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—Oh, Dios mío, Alex —exclamó Kate con voz queda—. Quiere decir que, si se le impide ir a la casa, ellas morirán de hambre; y que, si lo siguen, no irá a la casa. ¡Eso es lo que nos dice! Mujeres que mueren de hambre… Que lo pensemos bien…

Sentí el impulso de salir de estampida y vaciarle el cargador a Sachs, allí en plena calle. Pero legalmente no podíamos hacer nada contra él. No teníamos ninguna prueba. Ninguna base razonable.

—Mira, Alex —dijo Kate alarmada, pasándome los prismáticos.

Una mujer acababa de acercarse a Sachs. El sol de mediodía, reflejado en las lunas de los escaparates de Franklin Street, me deslumbraba.

La mujer era estilizada y atractiva, pero mayor que las mujeres secuestradas hasta entonces. Iba vestida totalmente de negro, con blusa, pantalones de piel muy ajustados y zapatos de tacón alto. Llevaba una cartera de la que asomaban libros y revistas.

—No es su tipo —le dije a Kate—. Debe de tener casi cuarenta años.

—La conozco. Sé quién es, Alex —me susurró Kate.

—¿Ah, sí? ¿Quién es? ¿De qué la conoces?

—Es profesora del departamento de inglés. Se llama Suzanne Wellsley. Algunos alumnos la llaman Sue la Salida. Se burlan de ella diciendo que si tirase sus bragas contra la pared se quedarían pegadas.

—Pues lo mismo podrían decir del doctor Sachs.

Sachs tenía fama de disoluto en el campus (la tenía desde hacía años). Pero nunca se habían tomado medidas disciplinarias contra él.

Wick Sachs y Suzanne Wellsley se besaron frente al poster de la campaña contra el hambre. Fue un beso de los «de tornillo», como pude ver muy bien a través de los prismáticos. Se abrazaron con pasión, sin que aparentemente les preocupase lo más mínimo estar en la vía pública.

Pensé en otra posible explicación para el «mensaje». Quizá no fuese más que una coincidencia, aunque hacía tiempo que había dejado de creer en las coincidencias. Quizá Suzanne Wellsley tuviese algo que ver con la casa que utilizaba Sachs. Acaso utilizase más de una. Tal vez perteneciese a una secta de adictos al sexo «duro». Existían. Me constaba que en Washington había varias y… florecientes.

Sachs y Wellsley echaron a caminar y fueron paseando tranquilamente por Franklin Street. No parecían tener prisa. Venían hacia nosotros. Pero se detuvieron frente a la taquilla del cine Universitario, cogidos de la mano como una parejita.

—Maldito sea. Sabe que lo vigilamos —dije—. ¿A qué juega?

—Ella mira hacia aquí. Puede que también Wellsley lo sepa. Eh, Suzanne. ¿A qué juegas, putón?

Sacaron las entradas y desaparecieron tras la puerta del cine. Proyectaban Roberto Begnini es Johnny Stecchino… Hilarante comedia.

Me pregunté cómo era posible que Wick Sachs estuviese de humor para ver una comedia italiana. Había que tener una increíble sangre fría. Sobre todo si aquello formaba parte de un plan.

—¿Y si el título de la película entraña también un mensaje? ¿Qué nos dice, Alex?

—¿Que todo esto no es más que una «hilarante comedia» para él? Podría ser —admití.

—Se burla de nosotros, Alex.

Entré en la heladería Ben & Jerry y llamé desde el teléfono público a Kyle Craig. Le conté lo del poster de la campaña contra el hambre. Kyle admitió que podía tratarse de un mensaje; que todo era posible, tratándose de Casanova.

Al salir de la heladería, Sachs y Suzanne Wellsley seguían en el cine, probablemente riendo a carcajadas con las gracias de Roberto Begnini. Lo más probable es que se riesen de nosotros.

Mujeres y niños mueren de hambre…

Poco después de las 14.30 h, Sachs y Suzanne Wellsley salieron del cine y volvieron por Franklin hacia la esquina de Columbus. Se me antojó que tardaban casi diez minutos en recorrer aquella media manzana. Luego entraron al popular Spansky’s y almorzaron.

—Qué romántico, amorcito —masculló Kate visiblemente crispada—. Maldito sea. Malditos sean los dos. Y maldito sea Spansky’s por darles de comer y beber.

Se habían sentado cerca de la ventana delantera del restaurante. ¿A propósito? Se cogían de la mano y se besaban continuamente. ¿La amante de Casanova? ¿Un proteico ligue con una profesora? No le veía el sentido por ninguna parte.

A las 15.30 h salieron del restaurante y volvieron hasta el tablón de anuncios. Se besaron de nuevo de un modo más recatado y se despidieron. Sachs volvió a su coche y regresó a su casa de Hope Valley. Estaba claro que Wick Sachs lo pasaba en grande jugando con nosotros como el gato con el ratón.