Mi madre seguía en el hospital, y yo, representándola, en el tanatorio.
Mala mezcla.
Me he reído mucho yo en el tanatorio. En mi familia somos pulleros: nos vemos y nos queremos, nos vemos y nos chinchamos, nos vemos y lloramos, nos vemos y nos descojonamos. Juntos somos mucho y somos muchos. Y el tanatorio de la M-30 se ha convertido en uno de nuestros puntos de encuentro.
—Somos los próximos —le decía uno de mis tíos a su hermano, hipocondríaco perdido—, que ya hemos acabado el partido y estamos jugando la prórroga.
—Pues yo no estoy para penalties —se esforzaba el otro.
Sentados en un banco al sol, sonreían al mundo, a la vida pasada y a la muerte, y a mí me dolía ya un poco su futura ausencia. Porque me gusta que me duelan mis muertos, sus huecos; yo soy yo y mis agujeros negros.
Por suerte, sentir los muertos es justo lo que no se hace en el tanatorio, entre tanta gente, tanto cariño, tanto dolor.
Ves primos lejanos que te caen bien, primos cercanos que se han alejado, y a primos que son amigos y a amigos que son hermanos.
Ves a los amigos de tus padres, ves a los primos de tus primos y a los tíos de tus primos, ves bebés que, en algún lugar, llevan un apellido que también es tuyo.
Besas y te besan.
Te cuentan y te escuchan.
Te hacen las preguntas que ya nadie se atreve a hacerte y que tú no sueles contestar.
Dónde trabajas, tienes novio, para cuándo un hijo, y qué fue de aquel chaval tan majo.
Mis días en el tanatorio han sido vidas completas de dolor, abrazos y risas.
Pero éste era mi primer tanatorio sin mi madre.
Miguel estaba a mi lado, como siempre, y a su lado, que era el mío, distrayendo, que era lo suyo, estaba Clara.
—¿Tú te masturbas, Mica? —me preguntaba mi adolescente favorita en ese mismo tanatorio, ese mismo día.
—(…)
—Contesta.
—Claro.
Antes de nada, siempre ha estado todo ese rollo de no crearle un tabú. Pero yo pensaba que ella y yo ya habíamos acabado con el sexo…
—Mica, tengo quince años, acabamos de empezar.
—Pero no me lo vas a preguntar todo a mí, ¿no? Diversifica un poco, busca otras víctimas.
—No, claro que no. A ti sólo lo peor.
—Dime una cosa, locatis, ¿tú crees en el pecado?
—¿En el infierno y todo eso? No, claro que no.
—¿Y en la responsabilidad?
—¿De qué hablas, Mica?
Y lo buscó en su móvil.
«Responsabilidad: Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente».
—¿Y qué?
—Que hagas lo que quieras, pero que lo hagas porque quieres. Que te lo he dicho ya mil veces.
—Jo, Mica, ya estamos con tus juegos de palabras.
—Que no es un juego, coño, que seas libre.
A Clara aquel día no le interesaban los conceptos filosóficos.
—¿Y por qué te masturbas?
—Porque me gusta, porque nunca hay suficiente sexo, porque relaja, porque yo sé cómo hacerlo…
—Mica, para, es demasiada información.
—Cierto. Pero entonces no me preguntes.
Al salir del tanatorio, caminé horas hasta casa, para ver si cansándome averiguaba quién era, qué quedaba de mí después de tantos muertos.
Quedaba el dolor: grande, sólido, real. Estamos condenados a vivir juntos. Él se va a ir haciendo más grande y yo voy a seguir llevándolo dentro.
Estaba intensa y cansaalmas hasta que pitó el whatsapp y me tocó vestirme de mi personaje lúcido, alegre y un poco cínico.
—¿Y cómo te masturbas, Mica?
—Hay cosas que tienes que descubrir tú, Clara.
—¿Me enseñas?
—No. Enséñate a ti misma.
—Budista.
—Vaga.
Aquella noche no fui capaz de ir a ver a mi madre. Recuperándose en el hospital para que yo la recuperara y pudiera volver a perderla.