Manu siempre me dijo que estaba muy guapa cuando volví a Madrid. «Bien alimentada, bien follada, bien acariciada. Estabas reluciente… Brillabas». Desde entonces quiere a Miguel.

Miguel fue un regalo de fin de curso. Un regalo de mi padre muerto.

Miguel era el hijo de su íntimo amigo. Vivía en Londres y fue comisionado para chequear mi estado, para sacarme un poco, para controlarme más.

Tardó nueve meses en cumplir el encargo; llegó justo al final, cuando ya no era necesario y, por tanto, podía convertirse en imprescindible.

Miguel se fue a Madrid mucho antes que nosotros, y yo sólo recordaba que su padre se había hecho rico y que el mío, su mejor amigo, repetía sonriente una frase de su abuelo Juan, mi bisabuelo: «Nadie se hace rico trabajando honradamente, nadie salvo mi amigo Luis».

«Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo…».

Hace unos años encontré en este comienzo de Bajo el signo de Marte, de Fritz Zorn, la perfecta descripción de Miguel. Y eso después de media vida de quererlo, pero no debería decir esto.

Miguel es mucho mejor que yo.

Con él, en sólo veinticuatro horas, decidí quedarme para siempre.

Anulé mi vuelta a Madrid y pasé otros dos meses en Londres. Sin hacer nada útil más que vivir con Miguel, en Miguel y por Miguel.