IX

Cuentos Escogidos (Edición de Monte Ávila Editores Latinoamericana, Caracas, 1998)

(Diario Frontera, Mérida, Venezuela, Abril 25 de 1998 y diario El Universal, Caracas, Venezuela, Abril 27 de 1998)

Un acierto inobjetable es la afirmación que trae la contraportada de esta antología personal titulada Cuentos Escogidos, que publicó la más importante empresa editorial oficial venezolana, Monte Ávila Editores Latinoamericana, al proclamar que:

«[…] la obra cuentística de Jiménez Ure constituye un caso especial en la literatura venezolana; al evolucionar al margen de las corrientes literarias dominantes, ha logrado crear un universo propio, signado por el absurdo, la irrupción de lo fantástico en el mundo real y cierto énfasis en los elementos grotescos y escabrosos de la condición humana […]».

Efectivamente, tal y como lo he sostenido en innúmero de oportunidades, Jiménez Ure se ha venido ganando, a fuerza de una diabólica entrega absoluta a la escritura, un significativo espacio dentro del extenso y complejo mapa de la narrativa finisecular hispanoamericana: que lo sitúa como un sui géneris escritor, «seguidor discipular» de Jorge Luis BORGES, por citar un ejemplo ilustrativo. Nadie como este terrible intelectual para erigirse en excelente cuentista, y en no menos brillante novelista, sin que ello vaya en el más mínimo desmedro en sus innatos dones para el cultivo de la Poesía.

Desde que entré en contacto con la espeluznante y maravillosa escritura de este «poeta de la sombra», confieso haber quedado prendado a sus fulgores verbales, al hechizo de una prosa fina y delicada, pero que traduce lo más abominable e infame de la naturaleza humana. La escritura de Jiménez Ure logra descender hasta los más nauseabundos escombros que subyacen en las tenebrosas simas de la aborrecible especie humana. Por ello, entre muchas otras razones, afirmo que este señor es un poeta terrible.

Un cinismo altamente intelectualizado. Y una ironía finísima, por entre las atrevidas e iconoclastas páginas de una disposición anímica para narrar: que puede dejar estupefacto al lector no advertido suficientemente. Si uno se adentra por los laberintos de la prosa jimenezureana y no adopta las previsiones estéticas que el rigor del caso exige, puede, fácilmente, aterrizar en el «país del infierno» o «de la locura»: por qué no, del desquiciamiento de la moral oficializada. La misma figura sacralizada del escritor, como paradigma de la bondad y de exponente de unos nuevos valores éticos, es sometida al escarnio narrativo dejándonos —a los lectores— un sabor a bilis en la boca y execración.

El suyo, es un universo ficcional signado por lo pesadillesco, que urga en las llagas purulentas de una conciencia profundamente lastimada por heridas que causa la Ley: con sus corolarios de lamentaciones y normas, que instituyen el asco y la pestilencia ahí donde, por naturaleza divina o terrena, debería reinar la reconciliación (apocatástasis) y la armonía del Ser con su entorno. Y, con él mismo para trascender las endebles fronteras de lo epifenómeno y alcanzar, por fin, el tan anhelado deseo de «Homo Sapiens», la auténtica y genuina liberación. De allí el componente catártico que poseen los cuentos de Jiménez Ure. Aunque parezca paradójico, Cuentos Escogidos es altamente «terapéutico»: pues, ayuda a sobrellevar el pesado fardo y el hastío de los días que corren.

Alguna vez catalogué la prosa de este escritor como «Estética de la Podredumbre» y hoy, diez años después, continúo sosteniendo que Jiménez Ure narrador-poeta-filósofo es un «demiurgo del Mal», en el estricto sentido literario que le asigna George BATAILLE en su —espléndida— disertación filosófica.

Las temáticas ficcionales que postula este escritor, a lo largo de su extensa y dilatada obra cuentística se inscriben, a mi parecer, en la sabia tradición de los «moralistas» de siglos pasados como: CHANFORT, Jhonatan SWIFT, LA ROCHENFOUCAULD, LEOPARDI y otros escépticos que escrutaron los abismos inefables del Ser. El narrador confecciona una genealogía de máscaras escindidas, individuos «psiquiatrizados»: que viven, permanentemente, obsedidos por una noción de la realidad paranormal, esquizoide. Tal pareciera que los personajes creados por el escritor viajaran en el barco que los antiguos llamaban «navis stultisfera». Como si esas teratologías meta-literarias nacieran con la impronta de una enfermedad no diagnosticada por Hipócrates URE.

Un enfermizo psiquismo se enseñorea de los personajes que habitan la casa de la delirante imaginación que marca la singular escritura del poeta. Los cuentos más espeluznantes y, por ello mismo, más deliciosos y atractivos, nos dibujan una trayectoria ascensional que, bien observada, podría conducirnos a unos topos ureanos de raigambre dostoievskyana. Se transpira mucho pesimismo con respecto a las posibilidades estéticas de la especie humana, en el itinerario del discurso de Jiménez Ure; es tal el escepticismo filosófico de este autor que, en no pocos relatos de esta antología, cierta «misoginia» radical termina imponiéndose en los ambientes temáticos. Ello no debería sorprendernos, habida consideración de los antecedentes apologéticos que han caracterizado al autor con relación a su postura respecto a la legitimidad, y pertinencia, de la «auto-abolición» de la Humanidad. Y es que este escritor no es de esos pusilánimes y timoratos de los que tanto abundan en nuestro país; al contrario, de corajudo es el temple de su escritura, que se pone de manifiesto en la confección de fantasmáticos relatos: donde, inclusive, no faltan las prácticas antropofágicas, cual si fueran rituales cotidianos.