Reconocí al jefe de la policía de Durham de inmediato. Era un hombre de poco más de cuarenta años, con pinta de ex jugador de rugby. Robby Hatfield debía de rondar el metro noventa y tenía el mentón cuadrado y fuerte.
Estaba tan furioso que incluso me pasó por la cabeza que él pudiera ser Casanova. El papel le cuadraba. Incluso encajaba en el perfil psicológico de Casanova.
Los detectives Ruskin y Sikes flanqueaban al detenido. Reconocí a otros dos detectives de Durham. Todos parecían tan nerviosos como exultantes, aunque también aliviados.
Sachs sudaba tanto que parecía que lo acabasen de duchar vestido. Tenía pinta de culpable.
¿Eres Casanova? ¿Eres de verdad la Bestia?
Me hubiese gustado hacerle a Sachs muchas preguntas, pero no podía.
Nick Ruskin y Davey Sikes bromeaban con varios compañeros en el salón. Me recordaban a unos deportistas profesionales que conocí en Washington. La mayoría se desvive por figurar.
El alisado pelo negro de Ruskin relucía de brillantina. Estaba listo para sacar pecho ante las cámaras. Se le notaba a la legua. Igual que a Davey Sikes.
«Deberíais estar investigando a los médicos sospechosos de la lista, imbéciles —sentí ganas de decirles—. ¡El caso no está cerrado! No ha hecho más que empezar. El verdadero Casanova debe de estar aplaudiéndoos en estos mismos momentos. No me extrañaría que os estuviese observando entre los congregados».
Logré acercarme un poco a Wick Sachs. Quería verlo todo con mis propios ojos. Tratar de comprenderlo.
La esposa de Sachs y sus dos preciosos hijos estaban en el comedor, frente al vestíbulo. Se los notaba muy afectados, tristes y confusos. Comprendían que algo muy grave ocurría.
Robby Hatfield y Davey Sikes miraron hacia mí. Sikes parecía el perro faldero del jefe señalándome.
—Gracias por su ayuda en este caso, doctor Cross —me dijo Hatfield, que debía de sentirse magnánimo en aquel momento tan glorioso para él.
Casi había olvidado que fui yo quien les trajo la foto de Sachs del apartamento que el Caballero tenía en Los Ángeles. Un gran acierto policial… una clave para dar con la solución.
Era un error. Tenía toda la pinta de ser un grave error; una incriminación urdida con «pruebas» falsas, pero que estaba funcionando a la perfección. Casanova lograría escapar. Ya debía de haber puesto tierra de por medio. Nunca lo atraparían.
El jefe de la policía de Durham me tendió la mano y se la estreché. Creo que temía que me plantase frente a las cámaras de la televisión con él.
Hasta el momento, Robby Hatfield había parecido una especie de apoderado sin firma. Pero, de pronto, él y sus principales detectives se disponían a exhibir a Wick Sachs ante el mundo. Serían unas espectaculares imágenes, a la luz de la luna llena y de los deslumbrantes flashes. Sólo faltaba una jauría que aullase.
—Ya sé que he ayudado a localizarlo, pero Wick Sachs no lo ha hecho —le espeté sin rodeos al jefe—. Se han equivocado de hombre. Y me va a permitir que le diga por qué; concédame diez minutos.
Hatfield me sonrió. Se me antojó una sonrisa condescendiente. Parecía ebrio de auténtico júbilo. Se alejó de mí y fue a situarse frente a las cámaras, representando su papel a la perfección. Estaba tan pendiente de sí mismo que casi se olvidó de Sachs.
«Quienquiera que haya llamado por lo de la ropa interior es Casanova —me dije, acercándome mentalmente al verdadero asesino—. Ha sido Casanova. Casanova está detrás de todo esto».
El doctor Wick Sachs pasó junto a mí mientras lo conducían hacia el exterior. Llevaba camisa blanca de hilo, pantalones negros y zapatos con hebilla dorada, negros también. Iba empapado de sudor y con las manos esposadas a la espalda. Su arrogancia había desaparecido.
—Yo no he hecho nada —me dijo Sachs con voz entrecortada y casi inaudible. Su mirada era implorante. No parecía dar crédito a lo que le estaba ocurriendo—. Yo no les hago daño a las mujeres. Yo las amo —añadió en tono patético.
De pronto, me asaltó una idea tan disparatada que me desconcertó.
¡Por supuesto que era Casanova! Wick Sachs era el modelo utilizado desde el principio por Casanova. Ése había sido el plan de los monstruos desde el principio. Tenían una perfecta cabeza de turco para sus crímenes y para sus sádicas aventuras.
El doctor Wick Sachs era, efectivamente, Casanova, pero no era ninguno de los dos monstruos. No sabía nada del verdadero coleccionista.
Wick Sachs era otra víctima.