VIII

Sobre la novela Adeptos (Edición del «Fondo Editorial» Fundarte. Caracas, Venezuela, 1994)

En el diario El Universal, Caracas, Venezuela, Octubre 16 de 1997

Acaso, ¿es casual que la novela Adeptos (del escritor venezolano Jiménez Ure) tenga 33 capítulos, número cabalístico-crístico, y se desparrame en 69 páginas, cifra erótica-kamasútrica, orgiástica, redentora de las pulsiones vitales del Ser?

Adeptos es una novela cuasi «bilingüe» (Inglés-Español) que ambienta su trama narrativa en los «Campos Petroleros» del Estado Zulia (Venezuela), y cuyos personajes acusan las más perversas «patologías» que el Ser Humano pueda experimentar. Jiménez Ure diseña estructuras psíquicas absolutamente desquiciadas por desgarramientos internos: que nos dan la impresión de asistir a la observancia de personajes con heridas hondas en sus almas, seres psicóticos que, al decir del propio autor, «practican la Prognosis» (conocimiento adelantado de la Realidad), la «Palingenesia», «Metempsicosis» y otras «hierbas» de origen budista.

Es curioso: hasta donde conozco la narrativa de Alberto Jiménez Ure, todos sus personajes creados son individuos «out sider» que, sin embargo, juegan una especie de «jeux du jeux». Si se me permitiera calificar este tipo de juego, sin duda lo definiría como «ludismo macabro». Johan HUIZINGA lo llamaría «[…] la danza de la muerte […]».

La escritura que nos propone J. URE en Adeptos, sin ser de todo «culterana», es culta y aborda los más candentes temas y preocupaciones de la Filosofía Antigua y Moderna. Por esta novela transitan individuos dignos, del «más puro linaje estoico», aunque, por fuerza de una extraña dialéctica, terminan «mutando» en epicúreos y desahuciados de tanta «meditación»: «incomunicación» y «tragedia». Si leemos con detenimiento y debida atención, esta novela puede advertir la irrevocable «vocación suicida» de los personajes jimenezureanos acicateados por ineludibles náuseas, angustias, desesperaciones, tristezas e impotencias que anulan la capacidad volitiva de los mismos.

La fantástica, sorprendente y pródiga en sutilezas imaginación del autor erizan las zonas más neurálgicas de nuestra psique. Sospecho que tal maestría narrativa le viene de leer, con fervor, a, entre otros: DOSTOIÉVSKI, POE, SCHOPENHAUER, escritores y filósofos de los cuales el autor de Adeptos no tiene empacho en reconocer su filiación estética y filosófica.

Los ejes referenciales de la topología de Adeptos rielan por coordenadas que van desde Harlingen (Texas State), pasando por los exclusivos Campos Petroleros del Estado Zulia y hasta llegar a la bucólica ciudad de Mérida (Venezuela) que hace un cuarto de siglo abrigaba a los más osados «hongueros apasionados»: también a muchos adictos al «Haschis», la «Mescalina», al «Ácido Lisérgico» (LSD), el «vino» y la «cerveza». Jiménez Ure configura una auténtica república de legionarios báquicos, de propagandistas «dionisíacos», «epicúreos post-modernos», «filósofos del tedio y desidia», «militantes de la speed». No deja de seducirme el modelo de «ciudadano del futuro» que propone el autor a la Humanidad. Individuos emancipados de los extremos y de la modestia, simultáneamente. Seres evolucionados, psíquicamente aptos para asumir plenamente (y con inaudita responsabilidad) la decisión de «matarse» cuando así lo consideren pertinente.

Discierno una cierta relación de parentesco intelectual entre J. URE y el último cátaro de las letras francesas: CIORÁN. No olvido la «veneración» del autor de Adeptos hacia Arthur SCHOPENHAUER: ese egregio exponente de la auto-abolición de la Especie Humana como remedio a la peste maldita de vivir. El país-literario conoce, ampliamente, las posturas filosóficas-estéticas-suicidas del escritor Jiménez Ure. Nadie —como él— ha adoptado una actitud tan valiente con relación a la muerte por propia mano. Siempre leo sus argumentos, los cuales bogan por la despenalización del suicidio. En este siglo, no hay un escritor más iconoclasta e irreverente: ha roto todos los fetiches sacros, y a quienes idealizan e idolatran la legitimidad de la existencia y la miseria de la condición humana. Desde luego que hacía falta, entre nosotros, una pluma deletérea y corrosiva: que volviera añicos ciertos cánones y esquemas anodinos-exangües.

La contribución formal, los aportes sustantivos, que hace el escritor a la Narrativa Latinoamericana de Fin de Siglo es, por demás, evidente: en cada libro de relatos, en cada novela del esteta de la palabra el lector puede encontrar una huella distintiva que lo caracteriza y singulariza cualitativamente. Muy distante de la mímesis la fulgurante prosa de este señor de la imagen escrita y —como contrapartida dialéctica— muy cerca (diría que en el centro) de la Poiesis: esto es, de la creación y recreación del mundo por la palabra.

En cierta ocasión afirmé que el carácter, o, mejor digo, la naturaleza léxica de este demiurgo del verso posee una asombrosa e inédita morfología que le asigna el estatuto de peculiar originalidad. Apuesto, una vez más, por la prosa de Alberto Jiménez Ure: y desafío a los lectores a que se atrevan a leer una escritura gramatical y morfosintácticamente pulcra y decorosa, que forma parte del árbol genealógico más genuinamente «aristotélico» de la Creación Literaria Continental e Iberoamericana. Parafraseando a RAMOS SUCRE, cuando reclamaba para sí la homonimia de LEOPARDI como su igual, podría decirse que Jiménez Ure y Renato RODRÍGUEZ conforman la dupla literaria (por excelencia) más atrevidamente herética por lo cismático de sus propuestas narrativas: en el curso de las últimas tres centurias, en lo que se refiere al «Ars Narrativa» finisecular de habla hispana.

Si lo sencillo no es, obviamente, lo simple (puesto que la sencillez es la máxima expresión artística de la profunda hiper-complejidad), entonces Jiménez Ure tiene pleno derecho a estar al lado de: LOVECRAFT, PROUST, BALZAC, CARPENTIER, GARMENDIA, VIAN y toda esa pléyade de ilustres [des]conocidos que representan el Sagrado Patrimonio Literario y Artístico de la Humanidad que cree en su auto-afirmación mediante la auspiciosa y fecunda imaginación verbal.