Cuando empecé con el yoga odiaba el saludo al sol porque cada profesor lo hacía diferente y sólo Ana encontraba la manera de que tuviera sentido aquella coreografía lenta y poco armoniosa. Sin embargo, me aficioné a la postura del perro boca abajo porque me hacía mirarme hacia dentro y, al mismo tiempo, estirarme hasta el límite. Podía pasar clases enteras así, creciendo.
Creciendo a escondidas.
Ana decía que me tenía que querer. Yo le decía que me tenían que querer.
Nos enredábamos.
Ana y yo tenemos una cosa en común, y es que siempre nos han durado poco los hombres. Claro que de distinta manera: Ana siempre ha tenido novios que la veían y la querían bien, tranquilos, cariñosos, inteligentes, creativos… Novios que eran tan amigos suyos que al final sólo eran eso, que no es poco. Yo, después de mis nórdicos y de Miguel, sólo he tenido rollos que me miraban y se veían, que decían quererme y se querían.
Parece que me quejo de los tíos. Y no. Me quejo de mi criterio. Porque los hombres que yo he tenido más cerca, mis dos hermanos punkies y borricos, mis dos amigos sabios y peleones; son divertidos, inteligentes, optimistas, luchadores, solidarios, empáticos y chinchosos. Y yo me he quedado con otros, voluntaria y conscientemente.
—¿Y eso, Mica —me decía, me dice Ana—, por qué? Porque, tía, yo quiero estar en paz, pero también quiero ser feliz. Y si no lo soy, paso a otra cosa. ¿Pero tú por qué entras en esas relaciones de las que sabes, seguro, que vas a salir escaldada?
—Pues igual por eso, Anita, para saber que voy a salir.
—Necesitas más yoga.
—No, que me sienta bien.
Ana y yo no hablábamos sólo de hombres. Hablábamos y hablamos de la vida, nos reímos, nos enviamos poemas y, en general, nos queremos con palabras y con versos. Uno que me mandó en aquella época de tanto polvo se me quedó grabado para siempre: «Nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio».
Porque a Ana siempre le ha parecido, como a mí, que lo peor de los hombres que quieren un polvo es que te prometan amor y que te mientan, con lo mayores que somos, que ya éramos, y lo que siempre nos ha gustado el sexo.