Cuentos abominables (Edición de la Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1991)
En la revista El Reportero N0. 07, Mérida, Venezuela, Diciembre de 1991
Abominables titula Alberto Jiménez Ure su más reciente libro de cuentos, o relatos cortos. Gracias a la gentileza y gesto de solidaridad intelectual del autor, podemos tener acceso a uno de los discursos narrativos más fascinantes (por su naturaleza fantasmática, pero no exclusivamente por ello) que se han propuesto en el panorama ya bastante poblado de la prosa corta venezolana: representada por escritores nacidos en la «Década Turbulenta de los Años 50».
De los doce relatos que conforman el libro, sólo conocía dos. El primero bajo con denominación un tanto imprecisa: El ano antropófago. Debió titularse, más bien, El ano falófago. Este cuento lo leí en Imagen (revista que publica el Consejo Nacional de la Cultura, CONAC, en Caracas). El segundo que ya conocía lleva el título de Francotirador, cuya copia del original me hizo llegar el autor (mantenemos una relación epistolar desde hace —aproximadamente— dos años).
El primer cuento incluido en este volumen, sugerentemente titulado El zoológico de Pirandelo, insinúa una audaz fusión entre lo que podríamos denominar la chata y vulgar esfera de lo real dado («Hotel Los Páramos», por ejemplo) y el mundo imaginario individual del narrador. Sería más apropiado decir, cortazarianamente, «el universo del bestiario». Véase las invenciones de Jiménez Ure al respecto: «el búhohombre, el búhoniño […]».
Leyendo los relatos de Jiménez Ure uno siente estar en presencia de una especie de taumaturgo de la palabra, o de un demiurgo alquimista del verbo. Y, si cupiera duda respecto a esto último, ahí te va, lector, ese puzle a guisa de ejemplo: «[…] próceres impresos, máquinas de rodamiento, falotración anal, vidrioreflejo, multiaudifonovocal, claustromóvil […]». Toda esta andanada (exhibición) de una prodigalidad ostentosa «neo-logística» revela una envidiable búsqueda, y un esfuerzo por crear un arsenal lexical procedente: quizá, de un estado «alucinatorio» por demás «alucinante», que emerge de un psiquismo ficcional entroncado —inevitablemente— al inimitable Mundo Borgiano.
En una ocasión, dije que Jiménez Ure no tiene vocación de «saludador» ni de «apologeta de la pudibunda y asqueante (vomitiva) moral judeo-cristiana». Y, en este libro que comento, lo testimonia del modo más herético. Una brevísima cita basta para corroborar lo anteriormente afirmado:
«[…] La junta médica y la pareja Pirandelo creyeron conveniente eliminar a la bestia. Empero, súbitamente, fueron acusados de impíos por el sacerdote que solía oficiar las extremaunciones a los burgueses que elegían morir en la Clínica Virgen del Carmen […]» (Ob. cit., p. 08).
Más adelante, sentencia el autor que «[…] la Iglesia es una institución proclive a justificar las abominaciones más inimaginables […]» (Ibídem). Y es que, históricamente, se han cometido más crímenes «de lesa Humanidad» en nombre de la «Fe Cristiana» (el lector «culto» revise las cruzadas hacia la toma del «Santo Sepulcro» durante los siglos IX-XIII) que bajo los estandartes y emblemas deleznables de las ideologías. Aunque Fe e Ideología son dos máscaras (correlatos) de un mismo y único rostro bárbaro con apariencia civilizada. Es —precisamente— esta última duplicidad moral («maniquea») la que logra, magistralmente, pulverizar Jiménez Ure con sus Cuentos Abominables.