El interior de la casa estaba tan pulcro y ordenado como el exterior. Tal vez incluso más.
Bonito, muy bonito, demasiado bonito.
Yo estaba nervioso y tenía miedo, pero poco importaba ya. Estaba acostumbrado a vivir en permanente zozobra. Recorrí las estancias, los dormitorios. Nada parecía fuera de lugar, pese a vivir allí dos niños de corta edad.
Extraño, muy extraño.
La casa me recordó un poco el apartamento de Rudolph en Los Ángeles. Daba la impresión de que nadie viviese allí.
«¿Quién eres? ¡Déjate ver, cabrón! Esta casa no te representa, ¿verdad? ¿Te conoce alguien sin tus máscaras? ¿Te conoce el Caballero?».
La cocina parecía sacada de la revista Country Living. Había antigüedades y objetos de decoración en casi todas las estancias.
En un pequeño despacho había papeles desperdigados por mesas y sillas.
«¿Un hombre tan pulcro y ordenado? —me dije, tratando de asimilar la contradicción—. ¿Cómo es, en realidad? ¿Quién es?».
Yo buscaba algo concreto, pero no sabía dónde mirar. Bajé por una escalera que conducía al sótano y vi una pesada puerta de roble. No estaba cerrada con llave. Conducía al cuarto de la caldera. Miré en derredor. Al fondo había otra puerta que parecía de un armario, de un pequeño e insignificante armario. Estaba cerrada con un pestillo que descorrí con tanto sigilo y precaución como pude. ¿Y si por allí se accedía a otras habitaciones? ¿Acaso a un sótano? ¿A la cámara de los horrores? ¿A un túnel?
Abrí la puerta. Estaba oscuro como boca de lobo. Encendí la luz y entré a una estancia rectangular que no debía de tener menos de 100 m2. Se me encogió el corazón, me temblaron las piernas y creí marearme.
No había allí ninguna mujer, ningún harén. Sin embargo, acababa de encontrar el salón de las fantasías de Wick Sachs. Estaba en su misma casa, oculto tras un oscuro rincón de su planta baja. No encajaba con el resto de la casa.
Había construido aquella estancia exclusivamente para él. Le gustaba construir cosas, ser creativo, ¿verdad?
La amplia estancia tenía aspecto de biblioteca. Había un antiguo escritorio de roble flanqueado por dos grandes sillones de piel rojiza. Las cuatro paredes estaban cubiertas del suelo al techo por estanterías atestadas de libros y revistas. Yo debía de tener la presión a punto de estallar. Trataba de tranquilizarme, pero no podía.
Era una verdadera biblioteca de pornografía y temas eróticos de no menos de un millar de libros. Los títulos no podían ser más escabrosos: Las humillaciones de Anastasia y Pearl, El ómnibus del harén, Hasta que ella grite, El himen, Estudio médico-jurídico de la violación.
Me concentré en lo que necesitaba hacer allí. No obstante, antes que nada traté de ahuyentar mi dolor de cabeza, como si bastase la voluntad para hacerlo desaparecer.
Quería dejarle a Wick Sachs una señal para que supiera que había estado allí, que conocía aquel repugnante espacio privado, que su secreto había sido descubierto. Quería que experimentase la misma angustia, el mismo desasosiego y el mismo temor que sufríamos nosotros. Quería hacerle daño al doctor Wick Sachs. Lo odiaba.
Encima del escritorio había un folleto de un distribuidor de libros y revistas eróticos: «Nicholas J. Soberhagen. 1115 Victory Boulevard. Staten Island, NY».
Tomé nota. También quería hacerle daño a Nicholas Soberhagen.
Sachs u otra persona había marcado varios títulos en las páginas del folleto. Lo hojeé, aunque pendiente de cualquier ruido procedente de la calle.
Disciplina conventual ¡No se lo pierda! Facsímil de una rarísima edición de 1880. Explica el correcto uso del flagelo.
La maestra del amor. Las apasionantes aventuras sexuales de una bailarina en Berlín con los maníacos sexuales con quienes se relacionaba. ¡Ningún verdadero coleccionista debe perdérselo!
Novedad: una primera novela basada en la vida del asesino en serie francés Gilles de Rais.
Eché un vistazo por las estanterías que estaban justo detrás del escritorio. Tenía la sensación de llevar mucho tiempo allí. Sachs y su familia podían llegar en cualquier momento.
Me quedé sin aliento al ver varios libros sobre Casanova. Leí los títulos: Memorias de Casanova, Casanova. 102 grabados eróticos, Las más maravillosas noches de amor de Casanova.
Pensé en los niños que vivían en aquella casa, Nathan y Faye Anne, y sentí mucha pena por ellos. Su padre, el doctor Wick Sachs, tenía en aquella secreta estancia su inframundo de delirantes fantasías. Estimulado por aquellos libros, por aquella colección pornográfica, ponía en práctica sus fantasías. Podía palpar la presencia de Sachs en aquella estancia. Al fin empezaba a conocerlo.
¿Tendría secuestrado a su harén por las inmediaciones? ¿Estaría allí mismo, en aquella respetable zona residencial de Durham?
¿Estaría Naomi cerca, rezando para que alguien fuese a rescatarla? Cuanto más tiempo estuviese secuestrada, más peligrosa se hacía su situación.
Oí ruido procedente de la planta superior y apliqué el oído. Pero no percibí nada. Quizá fuese un electrodoméstico, el viento o… figuraciones mías.
No podía seguir allí ni un minuto más. Corrí escaleras arriba y crucé el patio. Había sentido la tentación de trazar una cruz en el folleto que Sachs tenía en el escritorio, a modo de señal. Sin embargo, me contuve. Él me conocía. Me dejó una postal bajo la puerta de mi habitación del Holiday Inn nada más llegar a Durham.
Llegué a la habitación de mi hotel poco después de la medianoche. Estaba embotado y como si me hubiesen vaciado. Mi organismo segregaba adrenalina a un ritmo frenético.
Apenas hube cerrado la puerta sonó el teléfono.
—¿Quién puñeta será? —mascullé.
Estaba fuera de mí. De buena gana habría salido a recorrer como un loco los alrededores en busca de Naomi. Habría dado cualquier cosa por tener delante al doctor Sachs y ensañarme con él hasta que confesase la verdad.
—Sí. ¿Quién es? —dije con aspereza.
Era Kyle Craig.
—Bueno… ¿Qué ha averiguado? —me soltó sin preámbulos.