la consecuencia última de toda su actividad como grupo: un aislamiento progresivo respecto a todos los demás seres vivos.

—¿Qué tiene de malo? Ser autosuficientes…

—No —dijo Mary—. No sería autosuficiencia; sería algo completamente distinto, algo que no te puedes imaginar. ¿Te acuerdas de los viejos experimentos de aislar personas por completo? A mediados del siglo veinte, cuando previeron los viajes espaciales, la posibilidad de que un hombre estuviera completamente solo durante días, semana tras semana, cada vez con menos estímulos… ¿Te acuerdas de los resultados que obtuvieron cuando pusieron a un hombre en una cámara sin ningún tipo de estímulo?

—Claro —dijo Mageboom—. Es lo que ahora se llaman buggies. El resultado de la privación de estímulos es la alucinosis aguda.

Mary asintió. —Alucinosis auditiva, visual, táctil y olfativa, en sustitución de los estímulos ausentes. Y, en intensidad, la alucinosis puede exceder la fuerza de la realidad; en su viveza, su impacto, el efecto que causa… Por ejemplo, los estados de terror. Las alucinaciones inducidas por drogas pueden provocar estados de terror que ninguna experiencia en el mundo real es capaz de producir.

—¿Por qué?

—Porque tienen una cualidad absoluta. Están generados por el sistema receptor de los sentidos y constituyen una retroacción que no emana de un punto distante, sino del propio sistema nervioso de la persona. Uno no puede apartarse de ellos.

Y lo sabe. No hay huida posible.

Mageboom dijo: —¿Y cómo actuaría eso aquí? No pareces saberlo.

—Lo sé, pero no es simple. Para empezar, todavía ignoro hasta qué punto esta sociedad y los individuos que la componen han avanzado por el camino del aislamiento. Pronto lo sabremos, por la actitud que nos muestren. Los hebes que vemos aquí… —Señaló las chabolas que había a ambos lados del camino enlodado.— Su actitud no es representativa. En cambio, cuando topemos con los primeros paranoicos o maníacos… Digamos que no hay duda de que, hasta cierto punto, la alucinación, la proyección psicológica, forma parte de su visión del mundo. Dicho en otras palabras, tenemos que asumir que en parte están alucinando. Pero todavía captan también en parte la realidad objetiva como tal. Nuestra presencia acelerará la tendencia a la alucinación; debemos enfrentarnos a ese hecho y estar preparados. Y la alucinación hará que nos vean como elementos de amenaza directa; a nosotros, a nuestra nave, nos verán literalmente (no quiero decir que nos interpretarán, sino que nos percibirán) como amenazadores. Sin duda verán en nosotros una punta de lanza invasora que pretende derribar su sociedad, convertirla en un satélite de la nuestra.

—Pero eso es verdad. Pretendemos arrebatarles el poder, devolverlos a donde estaban hace veinticinco años. Pacientes en circunstancias de hospitalización forzosa… En otras palabras, cautiverio.

Era una buena observación, pero no lo bastante. Mary dijo: —Te olvidas de hacer una distinción; es pequeña, pero vital. Vamos a hacerles terapia, vamos a intentar ponerlos en la posición de la que, por accidente, ahora gozan indebidamente. Si nuestro programa tiene éxito, con el tiempo se gobernarán a sí mismos, como habitantes legítimos de esta luna. Primero unos pocos, y luego cada vez más. Eso no es ningún tipo de cautiverio, aunque ellos crean que sí. En cuanto todas las personas de esta luna estén libres de psicosis, sean capaces de ver la realidad sin distorsionar la proyección…

—¿Crees que será posible convencer a esta gente de que asuma de nuevo su condición de hospitalizados?

—No —dijo Mary—. Tendremos que utilizar la fuerza; con la posible excepción de unos cuantos hebes, vamos a tener que conseguir permiso para encerrar a un planeta entero. —Se corrigió.— Mejor dicho, una luna.

—Date cuenta —dijo Mageboom—. Si no lo hubieras cambiado por «luna» yo habría tenido razones para encerrarte a ti.

Sobresaltada, lo miró. Mageboom parecía estar hablando en serio; el rostro juvenil no sonreía.

—Ha sido sólo un descuido —dijo ella.

