Miguel y yo, en contra de la opinión de sus padres, nos instalamos en una buhardilla del centro. Bonita y sin ascensor. Eramos jóvenes, alternativos y con pasta. O sea, BoBos, que es lo mismo que pijoprogres pero con mejor efecto.

—¡Lo tenéis todo y no queréis nada!

Eso gritó mi suegra con lágrimas falsas el primer día que cenamos en su casa. Porque ella quería que viviéramos en su urbanización, que tuviéramos una interna y que yo me quedara embarazada. «Dios te va a castigar sin hijos», me amenazó. Y entonces Miguel se despidió de ella con un beso y me liberó de esas cenas de familia que eran, a la vez, consejos de administración.

Prometo que no me lo estoy inventando, que mi suegra me maldijo, que es una mujer amargada y amargante, pero no nos separamos por eso. Nos separamos porque era pronto para todo, hasta para querernos tanto.