III

Breve visita a Luxfero (Edición del Pen Club de Venezuela, Caracas, 1991)

En la revista El Reportero N0. 07, Mérida, Venezuela, Diciembre de 1991

Me despierto después que el lexotanil ha hecho su efecto tranquilizador y somnífero. Son las 3 a. m. Extiendo mi diestra hacia la cama contigua que está en mi habitación: pues, confieso que, por dejadez mía, aun tengo por biblioteca una desvencijada cama que sirve de repositorio de mis poquísimos libros y unos cuantos periódicos dispuestos al azar. El gesto aprehende a Luxfero, segundo libro de poesía de Jiménez Ure. El primero fue un bello texto titulado Trasnochos, nombre de una columna de opinión que el escritor mantuvo durante años en El Nacional y que fue publicado por la Gobernación del Estado Mérida (1989).

A propósito de Trasnochos, en cierta ocasión afirmé:

«[…] que la poesía filosófica, o filosófica poética de Alberto Jiménez Ure testimonia una endemoniada lucidez para proclamar el derrumbe de puntuales verdades: que no por ser específicas exoneran la quiebra de los más prestigiosos y no por ello menos falaces absolutos […]».

Revisando el sumario de Luxfero (hecho de azufre y tinta) nos encontramos con XXXVI poemas que muy bien podrían denominarse Incendios líricos: porque, leyendo algunos de ellos —intentos para lograr un poema, creo que así le habría gustado al autor que llamásemos sus belcetenebros versos— siente uno una quema por dentro y ese algo quizá sea el promontorio de falsas verdades o imbecilidades ataviadas con la palabreja «kistch», insípidas y desteñidas que nos producen lo que quería el autor de Le Cimitiére Marine (Paul VALERY): «el encantamiento del Mundo por la palabra poética».

La de Jiménez Ure, lo he dicho, «[…] es una experiencia estética profunda y reflexiva […] Su discurso poético reduce al máximo (diríamos que elimina) el carácter descriptivo»: se hace sobrio (pero, en verdad, ¿hay sobriedad en estos poemas blasfemos e iracundos, llenos de malditismo?), sintético. Todos los poemas tienen una impronta lacónica, a la vez que un rasgo altamente connotativo. Parafraseando a Naudy Enrique LUCENA:

«[…] Es una poesía donde se propone (sin proponérselo) una subversión a la Lógica del Lenguaje Cotidiano para instaurar una sintaxis luciferina al estilo niestzcheano, sadeano, shopenhaueriano, ciorianiano, etc. […]».

Jiménez Ure identifica los rasgos esenciales de su poesía logrando asir los hilos de la alienación universal y develando el uso enajenado de ciertas pseudo-estructuras poéticas para restituirle el «[…] estatuto ahiestésico que exigir debe el poema […]». Con Luxfero se denuncia la propia y oculta podredumbre de las instituciones sociales, morales, represivas, lo cual le otorga una mayor significación y amplitud al discurso poético. Si el Cristo dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», Alberto Jiménez Ure lo espeta con una no menos desgarradora sentencia…

«Acaso no fue por el poder del Mal que el Hombre surgió

»En parto abrupto frente a una Naturaleza perpleja:

»—Acaso no soy hijo del Demonio que, con su pensamiento,

»inventó las calamidades contra el aburrimiento.

»Acaso no soy, igual, progenitor de una criatura diabólica

»por cuya causa el Mundo cuenta con un explosivo más.

»Acaso no soy (Luxfero) Lucifer: es decir, el que la luz lleva».

Creo que, después de este poema, no estoy en disposición de agregar una tilde, ni un punto, ni siquiera una coma. Este poema debería ser el exordio a los futuros catecismos y, por consiguiente, ser divulgado hasta los más apartados confines de la carroña cósmica.