—Un descuido —asintió él—, pero un descuido muy significativo. Un síntoma. —Sonrió, y era una sonrisa fría. Hizo que Mary se estremeciera de perplejidad e inquietud; ¿qué tenía Mageboom contra ella? ¿O es que se estaba volviendo un poco paranoica? Tal vez… Pero sentía una gran hostilidad contra ella, y que venía de un hombre que apenas conocía.

Había sentido aquella hostilidad durante todo el viaje. Y, extrañamente, desde el principio; había empezado en el momento en que se conocieron.

Dejando el simulacro de Daniel Mageboom en homeostasis, Chuck Rittersdorf se desconectó del circuito, se levantó rápidamente del asiento que había frente al panel de control y encendió un cigarrillo. Eran las nueve de la tarde hora local.

En Alfa III M2 el simulacro seguiría haciendo su trabajo, de una manera adecuada; si surgía cualquier crisis podía encargarse Petri. Mientras tanto, él tenía otros problemas. Había llegado el momento de escribir su primer guión para el cómico televisivo Bunny Hentman, su otro patrón.

Tenía, ahora, una provisión de estimulantes; el hongo de Ganímedes se los había dado cuando salía del apartamento aquella mañana. Así que era evidente que podía trabajar toda la noche.

Pero primero tenía que resolver la cuestión de la cena.

Por si acaso, se detuvo en la cabina de vidfono público que había en el vestíbulo del edificio de la CIA y llamó al apartamento de Joan Trieste.

—Hola —dijo ella, cuando vio quién era—. Escucha, ha llamado el señor Hentman, buscándote. Así que será mejor que te pongas en contacto con él. Comentó que intentó encontrarte en el edificio de la CIA en S.F., pero le dijeron que no sabían nada de ti.

—Política —dijo Chuck—. Vale. Lo llamaré. —Entonces le preguntó por la cena.

—No creo que puedas cenar, ni conmigo ni sin mí —respondió Joan—. Por lo que me dijo el señor Hentman. Tiene alguna idea que quiere que escuches; dice que cuando te la suelte te caerás redondo.

—No me sorprendería —dijo Chuck. Se sentía resignado; era obvio que así era como iba a ser su relación con Hentman.

Chuck abandonó los intentos de aproximarse a Joan y llamó al número del vidfono que le había dado la organización de Hentman.

—¡Rittersdorf! —exclamó Hentman en cuanto estableció contacto—. ¿Dónde anda? Venga aquí ahora mismo; estoy en mi apartamento de Florida; tome un cohete expreso, yo pagaré el billete. Escuche, Rittersdorf; tengo su prueba aquí delante; así sabremos si es bueno o no.

Había una gran diferencia entre el vacuo y sucio asentamiento de los hebes en Alfa III M2 y los enérgicos planes de Bunny Hentman. La transición iba a ser dura; tal vez podría hacerla en el vuelo de vuelta al este. También podía comer en la nave, pero aquello dejaba fuera a Joan Trieste; el trabajo había empezado ya a arruinar su vida personal.

—Hábleme de su idea. Así podré meditarla durante el vuelo.

Los ojos de Hentman resplandecían de astucia. —¿Habla en serio? ¡Imagínese que nos escuche alguien! Le daré una pista. Lo tenía pensado cuando lo contraté, pero… —Su sonrisa se acrecentó.— No quería asustarlo, ¿me entiende? Ahora lo tengo enganchado. —Rió ruidosamente.— Así que ahora… ¡Vaya! Cualquier cosa vale, ¿verdad?

—Limítese a contarme su idea —dijo Chuck, pacientemente.

Bajando la voz hasta que fue sólo un susurro, Hentman se acercó al videscáner. Su nariz, aumentada, llenaba la pantalla, una nariz y un ojo que pestañeaba con gran placer. —Es un personaje nuevo que voy a añadir a mi repertorio. George Flibe, así se llama. En cuanto le diga a qué se dedica se dará cuenta de por qué lo he contratado. Escuche: Flibe es una agente de la CIA. Y se hace pasar por asesora matrimonial para sacar información a los sospechosos. —Hentman aguardó, expectante.— ¿Bien? ¿Qué le parece?

Al cabo de una larga pausa, Chuck dijo: —Es lo peor que he oído en veinte años. —Estaba completamente deprimido.

