—Así que… tú eres Micaela. Me habían hablado de ti, me han dicho de todo, que eres lista, que eres conflictiva, que eres buena y que no hay quien te aguante. Pero te miro y lo que no consigo es verte como una ejecutiva, eres demasiada mujer; y una mujer, además, con cara de haber sufrido mucho… ¿Me equivoco?

Era la primera vez que veía al tipo que me interpelaba. Era nuestro recién estrenado Big Boss, el jefe del jefe del jefe de mi jefe, un hombre con fama de ser un borde muy inteligente. Casi la misma fama que yo, sólo que a él le pagan por ser un ogro.

El caso es que ese rollo del sufrimiento, la cara triste, los ojos marcados, me lo sabía de otro contexto: demasiado tarde y frente a un tipo algo bebido que se escoraba peligrosamente hacia mí. O sea, siempre en un intento desesperado de ligue, más amable, más generoso, más inútil… Igual de absurdo.

Y aquel día eran las once de la mañana y en la misma sala de reuniones estaban mi jefe y sus dos colegas: tres corbatas que miraban fijamente la mesa, penetrándola muy concentrados. Nada produce más satisfacción en una empresa asustada que oler una gran bronca y saber que no va contra ti. Por eso me habían llevado a la reunión: una nueva víctima, sangre fresca. Y a mí me daba todo un poco de pereza, el escenario, las corbatas cobardes, el ogro, la reunión…

Pero me gustaba mi trabajo, tenía aún cierta esperanza y me esforcé: rumié las posibles respuestas mientras él repetía la pregunta mirándome fijamente a los ojos, como un seductor, un hipnotizador o, simplemente, un jefazo que quería ponerme a prueba y, a ser posible, suspenderme:

—Dime, Micaela, ¿has sufrido mucho?

Creí que si era tan inteligente como decían, ya tenía algo ganado respecto a sus predecesores y los sinsorgas que nos escuchaban, mudos y huecos; así que me guardé la imprudencia y la causticidad en el bolsillo, y le contesté muy profesional:

—No he venido preparada para contestarte a eso. ¿Hablamos de trabajo, por favor?

Y se lo dije sonriéndole un poquito, casi nada, lo justo para que no se sintiera puesto en evidencia delante de esos esclavos que eran también mis jefes, que no se cabreara pero que sí notase una barrera y también una súplica: «not here, not now, not ever».

No lo conseguí.

Él siguió con sus preguntas. Y dándose solito las respuestas.

—Has sufrido porque te has atrevido a querer detrás de ese caparazón de intelectual atípica, que te sabes extraña y te gusta… Y ya, ya sé que eres lista, pero sobre todo eres rara e incómoda, y te gusta parecerlo. Te conozco, Micaela. Te conozco y no me disgustas, pero tampoco te lo tomes como un piropo.

Las corbatas ya levantaban la mirada aliviadas, aquella bronca no les iba a salpicar, les sobrepasaba y se había convertido en un espectáculo. Y entonces le sonó el móvil al gran jefe, la reunión se disolvió, yo respiré hondo.

Ya nunca más volví a verlo. ¿Para qué? Él, tan listo, ya había confirmado su prejuicio y ya me conocía; pero aquella primera y última reunión con él fue el perverso germen de este CV actualizado.

Aquella misma noche, Manu, Diego y yo habíamos quedado a cenar. Hablamos de hombres, de mujeres y de filosofía. Hablamos también de curro, como siempre. Me recomendaron que me fuera y no me fui, me gustaba mi trabajo. Me recomendaron que abriera un blog para contar estas miserias laborales y les dije que no, que a mí nunca me iba a salir tan bien como a Frédéric Beigbeder, que me despedirían sin hacerme millonaria, que me instalaría en sus casas y me bebería su ginebra, como una vieja loca, que no sabría qué hacer sin trabajar. Nos reímos mucho, y olvidamos al emperador y su corte de cobardes, pero ellos no nos olvidaron.

Porque no les teníamos miedo. Porque nosotros sabemos que la inteligencia no grita ni agrede, que la inteligencia escucha, duda y habla bajito. Pero eso ya no es mi problema, sino de los que allí quedaron: los regulares, los malos y hasta los buenos.

Yo estoy en paro y no hay futuro, que decía el punk. Desde luego, no hay este futuro. Pero sí hay otro. Con mis amigos, mis hermanos y mis muertos. En un paraíso que es sólo nuestro.