—Tú quieres hacer cosas, Micaela; yo quiero que las cosas me pasen por encima sin hacerme daño. Tú esprintas, y yo soy un maratoniano que no se mueve de la silla. Y te digo una cosa más: voy a ganar yo. Me juego los huevos…
Algunos ejecutivos de empresas modernas parecen salidos de las empresas rancias de los sesenta. Son esos tipos que siempre andan con sus secreciones corporales a cuestas y los cojones encima de la mesa, los que hacen lo que les sale de la polla y entonces no hacen nada. A mí, en los buenos tiempos, sólo me daban asco y pereza; ahora, viendo cómo estamos, rabia, pena y vergüenza. Ésos son los que mandaban, ésos los que siguen mandando, y así nos va.
—Manu, es repugnante despachar con un tipo que te mira las tetas y sólo habla de sus huevos y sus sudores; pero es que lo de no pensar no sé ni cómo entenderlo cuando mi trabajo es creativo, inventar productos, servicios y modelos de negocio.
A Manu, que nunca ha creído demasiado en la información independiente, le importaba menos el fondo, pero le escandalizaban las formas de mi jefe, tan lejanas de su educación, su responsabilidad y su paciencia. Y aun así intentaba aplacarme.
—No seas dramática, Mica. Puedes pensar en casa; mientras tanto, relájate, haz lo mínimo imprescindible, pilla otra hora de yoga…
—Es que me pagan por pensar, Manu.
—No, no te pagan por eso. Porque es obvio que tu jefe es un imbécil y que tú pienses le sale carísimo.
—Pues a la empresa que él sea tan imbécil no le sale barato.
—Ése no es tu problema.
—No, es el de esta sociedad en la que mandan los tontos y los vagos, y sólo ascienden los cobardes.
—Mica, en serio, te vas a provocar un cáncer. La vida es un poco más fácil, no hay que arreglarlo todo a la vez. Sé feliz, tía; o ten paz, por lo menos.
Lo intenté, lo intento, pero me supera. En esta época de desempleo y de miedo, cuando lo urgente es también lo importante y es el momento de crear, invertir e inventar, gobiernos y empresarios, que en vez de recortar han talado, se permiten el lujo de poner (o mantener) despacho y sueldo a vagos redomados y a corchos expertos.
Manu se puso muy serio la última vez.
—Déjalo, Mica. Tampoco te sientas tan orgullosa de ser alternativa e indómita. Te haces daño tú y haces daño a los proyectos que te importan. Es cierto: tu empresa se está suicidando y tus jefes son unos imbéciles con suerte, pero tú no eres inocente, que con todo lo lista que eres no has sabido adaptarte y buscarte una vía para hacer sin que te paralicen.
—Joder, Manu, no te pases, que no estoy orgullosa de ser una incomprendida; lo que estoy es jodida. Gran parte de lo que soy es mi trabajo y me paso catorce horas al día dejándome la cabeza, la piel y el alma en hacer cosas que demuestren las bondades de la empresa y reduzcan sus defectos, eso es lo que hago y eso es lo que soy: trabajo. Y no me dejan serlo.
—Ya, Mica, pero no arreglas nada dándole vueltas. Sé feliz. Sé valiente. Sé tú misma. Y disfruta haciendo lo que haces, aunque no te dejen sacarlo adelante.
La virtud, que diría Aristóteles, está en el término medio. Y Manu lo veía desde fuera, y yo desde demasiado dentro.