Estética de la podredumbre: una aproximación a la Obra narrativa de Jiménez Ure
[El presente trabajo es el texto completo de una conferencia que, contratada por el Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), dictó RATTIA en distintas ciudades del país durante el año 1993. También se utilizó como material de apoyo para un «taller literario» sobre la obra de Jiménez Ure, igualmente promovido por la citada institución cultural del Estado Venezolano] (En el Diario de Caracas, Diciembre 06 de 1993)
Desde Acarigua, escenario de espectros (1976) hasta Dionisia (1993), suman alrededor de 16 libros los que conforman la obra abierta de Alberto Jiménez Ure: prolífico y denso escritor que hoy nos ocupa la atención, especialmente en lo que se refiere a su narrativa, porque él es también —y con no menos fortuna— un agudo y penetrante ensayista y poeta de reconocida trayectoria.
Cuando se me pidió especificar el «género literario» sobre el que iba a disertar, pensé en el narrativo: porque, de todo lo publicado por él hasta ahora —y que yo conozca— 10 textos han sido consagrados al «Relato Corto». Y la Novela es un universo al que Jiménez Ure se ha dedicado con inusual ardor, sin descuidar su impecable «cuentística». Ello es indicativo de una mayor entrega a la prosa. Es por eso que hoy vamos a hablar del narrador que es Jiménez Ure.
En 1992, la Dirección de Cultura de la Universidad de Los Andes le edita una compilación de sus cuentos intitulada Suicidios que, a la sazón, provoca una pequeña conmoción en los círculos literarios y —especialmente— en los ambientes de Mérida: ciudad donde reside el escritor desde hace mucho tiempo.
Tengo la impresión que Alberto Jiménez Ure irrumpe en el escenario de la Literatura Venezolana con una voz y una escritura bien decantada, trabajada pacientemente al calor de una asombrosa dedicación al lenguaje: al estilo, la «arquitectura interna» de la obra, a la «estructura formal» del texto literario. Eso advertí cuando lo leí por primera vez. El primero de sus volúmenes de ficciones que tuve entre mis manos fue —precisamente— Suicidios. Confieso un impacto que aún no ha cesado: al contrario, todo el que se acerque a esta singular creación verbal de Jiménez Ure quedará padeciendo «una marca psíquica» que (no puede ser de otro modo) irá in crescendo en la medida que se le vaya leyendo y penetrando los intersticios meta-lógicos de una indiscutiblemente insólita narrativa.
En 1989, sostuve que el único dogma, la única ortodoxia, esto es, la única «religión» que se podía encontrar en este escritor era el desacato y la irreverencia: la «herejía», el «tremendismo» del diletante que escupe el rostro de la «Academia» y se burla, con brillo inusitado, de la filosoficación sistemática y de la frondosidad argumental. Muchos lo intentan, pero se quedan a mitad de camino. Creo que Jiménez Ure vive una especie de psitacismo permanente al servicio de la Literatura. Hay que estar bajo un singular estado de gracia o tocado por un espectro-ente del Bien y el Mal para concebir situaciones «paranormales» o «supra-normales». Simultáneamente controlados, con segura autonomía, los hilos de toda narración larga (para el caso de la Novela) o galvanizando la anécdota que le da vida propia al Relato Corto (género donde nuestro escritor ha demostrado una excepcional maestría narrativa).
Refiriéndose a la narrativa de Jiménez Ure, algunos críticos literarios (como Gustavo GUERRERO) disciernen en la narrativa de Jiménez Ure una notable influencia de Lewis CARROLL o una fuerte similitud con el escritor francés Alfred JERRY.
No descarto alguna influencia literaria en la obra de Alberto. Es más, él ha sostenido que el «Paradigma Estético Griego» es un punto de referencia importante en el desarrollo de sus propuestas literarias, y, básicamente, en relación con su singular manera de narrar los encantos de la imaginación. Pues, como lo dijo Harold BLOOM: «[…] La angustia de las influencias es inevitable […]». Al fin y al cabo, el inconsciente colectivo es de todos y de nadie, según gustó decir NIETZSCHE. A Jiménez Ure, la crítica literaria suele calificarlo (encasillándolo) como un escritor fantástico y de lo absurdo. En realidad, el poeta moviliza la escritura de la vida y la autotélica vida de la escritura: porque la existencia, a decir verdad, es todo eso y mucho más.