—No sabe lo que está diciendo. Yo sí y usted no. Podría ser el mejor personaje de la comedia televisiva desde Freddy el Gorrón de Red Skelton. Y usted va a ser quien escriba el guión porque ha tenido esa experiencia. Así que venga a mi apartamento lo antes posible y enseguida empezaremos con el primer episodio de George Flibe. ¡Muy bien! Si eso no es una buena idea, ¿qué me ofrece usted?

—¿Qué le parece una asesora matrimonial que se hace pasar por una agente de la CIA para obtener información y curar a sus pacientes? —dijo Chuck.

—¿Me está tomando el pelo?

—De hecho —dijo Chuck—, ¿qué le parece esto? Un simulacro de la CIA…

—Se está burlando de mí. —La cara de Hentman se puso roja; al menos, en la pantalla de vid se oscureció notablemente.

—Nunca había hablado tan en serio en toda mi vida.

—Muy bien, ¿qué pasa con el simulacro?

—Este simulacro de la CIA, ¿sabe? —dijo Chuck—, se hace pasar por asesora matrimonial, ¿sabe?, pero de vez en cuando el simulacro se estropea.

—¿De verdad hacen eso los simus de la CIA? ¿Se estropean?

—A todas horas.

—Siga —dijo Hentman, frunciendo el ceño.

—Mire, la cuestión —dijo Chuck— es que un simulacro no tiene ni idea sobre los problemas matrimoniales de los humanos. Y él aconseja a la gente. Siempre está dando consejos; una vez empieza no puede parar. Incluso les da consejos matrimoniales a los técnicos de General Dynamics que lo arreglan. ¿Me sigue?

Pasándose la mano por la barbilla, Hentman asintió lentamente. —Hum.

—Tendría que haber una razón especial por la que este simulacro actúa de esta manera. Así que vamos a sus orígenes. El episodio, ¿sabe?, empezaría con los ingenieros de General Dynamics que…

—Lo tengo —interrumpió Hentman—. Hay un ingeniero, llamémoslo Frank Fupp, que tiene problemas con su mujer; está yendo a un asesor matrimonial. Y ella le da un documento, el análisis de su problema, y él se lo lleva al trabajo, a los laboratorios de G.D. Y aquí tenemos al nuevo simu, esperando a que lo programen.

—¡Claro! —dijo Chuck.

—Y… Y Fupp lee el documento en voz alta al otro ingeniero. Llamémoslo Phil Grook. El simulacro se programa por accidente; cree ser un asesor matrimonial. Pero en realidad trabajaba para la CIA; está metido en la CIA y aparece en… —Hentman hizo una pausa para pensar—. ¿Dónde aparecería, Rittersdorf?

—Al otro lado de la Cortina de Hierro. En la Canadá Roja, por ejemplo.

—¡Bien! En la Canadá Roja, en Ontario. Se supone que debe hacerse pasar por… un vendedor falso, como camuflaje; ¿no es así? ¿No es eso lo que hacen?

—Más o menos, sí.

—Pero en lugar de eso —prosiguió Hentman con entusiasmo—, se instala en una pequeña oficina, pone una placa. George Flibe, psicólogo, asesor matrimonial. Y los altos oficiales del partido comunista van a verlo para contarle sus problemas matrimoniales… —Hentman jadeó, agitado.— Rittersdaf, ha tenido la idea más brillante que recuerdo haber oído jamás. Y… Y los dos ingenieros de General Dynamics intentan sin cesar ponerle las manos encima y hacer que funcione bien. Escuche; tome el cohete expreso hacia Florida ahora mismo y esboce esto durante el viaje, a lo mejor tiene algunos diálogos para cuando llegue. Creo que hemos hallado algo muy bueno; su cerebro y el mío sincronizan realmente bien, ¿verdad?

—Creo que sí —dijo Chuck—. Estaré allí ahora mismo. —Apuntó la dirección y luego colgó. Cansinamente, dejó la cabina de vidfono; se sentía agotado. Y no estaba seguro en absoluto de haber dado con una buena idea. En cualquier caso, Hentman creía que sí, y era evidente que eso era lo que importaba.

Tomó un taxi de reacción para ir al puerto espacial de San Francisco; allí se embarcó en el cohete expreso que lo llevaría a Florida.

