Mi madre, mi hermano Pablo y mi amigo Diego.
He tenido siempre tres periodistas cerca para compartir información, planes y proyectos sobre la profesión. También, en esta última etapa, para que entendieran mi desencanto y mi dolor.
Dolor general, digo. Más allá de mi jefe.
Con las cosas que se hacen y las que no se hacen. Con lo que se dice y lo que se calla. Con la mierda que ves cuando estás demasiado cerca de la cocina.
Cada uno de los tres lo sentía a su manera.
Mi madre no se quiso rendir, pero a veces le podía la tristeza:
—Luchamos tanto, teníamos tanta ilusión… Y ahora da todo igual. Políticos mediocres, periodistas complacientes… Ninguno vio venir la crisis, ninguno atisba soluciones. Ni las crean. Me consuela, Mica, que aunque parezca que han roto la sociedad no han conseguido romper a las personas.
En esa misma onda, aunque más salvaje y menos melancólico, andaba Pablo. Cambiando el mundo en la calle (desde la calle, con la calle, para la calle) y renunciando de forma tajante a los medios de información pero nunca, jamás, al periodismo. Haciendo y contando, contando y haciendo.
—Pasa, Mica. Tu empresa es «el» problema. Y encima son unos paquetes. Que vengan los mentirosos listos, porque éstos se mienten a sí mismos y sólo se lo creen ellos. Que son bobos, Mica: sus mentes progresistas fabrican argumentos de salón y hace siglos que no pisan calle, que caminan levitando sobre moquetas de lujo. Son unos mierdas, hermanita: te imponen por lo que fueron y no se miran al espejo para no ver que ya no son nada. Que no Mica, que no, que no nos representan, que nos avergüenzan…
Diego, desde su multinacional educada, cívica y moderna, también se rebelaba a su manera, contra la decepción y la impotencia. «Joder, Mica, es que estas cosas que cuentas… Son delictivas, delitos contra la democracia».
—Ya, lo que pasa es que cada uno define democracia a su manera. Y éstos todavía creen que son los dueños del debate.
—¿Los dueños de qué, Mica? ¿Quién los escucha? ¿Quién los ve? Nadie.
Ése era Pablo, radical y brillante. «Periodistas que hablan sólo para políticos, políticos que gobiernan sólo para los periodistas. ¿Cuántos ciudadanos los respetan? ¿Cuántos los creen? Uno o ninguno. Ellos no cuentan con nosotros y nosotros no contamos con ellos. Deja de pensar en lo que no hacen y en lo que no te dejan hacer, en las cosas que sabes y no deberías saber, en lo que no sabes y puedes imaginarte… Estás en el lado oscuro, Mica. Sal…».
—¿Y de qué vivo?
—De lo mismo que los demás, de algo que no quieran venderte como verdad y que sea cierto y tangible.