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Estaba sentado en el porche delantero de mi casa de Washington, bebiendo tranquilamente cerveza junto a Sampson.

El aire del otoño era ya frío y cortante. Los Redskins ya habían empezado los entrenamientos para la inminente temporada de rugby.

«Y así pasa la vida», escribió en una ocasión Kurt Vonnegut, cuando yo estaba en el John Hopkins y era sensible a estos plácidos sentimientos.

Desde allí contemplaba a mis hijos, sentados en el sofá del salón viendo en vídeo La Bella y la Bestia por… enésima vez. No me importaba. Era una buena historia que merecía verse varias veces. Al día siguiente, no obstante, veríamos Aladino y la lámpara maravillosa, que era mi favorita.

—He leído que Washington va a tener el triple de efectivos policiales que la media del país —me dijo Sampson.

—Sí, pero nuestra criminalidad es veinte veces superior a la media. Por algo somos la capital de la nación, ¿no crees? —ironicé—. Como dijo uno de nuestros alcaldes: «Asesinatos al margen, Washington tiene uno de los índices de delincuencia más bajos del país».

Sampson se echó a reír. Y yo también. La vida volvía a la normalidad.

—¿Estás bien? —me preguntó Sampson al cabo de un rato.

No me lo había preguntado desde mi regreso del sur, de mis «vacaciones de verano» en Nags Head, como las llamaba yo.

—Estupendamente. Soy un detective duro de pelar, como tú.

—Bah… Estás demasiado gordo, como un huevo de los que entran tres en una docena.

—Eso también es verdad —reconocí mirándome.

—Te hice una pregunta muy seria y aún no me la has contestado —me dijo mirándome con severidad—. ¿La echas de menos?

—Por supuesto que sí. Claro que la echo de menos. Pero ya te he dicho que me encuentro estupendamente. Nunca he tenido una amistad así con una mujer, ¿y tú?

—No. Así no. ¿Sabes que sois los dos un poco raros? —comentó meneando la cabeza, como si no supiese a qué carta quedarse conmigo (aunque yo tampoco lo sabía).

—Quiere ejercer en su tierra. Se lo prometió a su familia. Eso es lo que ha decidido… de momento. Y yo debo estar aquí… de momento. Para asegurarme de que maduras como es debido. Lo decidimos de común acuerdo en Nags Head. Y creo que es lo más acertado.

—Hummm.

—Es lo más acertado, John.

Sampson bebió un trago de cerveza, pensativo, balanceándose en la mecedora y dirigiéndome una recelosa mirada. Me… «vigilaba». Eso es lo que hacía.

Aquella noche me quedé un largo rato solo en el porche, tocando al piano Judgement Day y God Bless the Child. Volví a pensar en Kate y en lo duro que se me haría perderla. Pero todos acabamos por saber encajar estas situaciones, lo cual nos hace mejores.

Kate me contó una emotiva historia en Nags Head. Sabía contarlas, como una reencarnación de Carson McCullers.

Me explicó que, cuando tenía 20 años, se enteró de que su padre regentaba una tasca cerca de Kentucky, y que una noche se presentó allí. Hacía dieciséis años que no veía a su padre. Estuvo sentada en el maloliente antro observando a su padre durante media hora, y lo que vio le resultó tan repulsivo que se marchó sin darse a conocer.

Era muy dura y, en general, en un sentido positivo. Gracias a eso había logrado sobrevivir a tantas muertes en su familia. Y probablemente aquélla era la razón de que hubiese sido la única que logró escapar del subterráneo infierno de Casanova.

Recuerdo que me había dicho… «sólo una noche, Alex». Una noche que nunca podríamos olvidar.

Mientras miraba hacia la oscuridad, a través de la ventana del porche, no podía desprenderme de la espectral sensación de que me vigilaban.

Sabía que estaba allí.

Sabía dónde vivía.

Sin embargo, opté por no obsesionarme y subí a mi dormitorio con la intención de dormir. Sin embargo, apenas hube entornado los ojos, oí que aporreaban la puerta.

Cogí la pistola y corrí escaleras abajo. Seguían aporreando la puerta. Miré el reloj. Eran las tres y media de la madrugada. Tal vez no fuese la hora de las brujas, pero a mí me lo pareció.

Vi que era Sampson quien aporreaba la puerta del porche trasero.

—Ya has dormido bastante, Alex —me dijo en cuanto le abrí—. Se acaba de cometer otro asesinato.

* * *