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A poco menos de dos kilómetros de la salida 41, una camioneta Ford salió de un acceso particular que no se veía desde la carretera. Fue una suerte, porque la camioneta se interpuso entre el Toyota de Sikes y mi coche, y me sirvió de camuflaje. No era gran cosa, pero me sería útil, por lo menos durante algunos kilómetros.

El Toyota se detuvo al fin a unos tres kilómetros de McCullers. Sikes aparcó en el atestado parking de un bar llamado Sports Page Pub. Allí, su coche no llamaría en absoluto la atención.

Aquello fue lo que empezó a delatarlo y, también, lo que hizo que llegase a considerar a Kyle Craig como sospechoso. Casanova parecía saber todos los movimientos que haría la policía antes de que los hiciese. Probablemente, habría secuestrado a varias de las mujeres presentándose como inspector de policía.

El detective Davey Sikes… Durante el tiroteo en Chapel Hill, «Casanova» adoptó la postura de disparo característica de la policía.

Entonces comprendí que se trataba de un agente.

Al indagar entre los artículos de prensa acerca del asesinato de Roe y Tom, vi su nombre. Sikes era uno de los jóvenes policías asignados al caso. Interrogó a un joven estudiante llamado Will Rudolph y, sin embargo, no nos lo comentó a ninguno de nosotros. Jamás dejó traslucir que hubiese conocido a Will Rudolph en 1981.

Al llegar al Sports Page Pub pasé de largo y, en cuanto rebasé la siguiente curva, dejé el coche en la cuneta y corrí hacia el bar. Llegué justo a tiempo de ver que Davey Sikes cruzaba la carretera a pie.

Casanova siguió por una carretera perpendicular con las manos en los bolsillos del pantalón. Daba la sensación de que viviese por allí.

¿Llevaría su pistola paralizante en uno de aquellos bolsillos? ¿Sentiría ya aquel cosquilleo que lo impulsaba a su espantoso juego?

Al llegar a un pinar, Sikes avivó el paso. Era rápido pese a su corpulencia. Podía despistarme. La vida de alguien de aquellos tranquilos alrededores corría peligro. Otra Naomi. Otra Kate McTiernan. Recordé las palabras de Kate: «Clávale una estaca en el corazón, Alex».

Desenfundé mi Glock 9 mm. Ligera. Eficaz. Semiautomática. Doce disparos mortales. Me rechinaban los dientes con tal fuerza que me dolían. Quité el seguro. Estaba dispuesto a cargarme a Davey Sikes.

Los enormes pinos proyectaban fantasmagóricas sombras. Vi a escasa distancia una casa en forma de A, iluminada por la pálida luna llena. Avivé el paso por la resbaladiza pinaza.

Vi que Casanova se acercaba rápidamente a la casa, que aceleraba aún más el paso. Conocía el camino.

Debía de haber estado allí en alguna otra ocasión. Habría tanteado el terreno, para estudiar a su siguiente víctima.

Y de pronto lo perdí de vista. Lo perdí de vista durante un segundo. Quizá se hubiese colado dentro.

Sólo se veía una luz en la casa. Temí sufrir un infarto si no lograba cargármelo aquella misma noche. Llevaba el dedo en el gatillo de mi semiautomática.

«Clávale una estaca en el corazón, Alex».