El edificio de apartamentos de Bunny Hentman era el lujo personificado; todas las plantas estaban bajo la superficie y tenía su propio cuerpo de policía uniformada patrullando por las entradas y los vestíbulos. Chuck dio su nombre al primer poli que se le acercó y un momento después descendía a la planta de Bunny.

En el enorme apartamento, Bunny Hentman lo esperaba vestido con un traje de seda de araña marciana teñido a mano, fumándose un enorme puro verde de Tampa, Florida; sacudió la cabeza en un saludo impaciente a Chuck y luego señaló a los otros hombres que había en la sala de estar.

—Rittersdorf, éstos son dos de sus colegas, mis guionistas. El alto… —señaló con el cigarro— se llama Calv Dark. —Dark se acercó a Chuck lentamente y le dio la mano.— Y el gordo bajito sin pelo es mi guionista jefe, Thursday Jones. —Jones, un negro enérgico, de rasgos afilados, también se adelantó y le dio la mano a Chuck. Ambos guionistas parecían amables; Chuck no sintió hostilidad de su parte. Era evidente que no se sentían resentidos con él.

—Siéntese, Rittersdorf —dijo Dark—. Ha hecho un largo viaje. ¿Quiere beber algo?

—No —respondió Chuck. Quería tener la mente despejada durante la sesión que se avecinaba.

—¿Ha cenado en el cohete? —preguntó Hentman.

—Sí.

—Les he hablado a mis muchachos de su idea —dijo Hentman—. Les ha gustado a los dos.

—Estupendo —dijo Chuck.

—Sin embargo —continuó Hentman—, le han estado dando vueltas y un rato antes de que usted llegase hallaron un nuevo giro… ¿Sabe a qué me refiero?

—Estaré encantado de escuchar su idea basada en mi idea —dijo Chuck.

Aclarándose la garganta, Thursday Jones dijo: —Señor Rittersdorf, ¿podría un simulacro cometer un asesinato?

Chuck lo miró unos instantes.

—No lo sé. —Se había quedado helado.— ¿Quiere decir por iniciativa propia, operando con autonomía…?

—Me refiero a que si la persona que lo lleva por control remoto podría emplearlo como instrumento para cometer un asesinato.

Chuck se dirigió a Bunny Hentman.

—No veo nada de humor en una idea así —dijo—. Y se supone que es mi ingenio el que esta moribundo.

—Espere —le aconsejó Bunny—. Se olvida de los famosos thrillers divertidos de antes, combinaciones de terror y humor. Como El gato y el canario, aquella película con Paulette Goddard y Bob Hope. Y la famosa Arsénico por compasión, por no mencionar las clásicas comedias británicas en las que alguien era asesinado… Las había a decenas, en el pasado.

—Como la maravillosa Ocho sentencias de muerte —dijo Thursday Jones.

—Ya veo —dijo Chuck, y no dijo más; mantuvo la boca cerrada mientras en su interior hervía de incredulidad y sorpresa. ¿Era aquello sólo una maligna coincidencia entre la idea y su propia vida? De lo contrario, como parecía más probable, el hongo le había contado algo a Bunny. Pero en ese caso, ¿por qué hacía aquello la organización de Hentman? ¿Qué interés tenían en la vida y muerte de Mary Rittersdorf?

—Creo que los muchachos han tenido una buena idea —dijo Hentman—. El miedo con… Bueno, verá, Chuck, usted trabaja para la CIA y por eso no se da cuenta, pero la gente corriente teme a la CIA; ¿lo entiende? La considera una policía secreta interplanetaria y una organización de espías que…

—Lo sé —dijo Chuck.

—Bueno, no necesita echarme un rapapolvo —dijo Bunny Hentman, con una mirada a Dark y a Jones.

—Chuck, si me permite llamarle así —dijo Dark alzando la voz—, conocemos nuestro trabajo. La gente corriente se asusta con sólo pensar en un simu de la CIA. Cuando usted le dio la idea a Bunny no pensaba en eso. Ahora bien, tenemos un operador de la CIA; llamémoslo… —Se volvió a Jones— ¿Cómo lo habíamos llamado?

—Siegfried Trots.

