—¡Qué imbéciles! —exclamó el Caballero, irascible e impaciente como siempre—. ¡No son más que dos payasos!
Casanova esbozó una sonrisa, algo exasperado por la actitud de su amigo.
—¿Qué esperabas? ¿Un par de neurocirujanos del Walter Reed? No son más que dos vulgares policías.
—Puede que no tan vulgares. Han encontrado la casa, ¿no? Y ahora mismo están dentro.
Los dos amigos lo observaban todo con prismáticos desde un escondrijo del bosque. Habían seguido a los detectives durante toda la tarde.
—¿Por qué han venido solos? ¿Por qué no han venido con agentes del FBI? —preguntó Rudolph, siempre analítico y lógico.
Era una máquina pensante. Una desalmada máquina asesina.
Casanova observaba con sus potentes prismáticos alemanes. Desde allí veía perfectamente la camuflada trampilla que conducía a la casa subterránea.
—Por pura arrogancia —contestó Casanova—. En cierto modo, son como nosotros, sobre todo Cross. Sólo confía en sí mismo.
—Probablemente, Cross cree entendernos. Me refiero a que puede que crea entender nuestra relación —dijo Rudolph—. Y quizá sea así, hasta cierto punto.
Will Rudolph estaba furioso con Alex Cross desde que logró escapar de él por los pelos en California. Porque, en definitiva, Cross había dado con él. Pero el Caballero también consideraba a Cross un adversario interesante. Disfrutaba con la confrontación, con toda confrontación cruenta.
—Entiende… algunas cosas; ve su contorno y eso le hace creer que sabe más de lo que sabe. Ten paciencia.
Pensaba Casanova que, si tenían paciencia, si lo analizaban todo con meticulosidad, vencerían. Nunca los atraparían. Llevaban muchos años así, desde que se conocieron en la Universidad Duke.
Casanova sabía que Rudolph había cometido algunas imprudencias en California. Siempre había pecado de imprudente, desde que ingresó en la Facultad de Medicina. Asesinó a Roe Tierney y a Tom Hutchinson como un chapucero. Estuvieron a punto de descubrirlo. Lo interrogó la policía, que, durante bastante tiempo, lo consideró un claro sospechoso.
Cross era prudente, se decía Casanova; todo un profesional. Pensaba mucho las cosas antes de actuar. Y desde luego era más listo que el resto de la jauría. Policía y psicólogo. Había encontrado el escondrijo, ¿no? Había llegado más cerca de ellos que nadie.
John Sampson era más impulsivo, y el más débil de los dos, aunque no lo pareciese. Físicamente, era muy fuerte, pero sería el primero en desmoronarse. Y si Sampson se desmoronaba, también lo haría Cross. Eran íntimos.
—Fue una estupidez separarnos hace un año —le dijo Casanova al único amigo que tenía en aquel mundo—. Si no hubiésemos empezado a rivalizar, Cross no hubiese descubierto nunca nada de nosotros. No te habría localizado, y ahora no tendríamos que matar a las chicas y destruir la casa.
—Deja que yo me encargue del doctor Cross —contestó Rudolph, haciendo caso omiso de lo que Casanova acababa de decir.
Rudolph no solía reaccionar emocionalmente a nada. Pero no cabía duda de que también se había sentido solo durante el período de separación. Por algo había vuelto, ¿no?
—Nada de encargarte tú solo del doctor Cross —objetó Casanova—. Iremos juntos. Seremos dos contra uno, que es como mejor se nos da. Primero, liquidaremos a Sampson. Y luego a Alex Cross. Sé cómo reaccionará. Sé cómo piensa. No he dejado de vigilarlo y observarlo desde que llegó al sur —añadió mientras se encaminaban hacia la casa.