Y entonces, siempre a esa hora que sobrepasaba todos los límites y cualquier cut off time medio sensato, me llamaba Miguel, que había vuelto a mi móvil y a mi vida, conservando esa manía de la conversación nocturna que yo nunca he podido soportar.
Además, tres o cuatro años después de separarnos, Miguel para mí seguía siendo Miguel. Pero él había cambiado e insistía en ser mi «ex»:
«Hola, Mica, soy Miguel, tu ex. Necesito verte».
La primera vez lo escribió en un SMS y yo le contesté en silencio: «Que no me expliques quién eres, que te llevo dentro, que me hiciste como soy. Y llámame, que prefiero oír tu voz y adivinar en tu tono lo que me dices y lo que no».
Adivinar, o mejor, confirmar, que soy su plan B, que siempre lo he sido.
Lo fui cuando no quería tener la vida de sus padres, y lo volví a ser a mis veintitantos y sus treinta. Separado por segunda vez, muy joven, muy pronto, muy tarde también, probablemente. Con una niña pequeña.
Digo su plan B y no su paño de lágrimas porque yo no tenía tiempo y, sobre todo, él no tenía lágrimas. No le dio pena separarse de Mar, decía, y replicaba, casi letra a letra, la excusa que yo había utilizado con él: «La dejo porque no puedo hacerla feliz».
Lo que me costó más descifrar (me costó unos diez años, de hecho) fue que había sido una decisión de Mar: que se iba de casa y que Clara se quedaba con él. O no exactamente así, pero casi: siempre menos dos fines de semana al mes.
Porque los tópicos funcionan a medias, y ni todas las mujeres quieren extorsionar a sus ex maridos, ni son todas unas santas que renuncian a la vida por sus hijos. Cada una es madre a su manera. Y esto no es una crítica; al contrario, es una defensa de la diversidad y, sobre todo, de que las mujeres sean madres y mil cosas más, empezando por ser personas.
La decisión de Mar devolvió a Miguel a mi vida. Con la retaguardia cubierta por una buena canguro, disfrutando de una hija maravillosa, una casa perfecta y una segunda ex mujer pacífica y clara.
Intentando, también tranquilo, recuperar a la primera:
—Vente a casa y vemos una peli.
—Salgo tarde del trabajo.
—Pues te vienes y te hace la cena la canguro.
—Que no me escuchas, que no quiero ver a nadie, que estoy cansada.
—Y yo te necesito. Y te necesita Clara.
—Miguel…
—Vale, ya sé que no es tu hija, y que tú eres mi ex, pero también eres la mujer de mi vida y su única referencia. ¿Te lo puedo suplicar?
—No. Y no soy su referencia, no tengas morro, que Clara tiene una madre.
—Vale. ¿Te lo puedo pedir?
—Tampoco.
—Pues te lo exijo.
Conseguía hacerme reír y yo no iba.
No.
No.
Sí.
—Mica, Mica, ¿hoy traes champán?
Así me recibía siempre Clara, dando saltitos y pequeñas voces, encantada de hacerme reír.