Recompuesta y rodeada de la luz de mis mujeres. Mi madre, Clara y Ana.
Ana, empeñada, además, en regalarme algo más. «Ternura y que te dejes acariciar».
Con ese pragmatismo sereno que es su estilo, me propuso buscar a un tipo sensible en una de esas webs, un telacuelo.com, pero no.
—Anita, que prefiero mil veces quedarme en casa leyendo que salir para contarle a un tío que igual me produce rechazo en el minuto uno que sí, que soy periodista, que me apasiona el cine en versión original, y que si me deja olerlo sabré si me van a gustar sus caricias.
—Hay un filtro, ya lo sabes. Tú cuentas lo que quieres de ti, lo que te puede ayudar a que no te entre cualquiera; pero, sobre todo, lees lo que ellos dicen y lo que no dicen. Se puede saber mucho de alguien al ver cómo se define.
—Está claro. Por ejemplo, te ahorras de entrada el contestar a todos los que no saben usar los signos de puntuación.
—O no. Depende de lo que te importe. Yo soy más tolerante con la gramática, Mica.
Ana me hacía reír, sí. Y mi madre también. De otra manera.