De hecho, cuando me fui de casa de Miguel y volví a la mía, a quien echaba de menos de verdad era a Clara. Sus ataques de risa contagiosos, su forma de bailar en la cama, sus mil y un gestos delante del espejo, probando y probándose, su luz.

Y aun así me fui.

Porque a Miguel podía darle poco y él merecía más.

El acoso de Jacobo me había derribado, me había dejado hueca. No quería a nadie cerca que me fuera a doler o que me fuera a fallar.

Manu no tardó en explicarme su teoría: «Y porque no quieres doler ni fallar tú. No quieres hacer daño, Mica». Tenía razón, pero él no lo decía como un halago: «Has desaparecido de la vida de Miguel sin ninguna explicación, y ahora él está con Leire y quiere que sea yo quien te lo cuente».

—Vale.

—¿«Vale»? ¿Sólo «vale»?

—(…)

—¿Te da igual? Igual esas pastillas tampoco son tan buenas. ¿Cuántas te quedan?

—Seis meses.