Manu dice que no. «No te has rendido, Mica. Tú follas más en un mes que yo en un año».

—Puede ser.

—Pero a mí me quieren más.

—Eso seguro.

—Y mejor.

—También.

—Mica, no me des la razón, y discute un poco…

Pero yo no quiero discutir. La semana pasada, cuando murió mi madre, Ana me mandó un mail desde su playa de Puerto Rico. «Necesitas construirte un presente en el que la tristeza deje paso a la paz. Prueba La senda sagrada del guerrero…».

Cuando uno se encorva, no puede respirar bien, y una postura desgarbada es también signo de estar cediendo a la neurosis. De manera que al sentarse erguido, uno está proclamando para sí y para el resto del mundo que va a ser un guerrero, un ser íntegramente humano.

Le leo este párrafo a Manu, muy recta, y finge una desesperación que, en el fondo, también siente. Le da miedo que me haya vuelto loca, pero yo espero que, algún día, el budismo me encuentre preparada.

—Hablo de budismo como filosofía de vida, no como religión.

—(…)

—No hay que poner la religión en el CV, ¿verdad?

—Mica…

—Lo pregunto en serio, es que me parece la pregunta más íntima y más difícil del mundo.

—(…)

—Yo no sé en qué creo.

—Ni yo.

—Tú en Marta. Y en Dios.

—Y en ti.

—Como Ángel González.

He despistado a Manu, pero sigo con mis dudas. Llevo años intentando entender a la gente que se define en lo religioso con la misma seguridad con que recita su grupo sanguíneo: ateo, agnóstico, creyente (bueno, en realidad, contestan más alto y más claro los ateos, bienaventurados ellos).

Y yo no sé si creo. O en qué creo.

Claro que tampoco sé cuál es mi grupo sanguíneo.

Ana lleva años insistiendo. Perdón, más que insistiendo, compartiendo sin insistir: «El budismo exige. Te exige ser fiel a ti mismo y te exige ser siempre tu mejor yo, estar siempre en plenitud de facultades. Desde la lealtad a ti. Pero no en plan de “es que soy agresivo, pumba, te doy una hostia, y te aguantas y me disculpas…”. El budismo te exige ser leal a tu propio potencial».

Ana, haciendo yoga, haciendo el amor, siendo budista, siendo ella misma.

«Las religiones convencionales siempre delegan en Dios y en el destino. El fatalismo es muy cómodo, cómodo e irresponsable. Como Dios lo ha querido así, todo vale. Mica, tienes que responsabilizarte de tu vida».

Ana, desde su playa.

Y Manu se está poniendo a favor: «Ahora entiendo por qué te empeñas en caerte: porque tu destino es estar siempre levantándote».

La clave del camino del guerrero, y el principio de la visión shambhala, es no tener miedo de ser quienes somos. Ésta es, en última instancia, la definición de la valentía: no tenerse miedo a sí mismo.

Son las doce de la noche. Creo que si Diego no viene pronto y seguimos hablando de budismo, Manu va a acabarse toda la ginebra y yo me voy a fumar una barrita de incienso.