El FBI y la policía de Durham decidieron citar al doctor Wick Sachs para que se presentase en el Departamento de Policía, al objeto de interrogarlo. Era un paso crucial para el esclarecimiento del caso.
Un agente especial llegó desde Virginia para dirigir el delicado interrogatorio. Era uno de los mejores detectives del FBI, un hombre llamado James Heekin, que sometió a Sachs a un largo interrogatorio que duró toda la mañana.
Kyle Craig, los detectives Nick Ruskin y Davey Sikes, Sampson y yo los observamos a través de un falso espejo. Me sentí como un indigente con la nariz pegada a la ventana de un caro restaurante.
El agente Heekin era un buen profesional, paciente y tan hábil como un experto fiscal de distrito. Pero también lo era Wick Sachs, que se mostró coherente y frío ante el fuego graneado que, en forma de preguntas, le lanzó James Heekin. Estuvo incluso arrogante.
—Ese cabrón es muy escurridizo —dijo Davey Sikes desde nuestro punto de observación.
Tranquilizaba ver que, por lo menos, la policía local parecía mostrar verdadero interés en el caso. En cierto modo, yo me hacía cargo de su difícil posición, porque, hasta entonces, se habían visto reducidos casi al papel de meros espectadores.
—¿Qué pueden utilizar contra Sachs? Si nos han ocultado algo, me gustaría que nos lo dijesen —le comenté a Nick Ruskin junto a la máquina del café.
—Lo hemos llamado para interrogarlo porque nuestro jefe es un imbécil —me contestó Ruskin—. Aún no tenemos nada con qué incriminarlo.
No estaba muy seguro de poder confiar en que lo que Ruskin me decía fuese cierto.
Después de casi dos horas de tensa esgrima, el agente Heekin apenas sacó en limpio más que Wick Sachs era un coleccionista de revistas y libros eróticos, y que, en los once años que llevaba en la universidad, había mantenido relaciones sexuales con profesoras y estudiantes (consentidas, en todos los casos).
Pese a lo mucho que deseaba ver a Sachs entre rejas, la verdad era que no acababa de comprender por qué lo habían llamado para interrogarlo y, sobre todo, ¿por qué precisamente en aquel momento?
—Hemos averiguado de dónde procede su dinero —me comunicó Kyle—. Sachs es propietario de una agencia de azafatas de compañía que opera en Raleigh y Durham. Es la agencia Kissmet. Anuncia «modelos de lencería» en las Páginas Amarillas. Esto significa que, como mínimo, el doctor Wick Sachs tendrá serios problemas con Hacienda. Washington ha ordenado que lo presionemos. Temen que desaparezca de un momento a otro.
—No estoy de acuerdo con los de Washington —le dije a Kyle.
Me constaba que muchos agentes del FBI llamaban al cuartel general la Disneylandia del este. Y entendía por qué. Podían echar a perder toda la investigación con su… mando a distancia.
—¿Y quién cree que está de acuerdo con Washington? —exclamó Kyle encogiéndose de hombros. Era su manera de reconocer que ya no controlaba del todo la situación. El caso había adquirido demasiada envergadura—. Por cierto… ¿cómo está Kate?
Yo había hablado ya tres veces por teléfono con el Centro Médico aquella mañana. Tenían mi número de contacto en la jefatura de Durham, por si se producía alguna variación en el estado de Kate.
—Sigue grave, pero resiste.
Tuve oportunidad de hablar con Wick Sachs poco antes de las once de aquella mañana. Fue una concesión que me hizo Kyle.
Intenté no pensar en Kate antes de verme a solas con Wick Sachs entre cuatro paredes. Estaba tan furioso que tendría que hacer un gran esfuerzo para dominarme.
—Deja que entre contigo, Alex —me dijo Sampson cogiéndome del brazo antes de entrar.
Pero no le hice caso y entré solo a hablar con Wick Sachs.
—Me lo voy a cargar —dije.