Aunque muy dolorida, Kate seguía en pie. Y entonces vio al otro hombre que había irrumpido en su dormitorio.
El nuevo agresor la golpeó en la frente. Kate oyó un ruido metálico y notó que se desplomaba, que perdía el mundo de vista. Había dos monstruos en su dormitorio. Sus voces parecían flotar encima de ella.
—No tenías que haber venido.
Reconoció la voz de inmediato. Era Casanova. Le hablaba al otro intruso. ¿Sería Will Rudolph?
—Soy yo precisamente quien tenía que venir. Yo no tengo nada que ver con esta zorra. No me importa lo más mínimo. Piénsalo bien.
—De acuerdo, Will, de acuerdo. ¿Qué quieres hacer con ella? —preguntó Casanova.
—Personalmente, me gustaría comérmela a bocaditos —contestó el doctor Will Rudolph—. ¿O te parece excesivo?
Se echaron a reír como si hubiesen oído un chiste especialmente gracioso en la barra de un bar. Kate estaba a punto de desvanecerse.
Will Rudolph dijo que le había traído flores. Y ambos volvieron a reír. De nuevo cazaban juntos. Nadie podría detenerlos. Kate notaba su olor corporal, a almizcle, un fuerte vaho que parecía adoptar forma humanoide.
Permaneció consciente largo rato. Luchó con todas sus fuerzas, con una tenacidad y un valor temerarios. Pero al fin se apagó como la pantalla de un viejo televisor. Vio una imagen borrosa, luego un puntito luminoso. Después nada. Fue así de simple, así de prosaico.
Cuando hubieron terminado encendieron las luces, para que los admiradores de Kate McTiernan pudiesen ver bien lo que habían hecho con ella.