—Tenemos a Ziggy Trots, un agente secreto… Guerrera de piel de molegrillo ucraniano, sombrero de wubfuz venusiano echado sobre la frente y todo eso. De pie bajo la lluvia en alguna luna sombría. Una imagen familiar.

—Y entonces, Chuck —dijo Jones, retomando el relato—, una vez tenemos el cuadro en la mente del espectador, el estereotipo, ¿sabe? Entonces el espectador descubre algo de Ziggy Trots que no sabía, que el estereotipo del siniestro agente de la CIA no tiene habitualmente.

—Veamos, Ziggy Trots es idiota —dijo Dark—. Un inútil que no hace nada a derechas. Y esto es lo que está intentando llevar a cabo. —Se acercó y tomó asiento en el sofá, junto a Chuck.— Va intentar cometer un asesinato. ¿Lo capta?

—Sí —dijo Chuck tiesamente, hablando lo menos posible, transformándose en una entidad sólo capaz de escuchar. Se estaba encogiendo en sí mismo, cada vez más aturdido, y suspicaz, ante lo que sucedía a su alrededor.

—Ahora bien, ¿a quién quiere matar? —prosiguió Dark. Miró a Jones y a Bunny Hentman—. Hemos estado discutiendo sobre esa parte.

—A un chantajista —dijo Bunny—. Un magnate de joyas internacional que opera siempre desde otro planeta. Tal vez un no terrano.

Cerrando los ojos, Chuck se balanceó adelante y atrás.

—¿Qué ocurre, Chuck? —preguntó Dark.

—Está pensando —dijo Bunny— Intentando seguir la idea. ¿Verdad, Chuck?

—Sí… sí —consiguió decir Chuck. Estaba seguro, ahora, de que Lord Running Clam había ido a ver a Hentman. Y algo grande y terrible estaba desplegándose a su alrededor, atrapándolo dentro; era un mosquito en medio de aquello, fuera lo que fuera. Y no había manera de salir.

—No estoy de acuerdo —dijo Dark—. Un magnate de joyas internacional, tal vez marciano o venusiano… No está mal, pero… —Gesticuló.— Se ha repetido hasta la saciedad; hemos empezado con un estereotipo, no sigamos con otro. Creo que debería intentar deshacerse de… bueno, su mujer. —Dark los miró uno a uno— ¿Y qué tiene de malo? Su mujer es mandona, una arpía, ¿os lo imagináis? Este agente de la CIA tipo espía o policía secreto duro y fuerte, que aterroriza a la gente corriente… Es un tipo duro que siempre está gritando a la gente…

Y luego se va a casa y su mujer le grita a él. —Rió.

—No está mal —admitió Bunny—. Pero no es suficiente. Y no sé cuántas veces podría hacer la caracterización; quiero algo que pueda añadir permanentemente al show. No sólo un número para una semana.

—Creo que el calzonazos de la CIA podría estar siempre —dijo Dark—. De todas formas… —Se volvió a Chuck.— Así que vemos a Ziggy Trots en el trabajo, en las oficinas centrales de la CIA, con todos esos chismes y aparatos electrónicos de la policía. Y de repente se le ocurre. —Dark se puso en pie de un salto y empezó a dar zancadas por la habitación.— ¡Puede utilizarlos contra su mujer! Y entonces, para rematarlo todo, se encuentra con el nuevo simu. —Dark imitó al simulacro con una voz metálica y difícil de entender.— Sí, amo, ¿qué puedo hacer por usted? Estoy esperando.

—¿Qué le parece, Chuck? —dijo Bunny, sonriendo.

—¿Quiere… matar a su mujer sólo porque es una mandona? —dijo Chuck, con dificultad—. ¿Porque lo intimida?

—¡No! —gritó Jones, levantándose de un salto—. Tiene razón: necesitamos un motivo mejor y creo que lo tengo. Hay una chica. Ziggy tiene una amante. Una espía interplanetaria, guapa y atractiva, ¿lo veis? Y su mujer no quiere concederle el divorcio.

—O a lo mejor su mujer ha descubierto a la chica y… —dijo Dark.

—Esperad —dijo Bunny—. ¿Qué es lo que queremos, un drama psicológico o una comedia? Se está volviendo demasiado complicado.

