Esta vez el paréntesis no me lo pide Manu, que se ha ido a la cocina de Miguel a buscar alimentos con los que empapar el gintonic (y a llamar a Marta a escondidas, y decirle que sí, que parezco entera… Ay).

El paréntesis lo pongo yo recordando a Ana, que me manda un whatsapp cada doce horas, «Te quiero», «Vente al mar», «Micaela es el nombre de una estrella…». Ana y yo hablábamos mucho entonces de las camisas bordadas, no las entendíamos y eso que nos habíamos criado cerca de ellas, las dos en colegios pijos.

—Pero ¿por qué se las bordan?

—¿No se acuerdan de cómo se llaman?

—¿Viven con otros hombres con camisas idénticas?

Un día nos pilló mi hermano Jon y nos lo aclaró: «Parecéis idiotas. Es todo más simple: quieren que se note que esas camisas tienen un toque artesanal porque ellos pueden pagarlo».

—Pues la idea de un montón de hombres compartiendo armario era mucho más bonita… —insistió Ana.