El formal:
Con el anillo de casado y la corbata italiana, sufre. «Estoy enamorado de ti. Es un horror. Ni siquiera nos hemos besado y ya has provocado un terremoto».
Da igual que le explique que estoy bien sola o que todas las noches hago el amor con el hombre de mi vida. Él ha decidido que me quiere y, en consecuencia, no me escucha. Lo mejor, cuando se acabe la copa («whisky con mucho hielo, y en copa de balón»), es darle la razón con cara compungida, que nuestro amor es imposible, que le espero en otra vida.
El matemático:
Sin anillo y también casado (por lo civil, que fue progre), presume de matrimonio abierto y me entra a saco. «¿Nos acostamos o qué? Que sé que te apetece. Me acabo la copa y nos vamos».
Ojo, que éste bebe gintonic de Hendricks con pepino y sólo comparte con el anterior una crónica incapacidad para escuchar, así que tampoco discuto. Le digo que hoy no y él se pone insinuante. «Si no, llámame tú la próxima vez, que entiendo que te lo pienses, pero sé que quieres». Vale. Espera sentado. Lo llamo el matemático porque él confiesa encantado que cree en las ciencias exactas: «Lo intento con el 100%. Así es seguro que alguna caerá. Es pura estadística».
El poeta:
Tampoco lleva anillo y está entre su quinto y sexto divorcio. Fue creativo y ahora sólo bebe y escribe. «Te he dedicado un verso. ¿Tú sabes que yo he publicado ya cien libros? Poema, ensayo, novela… Yo sólo sé crear, pero no soy Dios y no te pude crear a ti».
No tiene una bebida preferida; se lo bebe todo. A diferencia de los otros dos, se cansa rápido de hablar de sí mismo y pasa a describirme: «tus ojos heridos, tu dulzura armada de inteligencia, tu…». Hay que tener cuidado, porque es tentador: mola oírlo y cuesta creer que es un discurso ya gastado en noches eternas y mujeres sordas. Además, es alcohólico y tiene un punto agresivo.
Podía haber alargado la clasificación, pero eran mínimas variaciones de un mismo patrón: directivo, casado, cincuentón. Hombres que me hablaban de incomprensión y de haber sobrepasado a una mujer adocenada; hombres que me miraban y creían ver en mí su juventud: listos, guapos, ilusionantes e ilusionados. Hombres patéticos.