Podíamos haber dicho «vale» también, pero a mi madre no le contestamos ni eso ni nada cuando un año después nos dijo que nos veníamos a Madrid. Mucho más tarde me contó que ya había perdido demasiado y que un día, en medio de la nube de humo que era el cuarto de Jon, intentando discernir si esas sombras eran sus hijos o sus fantasmas, decidió que tenía que sacarnos de su pasado y meternos de una patada en nuestro presente.
Nos instalamos unos meses con mi tío Peio, Pedro (si no lo nombro se me duele), y pronto pudimos dejarlo en su caótica paz de soltero: mi madre se buscó varios trabajos y ningún novio, y nosotros tres nos desperdigamos por institutos y universidades, cada uno en su edad y su microcosmos, y nos perdimos un poco la pista.
La pista cotidiana, quiero decir. Porque mis hermanos y yo compartimos tantos huecos, tantos juegos, tantas risas, tantos humos, que podemos olernos desde lejos. Cada uno en su mundo, con sus amigos, y los tres doliendo, iluminados por dentro. Siempre estamos cuando toca, pero procuramos que toque poco porque suele ser mala señal.
Voy a pasar rápido por los años de universidad. Todos sabemos que no cuesta demasiado sacar un título, ni sacar dos que son los que yo tengo: Periodismo y Ciencias Políticas. ¿Alguien da más? Vale. Hice dos cursos de Filosofía y Letras. ¿Más? Algo de teatro. ¿Y? Erasmus. Londres. Repetí ciudad en la London School of Economics. Con beca. Dos idiomas, tres, con el materno cuatro. ¿Más? Conferencias, seminarios, mucho viaje, mucho campamento de verano, mucho mundo. Una gran inversión en educación.
También leía. Todo. Demasiado. Y no salía. Y no reía. Y ya tampoco follaba. Nada. Mucha nada. Era una nerd cuando no estaba de moda serlo. Una adolescente solitaria. Y tenía la excusa de ser huérfana, pero, como no hablaba, no podía usarla para despertar empatía. Era yo y mi circunstancia. Yo y mi nada.
Cuando cumplí veinte me asusté.
Llevaba cinco años en Madrid y no había salido de casa. Pedí ayuda a mi madre, infatigable amiga de sus amigas, acreedora de favores que nunca reclamaba, y conseguí una beca para trabajar en una diminuta empresa periodística.