La verdad es que yo no sabía que el director de recursos humanos era cariñoso. Tampoco que había renunciado a su trabajo pero no a su sueldo. Resultaba que sí, que era público y notorio que mi jefe era un inepto, que no trabajaba y que, por no hacer, «porque me da pereza, coño, y porque me la suda», que me lo había dicho mil veces, tampoco presentaba lo que hacíamos los demás.

Resultaba, por tanto, que querían sustituirlo.

—¿Lo vais a echar?

—No, Micaela, eso no podemos hacerlo. No me pidas que te lo cuente porque yo no me sé los detalles. Imagínatelo: veinte años en la empresa, favores, secretos, cadáveres…

—¿Hacemos una serie como Los Soprano con mi jefe como el sobrino tonto y los dueños de la empresa en plan Tony…?

—Hazla tú, ahora que vas a tener tiempo.

—Vamos a hacer una cosa, ¿vale?, que no nos conocemos demasiado. Yo te lo pongo fácil y tú me dices la verdad.

El director de recursos humanos podía ser cariñoso, y hasta podía ser honesto.

—Está bien. A tu jefe no se le puede despedir y a ti no se te puede ascender. No me preguntes por qué. Yo sé que eres buena trabajando, y lo he preguntado de todas las maneras posibles pero nadie me da una respuesta. O me la dan y me dicen que eres demasiado inteligente, cosa que dudo. El caso es que van a contratar a alguien para hacer casi todo el trabajo de ese imbécil. A él le cambian el cargo, patada lateral, entra una persona nueva porque no reconocemos el talento interno y, como no podemos pagar tres sueldos de directivos, sales tú. Negaré habértelo dicho, como te puedes imaginar.

—Me lo imagino, pero espera. ¿Me despedís porque mi jefe no pega un palo al agua?

—Por eso, pero, sobre todo, porque viene alguien a hacer lo que él no hace y tú sí haces.

—Supongo que sabes que no tiene sentido…

Media hora después, Miguel ya me esperaba en mi despacho. Tenía el casco en la mano. Ya pasa de los cuarenta y sigue siendo muy guapo. Una hija adolescente y sigue siendo muy guapo. Una ex mujer vencida y sigue siendo muy guapo.

—Vamos, Mica.

Y fui, claro.

Esta mañana él se ha ocupado de todo: del abogado, del paro, hasta de recoger mis cosas delante de ese jefe que ya no tengo. Me ha contado que parecía algo nervioso:

—Pensé que Micaela vendría a dar la cara, toda chulita y dura, como es.

—Mejor no pienses en ella de ninguna manera. Que no sabes cómo es, y ya no vas a saberlo.

Dice Miguel que fue educado. Yo sé que fue firme. ¿Y yo? Pues aquí, en su casa, en su cama, en su vida. Tengo que terminar este CV, recoger la casa de mi madre, volver a la mía, llenar mi nevera, encontrar un trabajo.

—¿De verdad quieres eso, Mica? Todavía no tienes que hacerlo.

Eso ha sido a mediodía, cuando me ha traído sushi. Miguel me consiente tristezas que no se consiente a sí mismo.

—Te cuida, eso te lo he dicho yo siempre…

Ése es Manu, que está abriendo latas e improvisando una cena en casa de Miguel con la misma tranquilidad que en la mía o en la suya. Diego está aparcando. Con Ana hemos estado comunicados toda la tarde por Skype. Y pronto llegará mi ex.

—¿Te molesta que me caiga bien y que tenga confianza?

—No, no.

—¿De verdad no te gusta que te mimen?

Manu me está mirando despacito, intentando pillarme en un renuncio y, sobre todo, buscando un final feliz.

—Pues claro que me gusta.

—¿Entonces…?

—¿Sabes una cosa? Miguel no pone la cara esperando que yo le bese, como algún egoísta que conozco. Miguel se acerca y me besa, porque quiere besarme.

—(…)

—Y Miguel tampoco me dice ya que me quiere; simplemente está, y me quiere.

—(…)

—Y no me mires así, que yo le quiero, pero no estoy enamorada. Algo tan tonto y tan definitivo.

—Enamórate de él, Mica.

—Espera un poco, ¿vale? Déjame que siga viviendo.

—Anda…

—Si ya lo sé, que si esto fuera una novela y no mi vida, sería el momento de acabarla en plan tramposo y complaciente. Me embarazaría, me enamoraría o me llamarían para un supertrabajo en Nueva York. Pero yo lo que quiero es retomar lo que tenía: una vida con amigos y trabajo, sin pareja y sin hijos.

—¿Y si escribes, Mica? Ahora que tienes tiempo, ¿por qué no escribes?