Cuando Manu y yo llegamos a este punto de inflexión en mi CV, al giro que me hizo trepar hasta la cima para caerme mejor, él se entretiene en el juego del «What if?». Aunque es tarde ya para cambiar todos estos años, todos estos jefes, todos estos novios.

Yo también lo he imaginado mil veces: que ese día podía haber acabado distinto, que le podía haber dicho a Miguel que no firmásemos, que me dejara crecer con él, que me preñara, que…

Pero no lo hice, pensé en su niña a punto de nacer, y pensé en no pensar, y pensé también en la entrevista que me esperaba.

Y luego ya no pensé: demasiado curro. No tenía a nadie que me enseñara y me tocó aprender contra mí misma, dudando, esforzándome, trabajando… Y eso me provocaba un orgullo adictivo. Y luego, me respetaban, me ascendían, me valoraban… Y, como bien recuerda Manu, me deseaban, me acosaban y me mandaban mensajes.

A Manu le sigue haciendo gracia. «Me recuerda a esos libros de “Elige tu propia aventura”. Es mucha casualidad que el día que firmaste el divorcio, pasaras de pringada en una cadena pública a ejecutiva en una cadena privada, como si hubieras optado por el trabajo y renunciado al amor».

—Si lo llego a saber, cambio de aventura.

—Demasiado tarde. Oye, Mica, ¿tú te acuerdas de cómo ibas vestida ese día?

—¿Qué…?

—Es que me lo contó Miguel hace poco.

—(…)

—Le pregunté si se acordaba de vuestro divorcio.

—¿Por qué?

—Porque ando comparando recuerdos, rollo hombre-mujer, recopilando datos y ejemplos para mis discusiones con Marta.

—¡Marta y tú no discutís! ¡No me digas eso que se me derrumba un mito!

—Claro que discutimos, no seas boba. El caso es que Miguel me contó una historia preciosa: que sí, que te llamó al salir de los juzgados, que no le oíste. Que quería decirte que todo había sido un error, que volvierais a Londres, que tuvierais hijos, que crearais un mundo propio. Que se quedó mirándote caminar en dirección opuesta a la de él, a la vida que podíais haber tenido, con una falda negra y unas botas altas, porque nunca llevabas zapatos, que tenías las piernas preciosas, tiernas y seguras, que volvió a enamorarse otra vez, y mil veces más, que te echó de menos para siempre, que apostó consigo mismo que te ibas a dar la vuelta para mirarlo y que entonces podría convencerte, que contó tus pasos, que no te volviste, que bajaste al metro, que seguiste sin volverte, que…

—(…)

—Mica, no llores.

—(…)

—Me dijo que te odió y te quiso para toda la vida.

—(…)

—Mica.

—Tenía una entrevista, joder… Y él iba a tener una hija.

No supe querer a Miguel y ahora no puedo, y hasta creo que no debo. Pero yo al Miguel de Londres, al Miguel de entonces, lo quise siempre, lo sigo queriendo. Y aquel día, con la falda y las botas que yo también recuerdo, me metí en una vida de eficacia y dureza, de ataques y armaduras, de pura supervivencia. Me metí en una vida que no era la mía y aún sigo dentro.

—Ya no, Mica. Te han echado.

—Pero sigo dentro y me quiero ir.

Ten cuidado con lo que deseas, no vaya a ser que lo consigas.