«La fama no se me ha subido a la cabeza. Conservo los amigos de toda la vida».
A mí esas declaraciones repetidas y predecibles que cacarean los famosos me recuerdan a mis hermanos. Si yo algún día triunfara, mis hermanos seguirían puteándome y todos tan contentos: yo con los pies en el suelo, ellos como siempre, con sus inmensas zapatillas encima de mi cabeza.
Y eso me vale para los momentos de extrema felicidad, pero también para los de la más absoluta miseria.
Mis hermanos son mi suelo, no puedo caer más abajo de donde estuvimos juntos. No puedo subir más alto de lo que tuvimos de pequeños.
Jon y Pablo no solían inmiscuirse en mi vida, pero cuando se fue Andrés vinieron a casa, cada uno por su lado, se aseguraron de que había vuelto a llenar mi nevera, y con una cerveza en la mano, los dos en la misma postura, me dijeron algo muy parecido a lo que años más tarde leí en un tuit del escritor Héctor Abad:
«La soltería —dice una amiga— es como la muerte por ahogamiento. Muy dulce cuando uno deja de luchar.».
—Ríndete, Mica.
—Vuelve con Miguel o ríndete.
—Por favor.
—Basta.