—Cierto —dijo Jones, asintiendo—. Nosotros nos limitamos a enseñar lo terrible que es su mujer. En cualquier caso, Ziggy ve el simulacro… —Se interrumpió. Alguien había entrado en la habitación.

Era un alfano. Un miembro de la raza de las quitinosas criaturas que, unos años antes, habían librado una guerra encarnizada contra Terra. Chasqueando las múltiples articulaciones de brazos y piernas, se acercó rápidamente a Bunny, tanteando con las antenas —los alfanos eran ciegos—, le golpeó delicadamente el rostro y retrocedió dándose la vuelta, satisfecho de que estuviera donde él quería… La cabeza sin ojos se volvió y husmeó, y detectó la presencia de otros humanos.

—¿Interrumpo? —preguntó con la voz nasal y monótona de los alfanos, como de harpa— He oído vuestra discusión y me ha parecido interesante.

—Rittersdorf —le dijo Bunny a Chuck—, éste es uno de mis viejos y queridos amigos. Nunca he confiado tanto en nadie como en mi colega RBX 303. —Se explicó.— Tal vez no lo sepa, pero los alfanos tienen números, como los de las matrículas, una especie de códigos mecánicos. Es todo lo que hay, RBX 303. Suena bastante impersonal, pero los alfas son muy afectuosos. RBX 303 tiene un corazón de oro. —Emitió una risa contenida.— En realidad tiene dos, uno en cada lado.

—Me alegro de conocerle —dijo Chuck, reflexivamente.

El alfano avanzó torpemente hacia él y le golpeó ligeramente la cara con las antenas gemelas; era, decidió Chuck, como tener dos moscas volando alrededor de la cara, una impresión decididamente desagradable. —Señor Rittersdorf —dijo el alfano con su voz nasal—. Encantado. —Dio un paso atrás.— ¿Y quién más hay en esta habitación, Bunny? Huelo otra gente.

—Sólo Dark y Jones —dijo Bunny—, mis guionistas. —Volviéndose de nuevo a Chuck, explicó:— RBX 303 es un magnate, un gran hombre de negocios interplanetario con empresas comerciales de todo tipo. Verá, Chuck, la situación es la siguiente. RBX 303 posee la mayor parte de las acciones de Pubtrans Incorporated. ¿Significa eso algo para usted?

Durante un momento no le dijo nada, y luego Chuck cayó en la cuenta. Pubtrans Incorporated era la compañía que patrocinaba el show televisivo de Bunny Hentman. —¿Quiere decir —dijo Chuck— que pertenece a…? —Se detuvo. Había empezado a decir: «¿Que pertenece a uno de nuestros antiguos enemigos?». No obstante, no lo dijo; por una parte, era obvio que así era, y por otra… Después de todo, eran los antiguos enemigos, no los actuales. Terra y los alfanos estaban en paz y supuestamente la enemistad había terminado.

—¿Nunca había visto un alfa de cerca? —dijo Bunny con perspicacia—. Debería; son un gran pueblo. Sensibles, con un terrorífico sentido del humor… Si Pubtrans me patrocina es en parte porque RBX 303 personalmente cree en mí y en mi talento. Gracias a él dejé de ser un cómico del circuito de las salas de fiestas o un invitado ocasional en los shows de televisión, y pasé a tener mi propio show, que ha triunfado en parte porque Pubtrans ha hecho un trabajo condenadamente bueno al publicitario.

—Ya veo —dijo Chuck. Se sentía enfermo. Pero no sabía muy bien por qué. Tal vez era la situación en general; no lo entendía.— ¿Son telépatas los alfanos? —preguntó. Sabía que no era así, pero aquel alfano parecía tener un conocimiento extraordinario de cuanto lo rodeaba. Chuck intuía que lo sabía todo; no había secreto que el alfano no pudiera averiguar.

—No son telépatas —dijo Bunny—, pero dependen mucho del oído; eso los hace diferentes de nosotros, porque tenemos ojos. —Miró a Chuck.— ¿Qué le ocurre con los telépatas? Quiero decir, debería saber la respuesta; durante la guerra nos bombardeaban con noticias del enemigo. Y no es demasiado joven para recordarlo; debe de haber crecido con ello.

