La mañana siguiente a la detención del doctor Wick Sachs, Casanova recorrió los pasillos del Centro Médico de la Universidad Duke. Entró con todo su aplomo en la habitación de Kate McTiernan.
Podía ir adonde quisiera. De nuevo era libre.
—Hola, cariño. ¿Qué tal las guerras? —le susurró a Kate, que estaba sola, aunque había un agente de la policía de Durham en la planta.
Casanova se sentó junto a la cabecera de la cama en una silla que tenía el respaldo muy recto, mirando a aquella ruina humana que antes fuera una belleza extraordinaria.
Ya no estaba furioso con Kate. Quedaba tan poco de ella que difícilmente podía enfurecerlo.
«Las luces siguen encendidas —pensó al ver la ausente mirada de sus ojos—, pero no hay nadie en casa, ¿verdad, Katie?».
Le encantaba estar en su habitación del hospital. Activaba sus jugos gástricos. Lo excitaba. Elevaba su espíritu. Y, por otro lado, estar junto a la cabecera de la cama de Kate McTiernan le producía una gran sensación de paz.
Aquello tenía ahora la mayor importancia. Debía tomar decisiones, ¿Cómo iba a enfocar exactamente las cosas con el doctor Wick Sachs? ¿Era necesario echar más leña al fuego? Tal vez sólo consiguiese sofocarlo, dejar un peligroso rescoldo que lo reavivase en cualquier momento.
¿Seguían él y Rudolph teniendo que marcharse de Carolina del Norte? No le apetecía porque era su tierra. Pero acaso no tuviese más remedio. ¿Y Will Rudolph? Era obvio que su estancia en California lo había perturbado. Había tomado de todo: Valium, Halcion, Xanax. Le constaba. Tarde o temprano se derrumbaría y lo arrastraría a él. Por otro lado, la ausencia de Rudolph lo había sumido en la mayor desolación. Como si lo hubiesen partido por la mitad.
Casanova oyó un ruido por detrás de él, en la puerta de la habitación. Se dio la vuelta y sonrió al hombre que acababa de entrar.
—Ya me iba, Alex —dijo levantándose de la silla—. Sigue igual. Una pena.
Alex Cross dejó que Casanova pasase junto a él y saliese.
Encajaba en cualquier parte, pensó Casanova de sí mismo mientras se alejaba por el pasillo. Nunca lo atraparían. Su máscara era perfecta.