En mi familia crecían los muertos y en mi trabajo, los locos.

«A job should always keep you straining at the limits of your abilities». Eso dice Sloan Wilson en El hombre del traje gris. Claro que él no vivió esta crisis, que no es peor que otras pero sí nos ha pillado a casi todos peor preparados.

Políticos, banqueros y grandes empresarios. No lo vieron venir, no lo supieron frenar, no lo saben solucionar. Y no les tensa los límites, simplemente los enloquece: como en un manual de psicología, primero lo niegan todo; luego, cuando ya no hay manera de esconderlo, culpan a otros: la impresentable herencia recibida, el equipo de ineptos con el que cuento, los irresponsables que han vivido por encima de sus posibilidades…

Cada uno de estos locos poderosos busca su excusa. Aunque, la verdad, lo de poderosos es muy relativo. Porque poderoso es el que puede hacer, y los que salen en los medios y los que dirigen los medios, los que creen que nos gobiernan en general y en particular, no hacen, sólo se aíslan y discursean, ajenos al mundo, a la realidad, a los demás.

Por pura estadística, y quizá también porque las mujeres somos diferentes, suele ser hombre: un tipo inteligente (mucho) que lleva años (demasiados) mandando y que poco a poco fue reemplazando la visión por la soberbia, hasta quedar cegado y cruel.

Para evitarse la realidad, el tipo se rodea de gente que no le cuestiona y a la que es fácil humillar y culpar. Y ahí se queda. Pasan unos años y el tipo ha perdido ya casi toda su inteligencia por falta de entrenamiento (si nadie te da otro punto de vista, tú desaprendes a mirar): cada vez es más torpe y está peor informado, su equipo (llámese «corte») es cada vez más cobarde y más dócil. Y la empresa (o el país) se va a la mierda.

Dicen mandar unos tontos soberbios, emperadores desnudos que, como en el cuento de Hans Christian Andersen, ni ven ni se ven; sin pedir ayuda y sin que nadie se la ofrezca, sin hacer y sin poder. Cayendo hacia la nada ante quienes aceptan ser sus súbditos cobardes y no sus exigentes y activos colaboradores.

Bienvenidos al siglo XXI, bienvenidos a la crisis, bienvenidos a esta nueva realidad que es la de la Edad Media: si el emperador va desnudo y nadie se lo dice, morirá devorando a sus hijos, a sus ciudadanos y a sus negocios, habiendo consumido sus recursos.