El espeluznante grito procedía de Sampson. Dos enmascarados lo tenían inmovilizado en el suelo.
¿Casanova y Rudolph? ¿Quiénes si no?
Sampson estaba con la boca entreabierta y jadeante. Un cuchillo asomaba del centro de su pecho.
Ya me había visto, en dos ocasiones, en una situación semejante, patrullando por las calles de Washington. Un compañero herido. No tenía alternativa y, posiblemente, sólo una probabilidad. No vacilé. Alcé la pistola y disparé.
Los sorprendí con el rápido disparo. No contaban con eso mientras tenían inmovilizado a Sampson. El más alto se llevó la mano al hombro derecho y cayó de espaldas. El otro ladeó la cabeza y me miró.
Volví a disparar, apuntando a la segunda máscara. Pero de pronto se apagó la luz y empezó a sonar música de rock a través de ocultos altavoces (Axel Rose aullaba la letra de Welcome to the Jungle).
La oscuridad del pasillo era total. La música sonaba tan fuerte que hacía temblar los cimientos. Fui, arrimado a la pared, hacia el lugar donde había visto a Sampson a merced de aquel par de canallas.
Me aterró pensar que hubiesen podido abatir con tanta facilidad a un hombre como Sampson. Sus dos atacantes habían aparecido en el pasillo como por ensalmo. ¿Habría otra entrada?
—Estoy aquí —le oí decir a Sampson con voz entrecortada—. Me temo que no he sido muy listo.
—No hables.
Temí que sus agresores se abalanzasen sobre mí, tanto como que se hubiesen esfumado.
Les gustaba actuar al unísono. Se necesitaban. Juntos eran invencibles. Hasta ahora.
Seguí avanzando por el pasillo, siempre arrimado a la pared. Vi sombras que se movían al fondo y una tenue luz ambarina. Sampson estaba hecho un ovillo en el suelo, malherido. Nunca lo había visto tan indefenso, ni siquiera cuando éramos niños, tras alguna refriega en la calle.
—Estoy aquí —le dije, arrodillándome junto a él y tocándole el brazo—. Si te desangras me voy a cabrear —añadí—. No muevas un músculo.
—Tranquilo, que ni siquiera me voy a desmayar —gimió.
—No te hagas el héroe —añadí arrimando su cabeza a mi costado—. Te han apuñalado por la espalda.
—Soy un héroe… ¡Ve tras ellos! No puedes dejar que escapen. Ya has herido a uno. Han ido hacia las escaleras, las mismas por las que hemos bajado nosotros.
—Ve, Alex, ¡tienes que detenerlos!
Era Naomi, que se había arrodillado junto a Sampson.
—Yo cuidaré de él —añadió mi sobrina.
—Volveré —dije, gateando ya hacia el primero de los pasillos que encontramos.
Nada iba a detenerme, aunque… en fin, quizá Casanova y Rudolph lo lograsen. Dos contra uno no era la idea que yo tenía de un combate equilibrado.
Al fin encontré la puerta. No había cerradura (era la que había hecho saltar hacía unos minutos).
La escalera estaba expedita y la trampilla abierta. Veía las copas de los árboles y el cielo azul.
¿Estarían aguardándome arriba?
Subí por los escalones de madera tan rápido como pude, con el dedo en el gatillo de mi Glock. Emergí a la superficie como una boya humana, inmune a los efectos de la descompresión. Rodé por el suelo y empecé a disparar por todo el derredor. Pero no parecía haber allí nadie que pudiese responder al fuego, ni aplaudir mi pirueta. La fronda estaba silenciosa y aparentemente solitaria.
Los monstruos habían desaparecido.
Y también la casa.