Tictac. De nuevo el falómetro. La polvera de relojería estaba otra vez a punto de estallar.
Kate oyó un ruido. Una tabla del suelo del dormitorio crujió a su derecha.
Fue un crujido leve, pero inconfundible.
No soñaba, ni eran figuraciones suyas. Notó que él volvía a estar en su habitación.
No, por favor… Que fuera una alucinación. Que fuera una pesadilla. Que todo lo que había ocurrido desde hacía un mes fuera una pesadilla.
«¡Oh, Dios mío!», exclamó Kate para sí.
¡Estaba en su habitación! ¡Había vuelto! Era tan espantoso que le parecía irreal.
Contuvo el aliento. En el fondo, nunca había creído que volviese. Y ahora comprendía su terrible error (el más grave de su vida, aunque confiaba en que no fuese el último).
¿Quién era aquel loco? ¿La odiaba tanto como para jugárselo todo por ella? ¿O creía de verdad amarla, aquel patético y enfermo cabrón?
Se sentó en el borde de la cama, muy tensa, alerta a cualquier nuevo ruido. Estaba lista para abalanzarse sobre él.
Cric.
El mismo ruido de antes. Lo había oído a su derecha.
Al instante vio su silueta y tragó saliva. Casi no podía respirar.
Allí estaba aquel maldito.
Una potente energía, producto del odio, brotó entre ellos como una descarga eléctrica. Se miraron. La fulminaba con la mirada. Recordaba muy bien aquellos ojos.
Kate trató de esquivar su primer golpe, pero no pudo. Fue tan rápido como la vez anterior. Sintió un fuerte dolor en el hombro y en el costado izquierdos. Gracias a su entrenamiento logró mantener el equilibrio. Afirmó los pies en el suelo y se dispuso a hacerle frente. Sus ganas de vivir redoblaban sus energías.
—Un error —susurró ella—. Esta vez lo has cometido tú.
Se fijó en la silueta del cuerpo del intruso, que ahora se veía iluminado por la luz de la luna que penetraba por la ventana.
Kate tragó saliva y le lanzó una potente patada. El pie impactó en la cara. Oyó crujir el hueso y un grito agudo.
«Golpéalo de nuevo, Kate».
Le lanzó una nueva patada en la oscuridad. Lo alcanzó en el plexo solar y lo oyó gruñir de dolor.
—¿Qué? ¿Te gusta? —le gritó Kate—. ¿Te gusta?
Lo tenía. Se juró que esta vez no iba a poder con ella. Iba a detener a Casanova ella sola. Lo tenía a su merced. Pero antes de inmovilizarlo quería herirlo de muerte.
Lo volvió a golpear. Fue un golpe en corto, seco, potente y rápido como el rayo.
Kate estaba exultante. Casanova se tambaleaba y aullaba de dolor. Se le venció la cabeza hacia atrás. Pero deseaba rematarlo. Lo quería en el suelo, a sus pies. Inconsciente. Luego encendería la luz y lo volvería a golpear.
—Esto sólo han sido caricias —le espetó ella—. Falta lo mejor.
Trastabilló. Estaba a punto de desplomarse.
Pero de pronto… sintió un fuerte golpe en la cabeza por detrás, tan fuerte que le cortó la respiración.
No podía creer que la hubiesen sorprendido por la espalda. Sintió un dolor tan intenso como si le hubiesen pegado un tiro.
Esta vez, Casanova no iba solo.