Este libro nunca se podría haber escrito sin «Las Chelas», mi madre, mis tías, mi abuela; las mujeres Salazar que nacieron navarras donde les dio la gana y que, desde sus ojos grandes y sus caracteres fuertes, nos enseñaron a leer y a escribir; a poner nombres y matices al amor; y, sobre todo, a querer y a decir que queríamos.
También habría sido imposible sin mi padre, que un día me llamó inconstante y me retó a hacer literatura. Y sin mis tres hermanos, que a veces están y siempre son.
Y sin Sol.
Gracias a todos; lo mejor que tengo es vuestro.