Sampson y yo empezamos, a gatear. Buscamos frenéticamente la camuflada entrada de la casa subterránea, pasando los dedos y las palmas de las manos por la hierba y la hojarasca hasta herirnos.
Hice varios disparos más para que las mujeres atrapadas bajo tierra entendiesen que las habíamos oído, que seguíamos allí. Vacié el cargador y lo sustituí por otro.
—¡Estamos aquí! —grité casi rozando el suelo con los labios. La hierba y las zarzas me arañaban la cara—. ¡Somos policías!
—Ahí está, Alex —me indicó Sampson—. La puerta está ahí; o algo parecido a una puerta.
Cruzar por allí era como vadear un río. La trampilla estaba oculta entre madreselva y hierba de más de un metro de alta, bajo una capa de tierra y otra de pinaza.
—Yo bajaré primero —le dije a Sampson muy excitado.
Descendí por una estrecha escalera de madera que tenía aspecto de ser centenaria. Sampson me siguió sin rechistar (cosa rara).
«¡Detente! —me dije—. Ten calma».
Al pie de la escalera había una puerta. La pesada plancha de roble parecía nueva y recién instalada. No tenía más de dos años. Hice girar el pomo lentamente. Pero la puerta estaba cerrada con llave.
—Voy a entrar —le grité a quienquiera que pudiera estar detrás de la puerta.
Luego hice dos disparos a la cerradura, que se desintegró. Bastó cargar con fuerza con el hombro para que la puerta se abriese.
Lo que vi me revolvió el estómago. Había un cuerpo de mujer en el sofá de lo que parecía un confortable salón. El cadáver ya había empezado a descomponerse. Las facciones eran irreconocibles. Un ejército de gusanos se cebaba en su cuerpo.
«¡Vamos! —tuve que gritarme—. ¡Vamos! ¡Vamos!».
—Estoy justo detrás de ti —me susurró Sampson—. Ten cuidado, Alex.
—¡Policía! —grité con voz áspera y temblorosa.
Me estremecí al pensar qué otro macabro hallazgo nos aguardaba. ¿Seguía Naomi allí? ¿Seguía con vida?
—¡Estamos aquí abajo! —me gritó una voz de mujer—. ¿Puede oírme alguien?
—¡La oímos! ¡Vamos a bajar!
—¡Ayúdennos! —gritó otra voz, más lejana—. Tenga cuidado. Es muy listo.
—¿Lo ves? Es muy listo —me susurró Sampson con sorna.
—¡Está en la casa! ¡Está aquí! —nos alertó una de las mujeres.
—¿Qué? ¿Empeñado en que te peguen un tiro a ti primero, eh? —me dijo Sampson, pegado a mis talones.
—Quiero encontrarla yo. He de encontrar a Chispa.
—¿Crees que Casanova está aquí?
—Eso se rumorea —contesté avanzando lentamente.
Ambos esgrimíamos la pistola, aunque no sabíamos con qué podíamos encontrarnos. ¿Nos estaría esperando el amante?
«¡Vamos! ¡Vamos! ¡Adelante!».
Traspasé la puerta que comunicaba el salón con un pasillo alumbrado por modernos ojos de buey. ¿Cómo habría podido hacer llegar la electricidad allí? ¿Tendría un generador? ¿Qué podíamos deducir de ello? ¿Que era un hombre mañoso o que tenía influencia en la compañía de electricidad local?
¿Cuánto tiempo debía de haber tardado en habilitar la bodega para hacer realidad sus fantasías?
Aquello era muy grande. Había puertas a ambos lados del pasillo. Estaban cerradas por fuera, con pesados cerrojos, como las celdas de las cárceles.
—Cúbreme —le dije a Sampson—. Voy a entrar en la número uno.
—Siempre te cubro —me susurró.
—Y ten cuidado.
—¡Policía! —grité frente a la puerta—. Soy el detective Alex Cross.
Abrí la puerta y me asomé. Recé porque fuese la de Naomi.