Por fin, después de varios avisos, echaron a Jaime.
Que una cosa es meterse coca, y otra que te detengan por pasarla, y que puedes ser un niño de papá con muchos contactos, pero nadie quiere tener en su empresa un camello disfrazado de ejecutivo prometedor, ni tampoco, ya puestos, un ejecutivo prometedor disfrazado de camello.
Antes de irse, Jaime tuvo un detalle. Fue a ver a Patricio y le dijo que sí, que dimitía antes de que lo echaran, como le habían pedido, pero que ya de paso también le confesaba que era yo, la divorciada, quien le hacía todo el trabajo, que no fuera torpe y me diera su puesto.
Patricio le interrumpió.
—Jaime, que no soy tan frívolo como parezco. Ya sabía de quién era el mérito, y no necesito que me digas lo que tengo que hacer. Pero…
—Pero ¿qué?
—Que te la has estado tirando, ¿no?
—No, técnicamente no. Sólo me la ha chupado una vez. Y lo hace de puta madre.
Jaime me contó el diálogo completo, muerto de risa, aquella misma noche, y yo no le encontré ninguna gracia. «Pero, Mica, no te quejes, que he negado que nos estemos acostando para que no cuestionen tu ascenso, pero le he tenido que confesar parte de la verdad, joder. Y es cierto que la polla la chupas mejor que nadie».