Dark habló de repente. —Le diré lo que preocupa a Rittersdorf; yo me sentía igual. Rittersdorf ha sido contratado por sus ideas. Y no quiere que le limpien el cerebro. Sus ideas le pertenecen hasta el momento en que decida revelarlas. Si trajera, por ejemplo, un hongo ganimedeano, diablos, eso sería una invasión ilícita de todos nuestros derechos personales; nos convertiría en máquinas de las que sonsacar ideas mecánicamente. —Le dijo a Chuck:— No te preocupes por RBX 303; no puede leerte el pensamiento; lo único que puede hacer es escuchar muy atentamente los matices más sutiles de lo que diga… Pero es sorprendente lo que puede llegar a detectar de ese modo. Los alfanos son buenos psicólogos.

—Estaba sentado en la habitación contigua —dijo el alfano—, leyendo la revista Life, y escuché su conversación sobre su nuevo personaje humorístico, Siegfried Trots. Me pareció interesante y decidí entrar; apagué el reproductor de audio y me levanté. ¿Les parece bien a todos ustedes?

—Tu presencia no molesta a nadie —aseguró Bunny al alfano.

—Nada —dijo el alfano— me divierte, entretiene y fascina tanto como una sesión creativa con sus grandes guionistas. Señor Rittersdorf, no le he visto trabajar nunca, pero ya me doy cuenta de que tiene mucho que aportar. Sin embargo, siento su adversión, su profunda adversión, por el curso que ha tomado la conversación. ¿Puedo preguntarle qué es exactamente lo que le parece tan objetable de Siegfried Trots y su deseo de acabar con su desagradable esposa? ¿Está usted casado, señor Rittersdorf?

—Sí —dijo Chuck.

—Quizás este giro argumentativo le despierte sentimientos de culpa —dijo el alfano pensativamente—. Quizás haya sentido impulsos hostiles hacia su esposa.

—Te equivocas, RBX; Chuck y su esposa se están separando, ella ya ha acudido a los tribunales. De todas formas, la vida privada de Chuck sólo es asunto suyo; no estamos aquí para diseccionar su psique. Volvamos al material.

—Sigo diciendo —declaró el alfano— que hay algo muy extraño y atípico en la reacción del señor Rittersdorf; me gustaría saber por qué. —Volvió la cabeza ciega y redonda hacia Chuck.— Tal vez, si usted y yo nos vemos más a menudo, averiguaré por qué. Y tengo la sensación de que saberlo lo beneficiaría también a usted.

Rascándose la nariz pensativamente, Bunny Hentman dijo: —Puede que RBX lo sepa. Puede que simplemente no quiera decirlo. —Miró a Chuck y dijo:— Sigo diciendo que sólo es asunto suyo, en cualquier caso.

—Lo único que pasa es que no me parece una idea cómica —dijo Chuck—. Esa es la única razón de mi… —Había estado a punto de decir adversión— De mis dudas.

—Bueno, yo no tengo dudas —decidió Bunny—. Diré al departamento de attrezzo que hagan una figura hueca del estilo simulacro en la que alguien se pueda meter dentro; será mucho más barato y fiable que comprar uno de verdad. Y necesitaremos una chica que haga el papel de la mujer de Ziggy. Mi mujer, porque yo seré Ziggy.

—¿Y la amiga? —dijo Jones—. ¿Habrá o no?

—Eso tendría una ventaja —dijo Dark—; podría tener las tetas grandes. Ya sabéis, una operada. Eso les gustaría a muchos espectadores; si no, sólo habría una mujer regañona que decididamente no tendría las tetas grandes. Ese tipo de mujeres nunca se hacen esa operación.

—¿Tienes en mente alguien en particular que pudiera hacer el papel? —le preguntó Bunny, con papel y bolígrafo en la mano.

—Ya conoces a la nueva nena de la oficina de tu agente —dijo Dark—. Esa bajita y fresca… Patty algo. Patty Weaver. Tiene las tetas muy grandes. Los médicos deben de haberle metido cincuenta libras, si no una onza.

—Contrataré a Patty esta noche —dijo Bunny Hentman, asintiendo—. La conozco y es buena; es perfecta para el papel.

Y entonces necesitaremos una vieja bruja belicosa para que haga de la mujer mandona. A lo mejor dejo que Chuck haga la selección para el papel. —Rió como un búho.