Por la mañana seguíamos igual. Nada se había avanzado en la investigación del siniestro caso.
Kate continuaba a mi lado, empeñada en ayudarme en la investigación. Y la verdad es que a mí me venía muy bien su ayuda. Porque ella sabía de Casanova mucho más que nosotros.
Nos apostamos en un pinar contiguo a Old Chapel Hill Road, desde el que se veía perfectamente la hermosa mansión de Sachs. Ya habíamos visto una vez a Sachs aquella mañana.
La Bestia parecía exultante. Tenía pinta de profesor. Era alto y rubio. Llevaba el pelo alisado y gafas con montura de concha. Parecía fuerte.
Hacia las siete, salió al porche a recoger el periódico de Durham. El titular decía: «PROSIGUE LA BÚSQUEDA DE CASANOVA».
El editor del periódico local no sabía hasta qué punto era acertado el titular.
Sachs miró la portada, dobló el periódico y se lo puso bajo el brazo con talante desenfadado, como si ninguna de las noticias de portada de aquel día tuviese para él el menor interés. Otro tedioso día en la «oficina» del asesino en serie.
Poco antes de las ocho, volvió a salir seguido de sus hijos. El buen padre los llevaba al colegio. Los pequeños parecían salidos del escaparate de la tienda más sofisticada y relamida de ropa infantil. Parecían adorables muñequitos.
Los federales siguieron a Sachs y a sus hijos hasta el colegio.
—¿No es un poco atípico, Alex? ¿Dos servicios de vigilancia paralelos en un caso como éste? —me preguntó Kate.
Era una mujer reflexiva que analizaba las cosas desde todos los ángulos. Estaba tan obsesionada como yo con aquel caso. Aquella mañana se había vestido como de costumbre: raídos tejanos, camiseta azul marino y zapatos de lona. Su belleza era tan radiante como siempre. No podía ocultarla.
—Toda investigación acerca de asesinos en serie es atípica. Aunque ésta lo es más —reconocí.
Volví a hablarle entonces del síndrome G, de aquel fenómeno de sicosimbiosis patológica, y de la hipótesis de que pudiera tratarse de dos personas trastornadas, incapaces de comunicarse verdaderamente con nadie, salvo entre sí. Podía haberse creado un fuerte vínculo entre los dos asesinos.
Kate era gemela, pero no parecía que el síndrome G le hubiese afectado. Casanova y el Caballero presentaban los peores síntomas del síndrome de los gemelos, aunque no lo fuesen.
Wick Sachs regresó a la casa después de haber dejado a sus hijos en el colegio. Bajó del coche silbando alegremente mientras se dirigía a la entrada.
La comprobación de sus datos por parte del FBI había aclarado un equívoco: era doctor ciertamente, pero no en medicina sino en filosofía.
Durante más de dos horas, ni Sachs ni su encantadora esposa dieron señales de vida. A las once, Sachs volvió a salir. Por lo visto, aquel día hacía «novillos», porque a las 10.00 h tenía tutoría, de acuerdo al horario que me facilitó el decano Lowell.
¿Por qué no había ido a la facultad?
Frente al garaje había dos coches, un Jaguar descapotable XJS de doce cilindros y un Mercedes negro. No estaba nada mal para un profesor universitario.
Sachs subió al Jaguar.
¿Iría a pasarle revista a su harén?